viernes, 11 de julio de 2025

Matteo Balzano

José Leonardo Rincón Contreras, S. J.
José Leonardo Rincón Contreras, S. J.

Así se llamaba el joven sacerdote italiano de 35 años que hace unos días decidió quitarse la vida, suscitando con ello un sentimiento generalizado de sorpresa y consternación. No es común saber que alguien del mundo clerical opte por el suicidio, pero la realidad, para sorpresa de muchos, comenzando por el suscrito, es que son numerosos los casos en el mundo, solo que poco o nada se sabe de ellos porque o no se comenta. Frente a este tipo de decesos siempre hay discreción y misterio.

La diócesis de Novara a la cual pertenecía decidió contar claramente lo sucedido y expresar con un comprensivo mensaje que hay un "misterio impenetrable en el alma humana" que hace que no se descubran los motivos que lo llevaron a tal decisión. En efecto, Matteo era querido por gente y su jovial carácter nada haría sospechar que pudiese estar atravesando por situaciones difíciles en su vida. Este fenómeno suele darse con frecuencia y de ahí el impacto emocional que genera.

La Iglesia ha evolucionado en la comprensión del asunto. En el pasado, los suicidas no tenían derecho a ceremonia religiosa de exequias y eran sepultados fuera del cementerio. Se suponía que sus almas irían al infierno. Hoy, las cosas son distintas y una actitud de misericordia prevalece. Quien toma tan dolorosa alternativa, en realidad no ha estado bien y aunque las engañosas apariencias muestren que sí lo estaba, ese impenetrable misterio seguramente evidenciaría que había intensas convulsiones interiores. Por eso resulta tan sugestiva la historia de dos ángeles que no se ponen de acuerdo sobre si las almas de los suicidas van o no al infierno hasta que van donde el Padre eterno para que les defina y les concluye: "esa alma no va al infierno, viene del infierno".

Todavía, en el imaginario popular, los sacerdotes, hombres escogidos por Dios, son seres superiores al común de los mortales. Nada más equivocado: somos seres humanos, absolutamente humanos, frágiles como cualquier otro, falibles e imperfectos, pecadores y limitados. Tanto, que por eso se da lo que se da. Y esos reveses o errores golpean ese idealizado perfil que se tiene, porque se supone que, si no son santos, poco les falta. No es cierto, así sea cierto también que todos estamos llamados a la santidad.

La dolorosa por no decir traumática noticia ha tenido un componente positivo. Más allá de la puntual solidaridad con el caso de Matteo, se ha generado una invitación a adoptar espiritualmente un sacerdote para orar por él. También a hacer menos dura sus soledades mediante la cercanía y el afecto, el diálogo profundo que ayuda a liberar estreses y tensiones. Es verdad que la vocación sacerdotal se concibe como una entrega total hacia los demás, pero también es verdad que hay que cuidarse a sí mismos. Que el agobiante trabajo no seque la vida espiritual. Que ese exceso de labores no desemboque en la tediosa rutina y el desencanto. Las amistades leales y sinceras son auténticas bendiciones de Dios, lo digo por experiencia propia. Contar con un acompañamiento psicológico y espiritual ayuda a hacer catarsis, drenar las cargas interiores que saturan y enferman.

En una sociedad que supuestamente lo tiene todo y cacarea felicidades por doquier, deambula el vacío existencial y el sin sentido. Hay que estar atentos. El fenómeno sigue y las estadísticas crecen en todas las edades. Una auténtica tragedia existencial social de la cual no estamos exentos. Por eso hago también una invitación a quienes han sufrido este duro golpe en sus vidas para que no se culpabilicen, lacerándose sobre su posible cuota de responsabilidad en tan dolorosa decisión. Recuerden por favor que sólo Dios en su misericordia sabe de ese misterio que para el resto de nosotros es impenetrable e incomprensible. Descansa en paz, Matteo.