José Leonardo Rincón, S. J.
Desde
pequeño me gustó saber que las flores de loto, exóticos símbolos de pureza,
emergían de las aguas de los estanques, no siempre caracterizados por su
limpieza, es decir, bellas flores que nacidas en entornos difíciles muestran lo
más hermoso de sí mismas.
Pues
las flores de loto inspiran hoy mi escrito porque me hacen evocar tantos
cientos, miles de niños y jóvenes de nuestro país y, sin exagerar, del mundo
entero, que proviniendo de contextos complejos marcados por el abandono
estatal, muchas veces sin contar con una familia, sin escuela, en condiciones precarias
de todo tipo: falta de vivienda, comida escasa, violencia en todas sus gamas,
evangelización básica, entre otras muchas adversidades y, sin embargo, de en
medio de ese lodazal social, emergen cual flores de loto, limpias, puras,
cargadas de todo tipo de cualidades bellas que contrastan radicalmente con ese
ethos en el que vivieron. ¡Sorprendente!
¿Podría
salir algo bueno de Nazaret? ¿De esta caótica Colombia nuestra, donde todo anda
patas arriba, podríamos esperar un mejor futuro? Y sí. Yo creo que sí. Son
auténticos milagros de la vida que no hacen sino confirmar que el Espíritu
Santo no solo existe, sino que actúa y lo hace de modos maravillosos, derrochando
sus inapreciables dones por doquier, suscitando inteligencias prodigiosas,
artistas natos, líderes auténticos, creativos emprendedores, deportistas
consagrados, genios talentosos, gente bella, fuera de serie.
Cuando
a ratos nos ataca el pesimismo, cuando solo falta decir, apague y vámonos, aparecen
estos lotos radiantes y majestuosos que nos hacen revivir la esperanza y elevar
una plegaria agradecida al Señor y dueño de esta creación por seguir actuando y
dando vida buena.