viernes, 9 de agosto de 2024

¿Hablar o callar?

José Leonardo Rincón Contreras
José Leonardo Rincón, S. J.

He ahí el dilema. Se nos ha dicho desde pequeños que “el que mucho habla mucho yerra” o que “coma callado”, pero también que “el que calla otorga”. A la par, “el silencio es más elocuente que las palabras” y por otro lado: “hable ahora o calle para siempre”. Al fin qué: ¿hablo o me callo? Son frases encontradas de la sabiduría popular que nos invitan a situarnos en posturas opuestas. ¿Es mejor hablar o es mejor callar?

Sin duda alguna habrá que discernirse en cada momento qué es lo mejor y más conveniente. No siempre, no de modo taxativo, uno deberá adoptar tal o cual posición. La prudencia que hace verdaderos sabios nos indicará lo que es lo más conveniente.

Pueden darse situaciones donde hablar resulte imprudente e inconveniente, por ejemplo, cuando se nos cuenta algo en privado y en confianza y el otro resulta infidente y revela eso secreto y desconocido. Es ahí dónde se acuerda uno de ese pasaje bíblico donde radicalmente se nos dice que “no hay nada oculto que no llegue a saberse”. A veces, esos “secretos” son realidades que todos conocen y saben, pero nadie se atrevió a evidenciar. A veces, resultan actos realmente reprochables que pueden hacer mucho daño y dejar por el suelo el valor de la confianza.

También se han dado y se dan situaciones donde callar resulte cuestionable y reprochable, por ejemplo, cuando se va a cometer una injusticia condenando un inocente, sabiendo realmente quién es el culpable, y no se dice. El precio que se paga es alto porque hay inequidad y a la vez impunidad. Que justos paguen por pecadores siempre nos duele a todos.

Personalmente, he sido más amigo de hablar que de callar. Poder “ex–presarse”, es decir, dejar de ser presos, es sano, es liberador. Hay “tacos” que llevamos dentro y nos ahogan. Una olla de presión, que no tiene válvula de escape, estalla y hace daño. La gente a veces, calla y calla y calla, aguanta y aguanta, se reprime hasta la opresión, y cuando estalla, estalla feo. Eso que llamamos el “estallido social”, por ejemplo, fue la expresión violenta frente a muchas situaciones injustas que fueron reprimidas u oprimidas por mucho tiempo.

Para mí es mejor hablar cuando se debe hablar. Poner las cartas sobre la mesa, decir lo que se piensa, saberlo hacer en el momento oportuno, con el tono adecuado, a la persona correcta, resulta saludable. Drenar, sacar lo que lleva adentro, libera, cura, sana. Frenar, guardarse las cosas, comer callado, puede ser contraproducente. Sentimientos guardados son resentimientos, repetía mi finado amigo Julio Jiménez.

Los dolores de cabeza, las migrañas, espasmos musculares, gastritis, úlceras y cánceres, qué son sino somatizaciones de venenos acumulados. Cuando se hablan las cosas, la gente se siente libre, liviana, duerme en paz, tiene la conciencia tranquila. Algunos callan por miedo o temores infundados, otros por orgullo y soberbia porque creen que si lo hacen se rebajan o caen de su pedestal.

Si habláramos más, si dialogáramos con sinceridad y respeto, muchas amistades no habrían terminado, muchos noviazgos o relaciones de pareja continuarían, muchos conflictos se habrían superado en breve tiempo, los prejuicios se superarían, los fantasmas desaparecerían, tendríamos más claridad y transparencia, estaríamos más cercanos a la paz. Hay que dar el paso. ¿Quién se anima?