José Leonardo Rincón, S. J.
Hoy, en mis cumpleaños, debería
escribir esta columna para darle gracias a Dios por mi propia vida. Sin embargo,
lo debo hacer por otra vida, la vida de quien considero ha sido uno de los patriarcas
de la Compañía de Jesús en Colombia: Gerardo Remolina Vargas.
El martes pasado se nos fue
Remo. Lo vi por última vez la semana anterior en su lecho de enfermo en el Hospital
de San Ignacio y confieso que me emocionó mucho ver cómo abrió sus brazos para acogerme
y con sus dos manos estrechar las mías.
Lo conocí desde que yo era
novicio, cuando muy recién ingresado a la Compañía fue a darnos un curso sobre Análisis
marxista. Él era doctor en filosofía y el arzobispo López Trujillo había cerrado
nuestros apostolados por dos meses porque unos compañeros habían elaborado unas
novenas de Navidad que a su juicio tenían elementos de esa ideología. Remo fue a
hablarnos del asunto, a aclarar puntos, a hacer precisiones, distinciones y a ofrecernos
elementos que nos permitieran tener un mejor conocimiento del tema. Ya desde entonces
comprobé que era un hombre muy inteligente y bien preparado, absolutamente claro
en sus ideas y lúcido como expositor.
Pocos años después fue mi
profesor de Filosofía de la religión. Ahí sí que lo pude disfrutar a tope.
Varios profesores, en diferentes asignaturas de la carrera de filosofía nos formaron
inspirados en el libro “Insight” de Bernard Lonergan, un jesuita canadiense filósofo,
teólogo y economista, a decir verdad, bastante ladrilludo o complejo de entender.
Cuando Remo nos explicó con ejemplos la estructura cognoscitiva de Lonergan del
experimentar, entender, juzgar y decidir, realmente tuve mi propio “insight”
pues solo en una clase con él, entendí lo que no en los
semestres anteriores. Brillante, profundo, gran conocedor del autor. De hecho, fue él quien tradujo al español
otra de sus obras maestras: Método en teología.
Concluyendo ese semestre
fue nombrado provincial. Ya había sido fogueado como
superior de filósofos y del Colegio Máximo y al asumir tan delicado reto pude apreciar
su talante, ecuanimidad,
integridad y sabiduría, así como su transparencia y consistencia de pensamiento
en sus escritos y conferencias. Qué decir de su finura en el trato y cuidado de
las personas e instituciones: todo un señor,
todo un caballero. Cuando alguna vez, siendo estudiante, tuve fuertes diferencias con un superior, me escribió
una carta para aconsejarme y alentarme. Fue él quien me envió a hacer mi etapa de
magisterio en Bucaramanga al Colegio San Pedro Claver de donde era egresado. Me
pareció valiente cuando tomó la decisión de vender al Banco de la República la custodia
conocida como La Lechuga, y destinar buena parte de sus recursos a la causa de promover
la paz. Me pareció un hombre humilde cuando el arzobispo arriba mencionado, jurada
la guerra, lo puso contra la pared en lo que llamó la “comisión mixta” donde actuaba
como inquisidor, tanto, tanto que hasta vetó su nombre para que pudiese asumir como
presidente de la CLAR, elegido por la vida religiosa del continente.
Fue Remo decano en la Universidad
y posteriormente su rector por nueve años dejando una huella profunda, por todos
reconocida. Pensador eximio y gestor eficiente logró que la Javeriana fuese la primera
universidad en acreditar su alta calidad. Dolorosamente desfalcado por uno de sus
más cercanos subalternos, sufrió un duro golpe a la confianza traicionada, pero
con altura y dignidad, además de caridad evangélica supo sortear tan traumático impasse. Creador del
doctorado interdisciplinario en Ciencias sociales fue su primer director.
En todos los escenarios donde hablaba su palabra fue escuchada con atención y respeto.
Hablaba con autoridad y rigor profesional. Sus libros, magistrales. Su debate con
académicos de talla mundial como Richard Dawkins, inolvidables.
Pero con ese hombre ectomorfo, cuya sola presencia inspiraba
respeto y admiración, tuve la gracia de convivir y tenerlo como compañero de comunidad
por ocho gratos años. Muchos y muy bellos los momentos compartidos, si se quiere
más significativos que su cualificada hoja de vida. Nunca olvidaré su especial felicitación cuando me otorgaron el Premio
Simón Bolívar, Vida y Obra, como educador: “tu condecoración merece toda mi felicitación, me hace sentir un sano orgullo
de familia”. Ese era Remo, detallista, fino, delicado.
Su puntual saludo en mis cumpleaños hoy lo extraño. Los libros que escribió y me
dedicó con su puño y letra son tesoros que conservaré siempre. Que alguna vez dijera
que con esta columna en Facebook me había convertido en un “incluencer” me
hizo sonrojar pues me hizo saber que leía mis artículos. Cuando en la enfermería
pasaba horas charlando con mi mamá que anduvo en dos ocasiones por allí también, la elogiaba por
su sabiduría, pero también de forma picaresca me decía “bueno, ella hablaba la
mayor parte del tiempo”.
El Remo hierático que con
el tiempo generaba demasiado respeto, tuvo facetas geniales de humana informalidad.
La primera vez que me di cuenta de ello quedé súpito: fue cuando el “sapito” Carlos
Cabarrus, en un encuentro de formadores jesuitas latinoamericanos, cogió la cara
de Remo y se la restregó mientras lo saludaba muerto de la risa. ¡Qué atrevimiento!
pensaba yo sin saber que eran muy amigos. Años más tarde, como compañero de comunidad
la amistad se fortaleció permitiéndome volverme su cómplice para halarle la lengua,
como decimos, para "atacar" al Ñato Álvarez, quien por cierto solía con
su humor paisa hacerle bullyng diciéndole lo que nadie seguramente le dijo
en su vida. Impávido, Remo solo se reía y también le lanzaba sus dardos. El comedor
de comunidad era el “campo de batalla”. La sobremesa solía ser, para unos cuantos,
un vaso de leche con bocadillo veleño. Esta costumbre fue conformando una cofradía
que luego se transformó en la Real Orden del Bocadillo. Se ganaban o perdían puntos
si se era fiel o no a la costumbre y Remo era quien llevaba la cuenta. Así que se
proclamó el Gran Maestre de la Orden y me nombró Gran Canciller de esta. En las
vacaciones comunitarias de final de año elaboramos finos diplomas en papel especial,
que, junto con un collar de bocadillos, fueron entregados en diferentes grados a
los fieles consumidores. Gozamos como niños.
Se nos fue Remo. Se va otro
amigo. ¡qué dolor! Pero también qué dicha saber que ya goza de la presencia del
Señor este hombre quien, no lo duden, puede ser considerado uno de los grandes patriarcas
de nuestra Provincia cuyo legado será reconocido por siempre.