En un mundo cada vez más
intolerante, aunque de dientes para afuera se hable de equidad, de inclusión y
de democracia –lo cual contrastado con la realidad pues simplemente no se ve–,
los ánimos se encuentran cada vez más exacerbados y quienes ejercen la
autoridad temporal, suben permanentemente el tono de sus voces y cada vez se
alejan más de la argumentación y recurren a la descalificación del otro o
simplemente a la amenaza.
En lo interpersonal, las buenas
maneras y el decoro hacen parte de una vida social civilizada. En un plano
superior, el Derecho Internacional y la Diplomacia son las herramientas que
permiten una coexistencia al menos pacífica entre los pueblos.
Sin embargo, el ejercicio de la
autoridad finalmente recae en personas de carne y hueso que tienen su
particular nivel de educación, su personalidad, su carácter, su temperamento y
su capacidad de emplear la empatía a partir del conocimiento y el respeto
interpersonal, en suma, de su buena o mala educación.
Es válido que uno no le caiga
bien a todo el mundo y que no todas las personas me tengan que caer bien a mí.
Pero ahí es donde está la ciencia, saber entablar diálogos inteligentes y
desapasionados con la contraparte, sea cual sea su postura, sobre todo cuando
estoy en representación de otros y debo actuar y comportarme responsablemente.
Para bailar, se necesitan dos.
Para pelear, se necesitan dos. Para entablar un diálogo productivo, se
necesitan dos. Para conversar se necesitan dos.
Es por ello por lo que tenemos
que hacer los esfuerzos que sean necesarios para que sea por los canales del
diálogo franco y abierto que se pueda tratar de resolver los problemas.
Otras posturas llevarán a la
polarización, a la división, a la confrontación, a la coacción, al chantaje, al
irrespeto del otro y al triunfo de la ley del más fuerte, como es el caso de los
animales de pradera.
Mi formación profesional es de
fundamentación técnica, pero eso no quiere decir que me deje embelesar por las
crestas de olas tecnológicas, ni mucho menos de sufrir de una tecnofobia
anacrónica.
En lo que sí estoy absolutamente
en desacuerdo es que se empleen las redes sociales o se conjugue el infinitivo
del nuevo verbo twitear para tomar decisiones en vivo y en caliente
por parte de altos funcionarios públicos o altos ejecutivos empresariales, sin
medir las consecuencias de corto, mediano y largo plazo, de lo que allí se
expresa.
Lo escrito, escrito queda y el
argumento pueblerino de la descontextualización de los contenidos o de lo que
se quiso decir era otra cosa, entra definitivamente en un limbo lleno de
justificaciones, contradicciones y excusas.
Definitivamente no me gusta que se
ejerza el poder y nos manden por redes sociales o que se tomen decisiones que nos
afecten por redes sociales.
Puede ser que ya me estén
comenzando a pesar los años, pero siento una gran desazón ante la carencia de
verdaderos líderes socio políticos, la ausencia y falta de compromiso de
verdaderos filósofos, la ausencia de verdaderos guías espirituales que nos
toquen desde pequeños como lo son los padres de familia, los maestros, los
jueces, los policías, los sacerdotes, los alcaldes, los gobernadores y los
presidentes, que ante todo deben servir de guías y de referentes para que con
su ejemplo todos nos sintamos motivados a actuar de manera correcta.
Sin un faro claro y diáfano,
pues seguiremos viendo pasar los días, consumiendo cosas y ensuciando el
planeta, y finalmente, cuando llegue el anochecer definitivo, veremos que de
pronto no hemos vivido y simplemente hemos dilapidado una única y exclusiva
posibilidad de hacer parte del milagro de la creación.
Mientras tanto, retomando a
Salinger, diremos: “Leeré mis libros, tomaré café, escucharé música y
cerraré la puerta”.
Nota 1: muy en sintonía
con lo expresado en el artículo anterior, “A negociar con el imperio”,
se encuentra el reciente estudio publicado por Fedesarrollo titulado “Propuesta
para el desarrollo de la Orinoquía colombiana”, el cual recomiendo
ampliamente.
Nota 2: ha llegado el
invierno y con él sus cosas buenas y sus cosas malas. Recuerdo aquel dicho
popular que habla de que Valle es Valle y lo demás es Loma, al cual se
replica con Loma es Loma y lo demás se inunda.