José Leonardo Rincón, S. J.
He
ahí el dilema. Se nos ha dicho desde pequeños que “el que mucho habla mucho
yerra” o que “coma callado”, pero también que “el que calla
otorga”. A la par, “el silencio es más elocuente que las palabras” y
por otro lado: “hable ahora o calle para siempre”. Al fin qué: ¿hablo o
me callo? Son frases encontradas de la sabiduría popular que nos invitan a
situarnos en posturas opuestas. ¿Es mejor hablar o es mejor callar?
Sin
duda alguna habrá que discernirse en cada momento qué es lo mejor y más
conveniente. No siempre, no de modo taxativo, uno deberá adoptar tal o cual posición.
La prudencia que hace verdaderos sabios nos indicará lo que es lo más
conveniente.
Pueden
darse situaciones donde hablar resulte imprudente e inconveniente, por ejemplo,
cuando se nos cuenta algo en privado y en confianza y el otro resulta infidente
y revela eso secreto y desconocido. Es ahí dónde se acuerda uno de ese pasaje
bíblico donde radicalmente se nos dice que “no hay nada oculto que no llegue
a saberse”. A veces, esos “secretos” son realidades que todos conocen y
saben, pero nadie se atrevió a evidenciar. A veces, resultan actos realmente
reprochables que pueden hacer mucho daño y dejar por el suelo el valor de la
confianza.
También
se han dado y se dan situaciones donde callar resulte cuestionable y
reprochable, por ejemplo, cuando se va a cometer una injusticia condenando un
inocente, sabiendo realmente quién es el culpable, y no se dice. El precio que
se paga es alto porque hay inequidad y a la vez impunidad. Que justos paguen
por pecadores siempre nos duele a todos.
Personalmente,
he sido más amigo de hablar que de callar. Poder “ex–presarse”, es decir, dejar
de ser presos, es sano, es liberador. Hay “tacos” que llevamos dentro y nos
ahogan. Una olla de presión, que no tiene válvula de escape, estalla y hace
daño. La gente a veces, calla y calla y calla, aguanta y aguanta, se reprime
hasta la opresión, y cuando estalla, estalla feo. Eso que llamamos el
“estallido social”, por ejemplo, fue la expresión violenta frente a muchas
situaciones injustas que fueron reprimidas u oprimidas por mucho tiempo.
Para
mí es mejor hablar cuando se debe hablar. Poner las cartas sobre la mesa, decir
lo que se piensa, saberlo hacer en el momento oportuno, con el tono adecuado, a
la persona correcta, resulta saludable. Drenar, sacar lo que lleva adentro, libera,
cura, sana. Frenar, guardarse las cosas, comer callado, puede ser
contraproducente. Sentimientos guardados son resentimientos, repetía mi finado
amigo Julio Jiménez.
Los
dolores de cabeza, las migrañas, espasmos musculares, gastritis, úlceras y cánceres,
qué son sino somatizaciones de venenos acumulados. Cuando se hablan las cosas,
la gente se siente libre, liviana, duerme en paz, tiene la conciencia
tranquila. Algunos callan por miedo o temores infundados, otros por orgullo y
soberbia porque creen que si lo hacen se rebajan o caen de su pedestal.
Si
habláramos más, si dialogáramos con sinceridad y respeto, muchas amistades no
habrían terminado, muchos noviazgos o relaciones de pareja continuarían, muchos
conflictos se habrían superado en breve tiempo, los prejuicios se superarían, los
fantasmas desaparecerían, tendríamos más claridad y transparencia, estaríamos
más cercanos a la paz. Hay que dar el paso. ¿Quién se anima?