José Leonardo Rincón, S. J.
Había que verla y se vio.
Se dice que es de las mejores miniseries de Netflix y creo que no exageran. Los
comentarios de pasillo hasta artículos con juiciosos análisis profesionales se han
venido dando con ocasión de su aparición en nuestro medio. No es para menos, de
modo que recomiendo verla si usted es educador y con mayor razón si es padre de
familia.
Personalmente me dejó muy
contento, más que el libreto y la extraordinaria actuación del joven Owen Cooper
en su papel de Jamie Miller, los cuestionamientos que suscita y las necesarias conversaciones
que deberían darse sobre asuntos que hoy día están en boga por evidentes y contundentes,
pero que en su mayoría son ignorados por la generación adulta.
En efecto, las brechas generacionales
son cada vez más profundas. Y no lo digo en mi caso de educador que fui por 35 años
y donde podrían ser abísmales con los "pelaos" de nuestros centros educativos
de hoy día, sino entre ellos mismos cuyas distancias son más cortas. Recuerdo un
comentario de un joven que terminaba su bachillerato referirse a su hermano menor:
"no entiendo a estos muchachos de hoy día" (¡plop!)
Hay aquí un primer reto:
acercarse, generar confianza, suscitar diálogos abiertos y sin tapujos con las jóvenes
generaciones para conocer sus realidades, lo que les preocupa, las jergas y lenguajes
que utilizan, por cierto, cada vez más icónicos y simbólicos. A propósito, tuve
que acudir al doctor Google para indagar qué significaba "incels",
por ejemplo. Y los múltiples emojis con tan diversas expresiones, qué significan,
a qué aluden.
En un mundo con exponenciales
avances tecnológicos, muy peligroso resultaría ser su rechazo, o la deliberada ignorancia
del impacto que genera. Es increíble lo que significa tener en las manos un celular
o un computador de última generación: todo el mundo, toda la información, cierta
o fake, a cualquier hora, en tiempo real, al alcance de un clic. Y como siempre
lo he pensado, frente a estos aparatos, el asunto no es demonizarlos y exorcizarlos,
sino valorarlos y aprender a usarlos como debe ser, pues son medios maravillosos
y no fines en sí mismos. Deslumbrante ver cómo nos conectan en milésimas de segundo
con nuestra antípoda y cómo nos separan a años luz con los que tenemos al lado.
Impacta en la serie constatar
que la familia de Jamie es una familia constituida, no es disfuncional, por el contrario,
pareciera haber afecto, cercanía. En realidad, sorprendentemente, no es tan así.
Imagínense, entonces, lo que se cocina en la gran cantidad de núcleos donde la realidad
es otra: vacíos parentales, carencias afectivas, relaciones rotas, en fin... las
conocemos.
¿Y en la escuela? La sensación
de impotencia frente a realidades que desbordan a educadores que se quedaron anquilosados
en el tiempo y no se dieron cuenta a qué horas el mundo cambió. Como si el asunto
se solucionara decomisando o reteniendo temporalmente celulares. En el centro educativo
están 8 horas cuanto más y ¿en las 16 horas restantes, en manos de quien están?
La vida afectiva es capital.
Hay que proporcionarla, pero también educarla. Los gobiernos creen que el asunto
se soluciona poniendo dispensadores de preservativos y enseñando a cuidarse en los
precoces inicios de la vida sexual, como si la fiebre estuviese en las sábanas.
Más al fondo, Jamie tiene un autoconcepto por trabajar, una autoestima baja, una
agresividad reprimida y no canalizada por lo que termina donde termina. Para colmos,
el bullying ya ha hecho estragos, a veces silenciosamente, a veces con estrépito.
Ahí está, siempre ha estado, pero no todos tienen las herramientas para manejarlo
y colocarlo en el lugar que le corresponde. Vean Adolescencia y hablamos.