La crisis humanitaria que está
viviendo El Catatumbo y que se extiende a otras zonas del país, tiene todos los
tintes de una guerra entre bandas de delincuentes dolidos por fechorías entre
ellos, que ponen en entredicho la supremacía y dominio territorial de alguno de
los dos bandos, en una zona, en plena frontera con Venezuela, donde se dice que
hay más de cincuenta mil hectáreas de coca cultivada y laboratorios.
Los delincuentes de los dos
bandos gozan de protección en ambos territorios. En Colombia, varios de ellos
son gestores de paz, con paz y salvo para moverse libremente en camionetas
blindadas y armamento suministrados por el Gobierno. En Venezuela, los dos
bandos se mueven como Pedro por su casa, lo que les permite trabajar
tranquilamente. Pero llegó el momento de las definiciones: al parecer, el Gobierno
colombiano protege a las FARC y el venezolano al ELN. Yo diría que ambos
protegen a los dos bandos de narcotraficantes en plena actividad.
En la mitad, una población que al
parecer se constituye en la fuerza laboral al servicio de ambos bandos
enfrentados.
Esa población pone los muertos;
su identificación depende de para cuál de los dos bandos trabaja, haciéndose
acreedores a la furia asesina de ELN y FARC, donde nadie se salva. Todos hacen
parte de la fuerza laboral que mueve la economía del producto número uno de la
zona: la coca.
El ejército, que tenía prohibido
molestar a las FARC y ELN en la zona, llega ahora a tratar de ocuparla, con una
capacidad operativa y de inteligencia menguadas por las medidas que ha venido
tomando el Gobierno y que han logrado su propósito: restarle todas las
capacidades a la fuerza pública.
Si el interés del Gobierno fuera
el de darle duro a estos dos grupos, ELN y FARC estarían aprovechando que los
habitantes de la zona abandonaron el territorio para hacer una ofensiva
arrasadora contra estas estructuras, incluyendo destrucción de cultivos y
laboratorios.
Pero como perro no come perro,
esto no se va a dar. Las gentes seguirán desplazadas, bajo el cuidado de los
colombianos que han volcado su solidaridad a su ayuda, con comida, vestido y
elementos de aseo, mientras que los dos bandos se calman bajo la protección de
los dos gobiernos, el colombiano y el venezolano.
Colombia terminará retirando a su
menguada fuerza pública a los cuarteles y reactivando las negociaciones de paz
con el ELN, suspendiendo otra vez las órdenes de captura, otorgando paz y
salvos de movilidad y camionetas blindadas a los gestores de paz, que se
tendrán que arreglar y juntar para que el negocio continúe y la fuerza laboral
regrese a la zona y puedan convivir y trabajar en las peligrosas arenas
movedizas del narcotráfico, que enriquece a unos pocos y empobrece y envilece a
muchos.
Con las FARC no hay que reanudar
diálogos; seguramente nombrarán más gestores de paz, más camionetas, más armas
y más paz y salvos de movilización.
Colombia y Venezuela siguen
empeñados en proteger, impulsar y ayudar a los delincuentes para asegurarse en
el poder, incrementando la economía ilegal en sus territorios y seguramente
lucrándose de ella.
La población de El Catatumbo
seguirá como fuerza laboral al servicio del narcotráfico, sometida y
esclavizada, atrapada entre la fuerza de las armas y el dinero que garantice su
triste e incierta subsistencia.
Es impresionante la velocidad que
llegamos al abismo del desastre.
Los efectos de la droga y el
alcohol los estamos sufriendo todos. Nuestro primer mandatario, dominado por
los vicios, destruye a su paso todo lo que toca, impunemente. Es el vicioso que
destruye a Colombia y se destruye a sí mismo.
Lo sucedido con Estados Unidos en
estos últimos días puso de presente el grado de irresponsabilidad,
irracionalidad y locura al que ha llegado el presidente Petro.
No puede ser que en nuestro
ordenamiento jurídico y en nuestras instituciones no existan normas que nos
permitan salir de esta horrible situación.
Que nuestro señor Jesucristo nos
ilumine para encontrar la forma de impedir a Petro seguir al frente de Colombia
como primer mandatario y acepte un tratamiento que le permita salir del alcohol
y las drogas.