Luis Alfonso García Carmona
Creo no equivocarme
si pienso que la complejidad de nuestra situación y la desesperación de quienes
padecemos las infames consecuencias del actual régimen de desgobierno nos
pueden impedir la selección del mejor camino para escapar de la crisis.
Por ello invito a
mis compatriotas a tomar conciencia sobre algunos aspectos que pueden ser
decisivos en esta angustiosa coyuntura.
Primero.- Ha entendido la sabiduría popular que, utilizando los mecanismos
consagrados en la Constitución (art.109) debemos proceder a reclamar la separación
del guerrillero-presidente del cargo de presidente que espuriamente ocupa,
en compañía de la vicepresidente elegida con la misma fórmula y los mismos
dineros que excedieron los topes establecidos por la Ley. No entendemos por qué
quienes dirigen los partidos y grupos que se dicen “de oposición” han apoyado
al guerrillero-presidente para que continúe causando daños al país hasta el
último día de su mandato, y se han abstenido de respaldar la demanda por
indignidad que se tramita en la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes.
Ante esa actitud
lejana de la realidad y del sentir de las gentes, sólo nos resta que esa
sabiduría popular que ahora grita en los estadios “Fuera, Petro”, se
convierta en una fuerza organizada e incontenible que presione a los
congresistas “enmermelados” para que cumplan con su deber de tramitar el
proceso, dentro de los términos legales y con arreglo al material probatorio
allegado, hasta pronunciarse sobre la acusación solicitada.
Segundo.- Un peligro mayor, que muchos han pretendido ignorar de manera
irresponsable, es el propósito confesado por el mismo sátrapa de continuar
en el poder, aún después de su mandato. No lo han ocultado sus aliados en
el Congreso, que ya presentaron una propuesta de prolongar el período
presidencial. En esa misma línea, procedió el Gobierno a eliminar del
presupuesto la partida del Consejo Nacional Electoral para la realización de
las elecciones, o las manifestaciones del sátrapa en el sentido de que cuatro
años no son suficientes para solucionar los problemas del país. No representa
la Constitución un obstáculo que su falta de principios y su talante
revolucionario y criminal no pueda vencer. Ya ha afirmado que para él no son
importantes las formalidades, y que irá hasta donde el pueblo lo señale.
¿A cuál pueblo se refiere? No creo, sinceramente, que la mayoría de los
colombianos estén empeñados en una locura revolucionaria. Tal vez los
narcotraficantes, guerrilleros y vándalos que lo acompañan podrán compartir
esta demencial propuesta.
Tiene previsto
dentro de su maquiavélico plan de acción apelar al autogolpe de Estado,
para lo cual viene propiciando el caos del orden público en todo el
territorio nacional: Ya el 70 % del país, equivalente a 809 municipios, está en manos de los grupos
ilegales armados. Complementa esta acción depredadora con el irresponsable
manejo de las relaciones con nuestro principal aliado y socio comercial,
Estados Unidos, para que al caos de la inseguridad se sume el bloqueo
económico, y justificar así la toma absoluta de los poderes públicos.
Distraemos nuestra
atención en las aspiraciones de un montón de precandidatos a la Presidencia,
sin saber a ciencia cierta si habrá proceso electoral o seguiremos bajo las
garras del tirano. Pensemos y tomemos conciencia de lo que puede suceder.
Tercero.- Aún en el hipotético caso de que hubiere elecciones, no existe un solo
aspirante con las fortalezas de Petro o del que este señale: cuenta con todo el
presupuesto nacional que, como estanos presenciando, está en manos de los
principales alfiles del dictador. A esta fuente de financiación, súmesele las
contribuciones de contratistas corruptos, narcotraficantes agradecidos,
guerrillas que manejan el negocio más rentable de la tierra y aliados de la
izquierda internacional. Esto, para los que no lo recuerdan, es de capital
importancia en un país donde la mayor parte de las urnas se nutren con votos
comprados.
El dominio del 70 %
del país por los grupos ilegales de izquierda, se convierte en otro instrumento
al alcance de Petro para obtener multitud de votos mediante la coacción
armada.
Cuenta, además, el
guerrillero-presidente con los instrumentos digitales para ganar elecciones
cuando le plazca. Veamos lo que denuncia el columnista Víctor Muñoz, experto
en la materia, en Portafolio:
“La magnitud de este
desafío no puede subestimarse. Según Statista, Colombia cuenta con más de 38
millones de usuarios en redes sociales, una audiencia que, en promedio, dedica
cuatro horas diarias al consumo de contenido digital.
Facebook, Instagram,
TikTok, X y WhatsApp dominan el ecosistema. Lo alarmante hoy es que el tráfico
y la discusión política en estas plataformas están siendo monopolizados por un ejército
de influenciadores y activistas afines al gobierno. (…) Existen cuentas
anónimas con cientos de miles de seguidores que replican las narrativas
oficialistas, mientras que el aparato estatal ha consolidado un presupuesto
de $385 mil millones anuales en medios públicos y una pauta de $100 mil
millones para amplificar su mensaje.”
Demostró en las pasadas
elecciones que es posible ganarlas comprando votos, violando los topes
financieros, interviniendo en la compra de softwares para los
escrutinios, manipulando a las autoridades electorales y cambiando los
resultados en las urnas impunemente sin que hubiera una sola autoridad que se
atreviera a ordenar un recuento de votos o la repetición de los comicios
acusados de adulteración. ¿Quién garantiza que esta sarta de anomalías no se
repetirá ahora que reúne en su entorno todo el poder para lograrlo?
Antes de embarcarnos en
una inútil confrontación entre pares para luchar por la Presidencia,
preguntémonos si realmente hay posibilidades de que se convoque a elecciones y,
en el caso de que las hubiere, si estamos preparados para vencer al tirano y a
su camarilla.
Cuarto.- Enriquezcamos
nuestra propuesta a las masas, fatigadas de recibir sólo consignas negativas.
Apartémonos de las viejas mañas politiqueras y propongamos a los colombianos un
propósito nacional que nos una con un destino común, un sueño compartido,
una esperanza de regeneración, después de esta infernal hecatombe. Ese
propósito debe ser convertirnos en un “milagro económico” que nos
permita cumplir con el bien común para todos los colombianos.
Bien está que sigamos
denunciando las iniquidades del régimen actual: la tolerancia con la
criminalidad y con la violencia, la promoción de la corrupción, la destrucción
del sistema de salud y el desmoronamiento del sistema energético, a manera de
ejemplo. Pero despertemos el patriotismo y el amor a la familia con
objetivos de bienestar y prosperidad nunca soñados, que están a nuestro
alcance.
Reflexionemos sobre
estas incontrastables realidades antes de adoptar decisiones que afectarán a
toda nuestra sociedad. Una vez que nos convenzamos de la mejor salida a nuestro
endemoniado problema, actuemos de conformidad y luchemos con todas nuestras fuerzas
por la recuperación de la nación y por la remoción de quienes
fraudulentamente ejercen el poder.