José Leonardo Rincón, S. J.
Hace días que no escribo
sobre esos rincones colombianos que he visitado y que me resultan fascinantes
por su historia y por sus gentes. Pues bien, esta semana tuve que volver a
Mompós, esa colonial y estratégica población del departamento de Bolívar donde
los jesuitas llegamos tardíamente y que, en razón de la expulsión de Carlos III,
pocos años estuvimos allí. A pesar de ello, el actual edificio de la alcaldía
era, ni más ni menos, el claustro del colegio de dos plantas, con su típico
patio central rodeado de columnas de piedra sosteniendo arcos de medio punto,
muy similares arquitectónicamente a otros en otras latitudes y que eran propios
de nuestro estilo.
Mompós fue un puerto
importante sobre el río Magdalena, la principal arteria de comunicación entre
Cartagena con Honda y desde allí con el interior del país. Prácticamente todas
las órdenes religiosas hicieron presencia. Por ejemplo, el santo dominico Luis
Bertrán trabajó en la ciudad, pero parece que no le fue muy bien según consta
en una placa sobre la margen del río que dice que salió sacudiendo el polvo de
sus pies, gesto mencionado en la biblia que expresa la protesta del foráneo
cuando sale de un pueblo donde no ha sido bien recibido.
Suerte muy distinta tuvo
nuestro libertador Simón Bolívar quien pasó ocho veces entre 1812 y 1830, una
de las cuales sirvió para convocar varias decenas de hombres que le ayudaron a
liberar a Caracas, su tierra natal. Con razón junto a la estatua que se yergue
en su honor la famosa frase: "Si Caracas me dio la vida, Mompós me dio
la gloria".
Hoy Mompós tiene 50 mil
habitantes, la mitad de los cuales residen en el casco urbano. El pueblo que
estuviese abandonado por décadas por los gobiernos local y departamental, desde
hace unos años presenta un mejoramiento continuo que lo hace permanentemente
destino turístico de múltiples extranjeros que ya no vienen solamente a
adquirir las famosas piezas de orfebrería en oro y plata, o a rezar en la tradicional
Semana Santa, o también a disfrutar el popular festival del jazz, sino,
simplemente, a gozarse una caminata por el centro antiguo con sus calles
estrechas y hermosas casas, la mayoría de una planta, que mucho se parecen a
Cartagena, la capital regional.
Llegar a la isla ya no
es tan complejo como antes cuando debía atravesarse el río en ferri o planchón.
Ahora dos puentes majestuosos facilitan el acceso por sendos puntos con
carreteras modernas bien señalizadas. Se puede viajar también vía Montería,
Corozal, Barranquilla o Valledupar. Cuenta además con un excelente aeropuerto
que aún sigue sin usarse la mayor parte del año, excepto cuando se celebran los
eventos mencionados y a donde se puede viajar desde Medellín y la Heroica.
Me ha sorprendido
gratamente ver cómo cuenta con un moderno hospital de segundo nivel, cómo se ha
invertido en modernas infraestructuras deportivas y en el arreglo del atractivo
malecón sobre brazo de loba. La gente se ha esmerado en recuperar sus casas,
muchas de ellas ahora convertidas en oferta hotelera que, por cierto, no da
abasto en altas temporadas. Por nuestra parte, las haciendas cuentan con ganado
bufalino que, al decir de los expertos, es de la de mostrar en la región.
Cuando puedan, péguense
la escapada a Mompós. Bien vale la pena. Se experimenta una increíble sensación
solo comparable a la que se siente paseando por las calles del centro histórico
de Cartagena.