José Leonardo Rincón, S. J.
Agradecido
con todos ustedes por sus alentadoras palabras con ocasión de mis 31 años de
sacerdocio ministerial; tan consolador momento se entristeció al día siguiente con
la repentina muerte de mi amiga Amparito.
La
conocí hace poco más de 20 años en la eucaristía que presido en nuestro Templo
de La Soledad. Una mañana de sábado me buscó para hablar de sus cosas y como se
dice, hubo química, esa conexión inmediata entre dos seres que, siendo muy
distintos, sintonizan, empatizan, se entienden. Les puedo decir que se
convirtió en una verdadera amiga a quien le ofrecí todo mi cariño y confianza. Ella
siempre se conservó en su puesto de esposa y madre, pero yo fui el atrevido que
por muchos años le hizo bullying de toda especie para reírnos siempre a
carcajadas con semejantes ocurrencias.
Lamparito,
resultó apodada también la gata horrorosa, bandida y no sé qué más cosas. Esguitar,
su esposo, era cómplice silencioso, atónito de ver tanta ridiculez junta. Clarita
(Clara era su primer nombre) era una mojigata, en tanto que Monique, era la
coqueta. Ella seguía el alternado juego telefónico de creativas, incoherentes y
absurdas conversaciones con supuestas hermanas que eran ella misma. Todo para
reírnos como niños chiquitos.
Recién
que nos conocimos le confesé que me fascinaban los perros calientes, así que me
invitó a su casa para degustarlos. Quiso engañarme ofreciéndome alitas de pollo
que a ella tanto le encantaban como antesala de sus deliciosos perros y a
quienes yo denominé mis bulldogs y que no podían ser menos de tres.
Nunca me perdonò que en una homilia dominical denuncié el intento de fraude: “eso
es como si a uno lo invitan a comer perros calientes y le salen con alas de
pollo”. Curiosamente después comenzaron a sobrevenirle unos ataques de tos
cuando yo comenzaba mis homilias: venganza, sin duda. Para perdonar tan antilitúrgico
sabotaje era condenada a darme unos masajes en la nuca y espalda en las
escaleras de la sacristía para mitigar mis tensiones musculares que allí se
focalizan.
Su
salud siempre fue frágil y todo el grupo de 36 laicos denominado Agua Fresca
que funcionó por 16 años en el Templo lo sabía. Milagritos, como alguno la
llamó, porque sobrevivió y superó no sé cuántas cirugías y tratamientos
incluidos cáncer, corazón abierto, tumores, etcétera, siempre nos alegró con su
sonrisa abierta y sincera, su acogida especial y su cariño y detalles para con
todos. Se esmeró cada año en celebrarme los cumpleaños con todo el grupo. Sabíamos
que de su lindo corazón solo le funcionaba un bajo porcentaje, de manera que
fue fatal el pasado lunes cuando le dijeron que a Édgar tenían que hacerle
cirugía de corazón abierto. Ese poquito de energía que le quedaba se lo dedicó
todo a su esposo estos días, hasta que ya no dio más y extenuada por el
cansancio de traslados al hospital, trasnochos, descuido en la comida y en la
ingesta de sus medicinas, para llegar a descansar a casa en la madrugada, en su
lecho, entregó el alma a ese Dios que le habia dado las 7 vidas.
Nos
hace mucha falta Amparito. Mi mamá echará de menos sus llamadas diarias para
monitorearla cuando yo estaba de viaje. ¿Quién asignará ahora las lecturas de
mi eucaristía?, y ¿mis perros?, y ¿mis masajes relajantes?, y ¿su sonora y
picaresca carcajada? ¡Cuánta falta nos hacen los seres que amamos! Cuando este
artículo se publique, Édgar estará luchando por su vida en el quirófano sin
saber que Amparito ya no está. Qué duro todo esto. De su unión queda Diana
Carolina a quien el buen Dios le sabrá regalar mucha fortaleza y mucha paz pues
tuvo una madre que la amó con todo su ser. Como era ella, mi Amparito. Ve con
Dios amiga hermosa. Dios te acoge con su celestial sonrisa. Y si te toca algún
día cocinar, ofrece perros, no alas de pollo. Sin trampas.