viernes, 7 de febrero de 2025

Adiós al patriarca

José Leonardo Rincón, S. J.
José Leonardo Rincón, S. J.

Hoy, en mis cumpleaños, debería escribir esta columna para darle gracias a Dios por mi propia vida. Sin embargo, lo debo hacer por otra vida, la vida de quien considero ha sido uno de los patriarcas de la Compañía de Jesús en Colombia: Gerardo Remolina Vargas.

El martes pasado se nos fue Remo. Lo vi por última vez la semana anterior en su lecho de enfermo en el Hospital de San Ignacio y confieso que me emocionó mucho ver cómo abrió sus brazos para acogerme y con sus dos manos estrechar las mías.

Lo conocí desde que yo era novicio, cuando muy recién ingresado a la Compañía fue a darnos un curso sobre Análisis marxista. Él era doctor en filosofía y el arzobispo López Trujillo había cerrado nuestros apostolados por dos meses porque unos compañeros habían elaborado unas novenas de Navidad que a su juicio tenían elementos de esa ideología. Remo fue a hablarnos del asunto, a aclarar puntos, a hacer precisiones, distinciones y a ofrecernos elementos que nos permitieran tener un mejor conocimiento del tema. Ya desde entonces comprobé que era un hombre muy inteligente y bien preparado, absolutamente claro en sus ideas y lúcido como expositor.

Pocos años después fue mi profesor de Filosofía de la religión. Ahí sí que lo pude disfrutar a tope. Varios profesores, en diferentes asignaturas de la carrera de filosofía nos formaron inspirados en el libro “Insight” de Bernard Lonergan, un jesuita canadiense filósofo, teólogo y economista, a decir verdad, bastante ladrilludo o complejo de entender. Cuando Remo nos explicó con ejemplos la estructura cognoscitiva de Lonergan del experimentar, entender, juzgar y decidir, realmente tuve mi propio “insight” pues solo en una clase con él, entendí lo que no en los semestres anteriores. Brillante, profundo, gran conocedor del autor. De hecho, fue él quien tradujo al español otra de sus obras maestras: Método en teología.

Concluyendo ese semestre fue nombrado provincial. Ya había sido fogueado como superior de filósofos y del Colegio Máximo y al asumir tan delicado reto pude apreciar su talante, ecuanimidad, integridad y sabiduría, así como su transparencia y consistencia de pensamiento en sus escritos y conferencias. Qué decir de su finura en el trato y cuidado de las personas e instituciones: todo un señor, todo un caballero. Cuando alguna vez, siendo estudiante, tuve fuertes diferencias con un superior, me escribió una carta para aconsejarme y alentarme. Fue él quien me envió a hacer mi etapa de magisterio en Bucaramanga al Colegio San Pedro Claver de donde era egresado. Me pareció valiente cuando tomó la decisión de vender al Banco de la República la custodia conocida como La Lechuga, y destinar buena parte de sus recursos a la causa de promover la paz. Me pareció un hombre humilde cuando el arzobispo arriba mencionado, jurada la guerra, lo puso contra la pared en lo que llamó la “comisión mixta” donde actuaba como inquisidor, tanto, tanto que hasta vetó su nombre para que pudiese asumir como presidente de la CLAR, elegido por la vida religiosa del continente.

Fue Remo decano en la Universidad y posteriormente su rector por nueve años dejando una huella profunda, por todos reconocida. Pensador eximio y gestor eficiente logró que la Javeriana fuese la primera universidad en acreditar su alta calidad. Dolorosamente desfalcado por uno de sus más cercanos subalternos, sufrió un duro golpe a la confianza traicionada, pero con altura y dignidad, además de caridad evangélica supo sortear tan traumático impasse. Creador del doctorado interdisciplinario en Ciencias sociales fue su primer director. En todos los escenarios donde hablaba su palabra fue escuchada con atención y respeto. Hablaba con autoridad y rigor profesional. Sus libros, magistrales. Su debate con académicos de talla mundial como Richard Dawkins, inolvidables.

Pero con ese hombre ectomorfo, cuya sola presencia inspiraba respeto y admiración, tuve la gracia de convivir y tenerlo como compañero de comunidad por ocho gratos años. Muchos y muy bellos los momentos compartidos, si se quiere más significativos que su cualificada hoja de vida. Nunca olvidaré su especial felicitación cuando me otorgaron el Premio Simón Bolívar, Vida y Obra, como educador: “tu condecoración merece toda mi felicitación, me hace sentir un sano orgullo de familia”. Ese era Remo, detallista, fino, delicado. Su puntual saludo en mis cumpleaños hoy lo extraño. Los libros que escribió y me dedicó con su puño y letra son tesoros que conservaré siempre. Que alguna vez dijera que con esta columna en Facebook me había convertido en un “incluencer” me hizo sonrojar pues me hizo saber que leía mis artículos. Cuando en la enfermería pasaba horas charlando con mi mamá que anduvo en dos ocasiones por allí también, la elogiaba por su sabiduría, pero también de forma picaresca me decía “bueno, ella hablaba la mayor parte del tiempo”.

El Remo hierático que con el tiempo generaba demasiado respeto, tuvo facetas geniales de humana informalidad. La primera vez que me di cuenta de ello quedé súpito: fue cuando el “sapito” Carlos Cabarrus, en un encuentro de formadores jesuitas latinoamericanos, cogió la cara de Remo y se la restregó mientras lo saludaba muerto de la risa. ¡Qué atrevimiento! pensaba yo sin saber que eran muy amigos. Años más tarde, como compañero de comunidad la amistad se fortaleció permitiéndome volverme su cómplice para halarle la lengua, como decimos, para "atacar" al Ñato Álvarez, quien por cierto solía con su humor paisa hacerle bullyng diciéndole lo que nadie seguramente le dijo en su vida. Impávido, Remo solo se reía y también le lanzaba sus dardos. El comedor de comunidad era el “campo de batalla”. La sobremesa solía ser, para unos cuantos, un vaso de leche con bocadillo veleño. Esta costumbre fue conformando una cofradía que luego se transformó en la Real Orden del Bocadillo. Se ganaban o perdían puntos si se era fiel o no a la costumbre y Remo era quien llevaba la cuenta. Así que se proclamó el Gran Maestre de la Orden y me nombró Gran Canciller de esta. En las vacaciones comunitarias de final de año elaboramos finos diplomas en papel especial, que, junto con un collar de bocadillos, fueron entregados en diferentes grados a los fieles consumidores. Gozamos como niños.

Se nos fue Remo. Se va otro amigo. ¡qué dolor! Pero también qué dicha saber que ya goza de la presencia del Señor este hombre quien, no lo duden, puede ser considerado uno de los grandes patriarcas de nuestra Provincia cuyo legado será reconocido por siempre.