Fredy Angarita
Las noticias no son alentadoras, y sí, muchos dirán que eso
siempre ha sido así. Sin embargo, hay momentos, como el que estamos viviendo en
el mundo, en los que la realidad se vuelve más densa, más cruda, y todo parece
llegar al mismo tiempo.
En Colombia, el país aún se sacude con el cruento atentado al
precandidato Miguel Uribe. En Los Ángeles, los enfrentamientos contra inmigrantes
siguen creciendo como si migrar fuera un crimen. En Gaza, el hambre no tiene
pausas. En Ucrania y Rusia, la guerra sigue su curso, como si la paz fuera una
leyenda antigua. Algunas de estas tragedias llevan años, otros días, pero hoy,
todas conviven al mismo tiempo, nos golpean de frente. Los medios informan,
comentan, saturan… Y nosotros, poco a poco, lo volvemos paisaje. Lo que
hoy estremece, mañana será archivo. Lo que hoy enciende alertas, mañana será
olvidado.
En 2016, el Dalai Lama escribió con Desmond Tutu El
libro de la alegría. Habla de los ocho pilares[1] que componen ese estado
tan esquivo. El séptimo: la compasión. Dice: “A lo largo de tres mil
años, las tradiciones espirituales han cambiado e incrementado, pero casi todas
comparten un mensaje común: el amor, la compasión, el cuidado del otro.”
La etimología de esta palabra también nos habla: compasión
viene del latín compassio, de com-pati, que significa
literalmente: “sufrir con”. No mirar el dolor desde lejos. No narrarlo,
sino acompañarlo.
Puedo entender por qué esa palabra “compasión” es tan
urgente para este momento. No basta con saber lo que ocurre, hace falta “dolerlo”
(sentirlo como propio, de manera física o emocional).
En Colombia nos falta compasión, a veces, mucha. Nuestros
escritores la han sabido nombrar, incluso cuando no usaron la palabra:
García Márquez, en El
amor en los tiempos del cólera:
“Lo comprobó con la compasión
de los hijos a quienes la vida ha ido convirtiendo poco a poco en padres de sus
padres...”
José Eustasio Rivera, en La
Vorágine:
“Don Clemente sintió por ellos
tal compasión, que resolvió darles el alivio de la mentira.”
Tomás Carrasquilla y José
Félix Fuenmayor no la nombran directamente, pero en sus páginas está la
compasión viva, cuando el dolor, la miseria y la injusticia desnudan el alma de
sus personajes.
Hoy, en medio del ruido y la prisa, en medio de tanta
tragedia convertida en dato, la compasión no debería ser un lujo, sino una
urgencia colectiva.
Esa palabra, que alguna vez pareció cursi o tibia, es la que puede salvarnos de volvernos piedra. Por eso, hoy más que nunca, más compasión. ¿Qué tan compasivo eres?
[1] Son cuatro de la mente:
perspectiva, humildad, humor y aceptación, y cuatro del corazón: perdón,
gratitud, compasión y generosidad.