José Alvear Sanín
En varias ocasiones un
distinguido empresario, amigo de esta casa, advierte al país que la
proliferación de candidatos de derecha conduce al triunfo del único de la
izquierda. Esa advertencia no carece de fundamento. Por el contrario, es
indiscutiblemente sólida. No se trata de una profecía, sino de un postulado
irrebatible.
Ya van 21 candidatos de
los partidos tradicionales (insiders), y dos outsiders, Santiago
Botero y Viki Dávila, ¡y faltan todavía quién sabe cuántos espontáneos...!
Con el mayor
desparpajo, los jefes políticos estimulan e inflan egos, porque dizque a mayor
número de candidatos, el pueblo tendrá la oportunidad de preferir los mejores,
de tal manera que, entre marzo y junio de 2026, los dos que resulten más
votados dentro de la turbamulta, se presenten como los aspirantes de la
democracia a la Presidencia y la Vicepresidencia.
Entre tanto, no importa
que Petro destruya la economía nacional y degrade totalmente las instituciones,
porque dizque el elector, cansado y asqueado de la corrupción, el despilfarro,
la ineficiencia y la vagamundería, derrotará estruendosamente al Pacto
Histórico.
Frente a ese escenario
rosado y optimista, no vale advertir que, para 2026, la mayor parte del
territorio estará controlado por las guerrillas y demás organizaciones
paramilitares petristas, con sus narco-carteles afines, y que un gobierno
comunista jamás entrega voluntariamente el poder.
Como en Venezuela, aquí
los partidos siguen con sus juegos clientelares y su sainete electoral, y como
en el hermano país, la dictadura armada y mafiosa seguirá gobernando hasta
después de que llegue una Corina Machado...
Lo menos grave de Petro
es su logorrea, de la que diariamente nos burlamos en un país que persiste en
la negación del horripilante avance en la toma del poder. Como en la Piel de
Zapa, el ámbito jurídico y territorial donde rigen la Constitución y las
leyes, amanece cada día más encogido en Colombia.
Si Petro sigue, en 2026
ya no habrá nada de la democracia ni de la economía. ¿Habrá elecciones libres y
respetadas ese año?
En esas condiciones, la
proliferación de candidaturas condenadas al fracaso solo conduce a la
satisfacción vanidosa de personajes intachables pero carentes de votos. Dentro
de 20 años, los nietos de las docenas de candidotes podrán exclamar con
orgullo familiar: “¡Mi abuelito / abuelita fue candidato presidencial!”
¡Valiente gracia!
En cambio, lo que
necesitamos desde ahora es un líder indiscutible, con un programa eficaz y con
vocación de poder, que implica también preparar la elección de una mayoría de
congresistas idóneos, y sobre todo honestos, antes de la elección presidencial.
Escogerlo y seguirlo es obligación de los seis líderes democráticos que, en
cambio, han preferido, hasta ahora, seguir cultivando sus decrecientes
clientelas, indiferentes a la suerte de una patria expuesta a todos los
horrores de la revolución y el hambre.
Como en Venezuela, la
irresponsabilidad impune de la clase política explica la predecible extinción
de la democracia.