lunes, 12 de agosto de 2024

Las cuatro enseñanzas que nos deja Caracas

Luis Alfonso García Carmona
Luis Alfonso García Carmona

No está tan lejana la época en que jóvenes venezolanos visitaban a Colombia para formarse en las universidades y colegios de Bogotá, que alcanzó, por esas calendas, a ser reconocida como la Atenas Sudamericana.

Ahora, por el contrario, y por causas bien diversas, somos los colombianos los llamados a tomar lecciones de las duras pruebas sufridas por este pueblo hermano y a adoptar todas las medidas necesarias para impedir la repetición de parecidas desgracias en nuestro país.

No se puede ignorar que la llegada de Hugo Chávez al poder, primero mediante un golpe militar, y luego, en una confrontación electoral ganada por su partido, respondió al descontento mayoritario de un pueblo que durante muchos años fue testigo de la corrupción política, el desgreño administrativo y la falta de atención oportuna de las necesidades primarias de la comunidad. Si bien el país se regía por una democracia formal, esta sólo se preocupaba de los intereses de la clase dominante, olvidando la función esencial del Estado de velar por el bien común de sus gobernados.

Primera lección. El Estado debe estar al servicio del bien común de los asociados y no al de sus gobernantes.

Chávez asumió el 2 de febrero 1999 y, de inmediato, procedió a manipular las instituciones para ponerlas al servicio de su dictadura, como es costumbre de las dictaduras de extrema izquierda en América Latina. Se convocó una Asamblea Nacional Constituyente, la cual aprobó una nueva Constitución en la que se habilitó la reelección presidencial, se suspendió el Congreso y se disolvió la antigua Corte Suprema de Justicia, atribuyéndose sus facultades. Se convocaron unas “mega elecciones” presidenciales, regionales y parlamentarias, dizque para “relegitimar todos los poderes”, en las cuales Chávez fue reelegido hasta 2006. Camino similar al que ya emprendió Petro: cambiar la Constitución por cualquier método, lícito o ilícito, asegurar su reelección, tema que ya están socializando sus adláteres, modificar el territorio para obtener ventajosas condiciones electorales, y mantener la vigencia de las curules gratuitas de las FARC y las otorgadas a presuntas víctimas del conflicto, para lo cual requiere la prórroga del espurio acuerdo de La Habana. Propone varias alternativas en sus contradictorios trinos el sátrapa que nos gobierna: una asamblea constituyente fundada imaginariamente en el humillante acuerdo de La Habana; unas asambleas populares; además de la inclusión del texto de la nueva constitución en el acuerdo de “paz total” que se firmará con el ELN al cual se le quiere dar “fuerza vinculante” sin intervención del pueblo soberano.

Segunda lección. Por ningún motivo debemos permitir los colombianos que se abra esa compuerta para que la camarilla gobernante manipule nuestra Constitución a su antojo. Equivaldría a una monstruosa violación al orden constitucional que deberán impedir las fuerzas militares y de policía, de conformidad con la “función primordial” que en esta materia les asigna la Constitución Nacional (arts. 217 y 218). Como una sola voz, solicitemos a los altos mandos la toma de esta decisión antes de que sea demasiado tarde para el porvenir de la patria.

Desde su llegada al poder, se propuso el “castro-chavismo” hacerse al control de la fuerza pública, y así lo han cumplido a lo largo de 25 años de inicua dominación de un pueblo libre. A las fuerzas militares y de policía las han desmoronado por el expediente de las “purgas”, los sistemas de contrainteligencia importados de Cuba, la corrupción mediante su participación en el sucio negocio de la cocaína (el “cartel de los soles”) y la utilización de su capacidad armada para el apalancamiento del régimen y la persecución de sus opositores. Esta es una de las tácticas preferidas de los movimientos afiliados al Foro de Sao Paulo y, por supuesto, ya ha empezado a ser implementada por el camarada Petro (alias Aureliano), mediante la organización de “guardias indígenas”, “gestores de paz”, “milicias revolucionarias” y otros colectivos armados, a expensas del dinero de los contribuyentes para perpetuar por la fuerza la presencia del régimen comunista en los centros de poder. Cuentan, además, con el respaldo explícito del régimen, quien calificó un secuestro de agentes del orden por uno de estos grupos irregulares como un “cerco humanitario”. El propio presidente prohibió al ejército acantonado en las cercanías intervenir en favor de los policías secuestrados y uno de estos fue degollado a plena luz del día por los aliados del guerrillero-presidente.

Tercera lección. No podemos pasar por alto estos hechos violentos constitutivos de un gravísimo desorden constitucional, los cuales deben ser impedidos en forma inmediata por las fuerzas militares y de policía, tal como lo dispone la Constitución, para lo cual no requieren una orden expresa pues este deber hace parte de su función primordial.

Los regímenes marxistas-leninistas conceden destacada importancia, tales como los de Maduro o Petro, a la dominación absoluta del sistema electoral que les permita mantenerse en el poder por tiempo indefinido. Podría afirmarse –con base en las reiteradas experiencias que ha afrontado la América Latina– que una de las principales preocupaciones de estos regímenes es acceder al poder por medios mimetizados bajo el embozamiento de una falsa democracia y, luego, a lo largo de los años, empeñar sus esfuerzos en el mantenimiento de las ventajosas condiciones que les permita el usufructo indefinido del poder.

Bajo las instrucciones recibidas del Foro de Sao Paulo y de la dictadura cubana ha logrado la dictadura castro-chavista cumplir, con excelentes resultados, con este execrable objetivo: en 2004 logró la aprobación de un referendo que prorrogó por 2 años y medio el período presidencial; en 2006 ganó las elecciones con un 63% de los votos; en 2009 obtiene la aprobación de un nuevo referendo para abolir los límites en el tiempo de varios cargos ejecutivos; en 2013, aunque por poco margen, gana Maduro las elecciones; y, en 2024, se llegó al máximo refinamiento del fraude electoral para dar por ganador a Maduro, a pesar de la demostración palmaria de que su opositor obtuvo cerca del 70% de los votos, tema que aún está sin resolver por la comunidad internacional.

Similar proceso se ha vivido en Colombia. Desde antes de empezar la campaña presidencial comenzó Petro a hacer proselitismo y gastar inmensas sumas de dinero que rebasan ampliamente los topes autorizados por la Ley, infracción que la Constitución penaliza con la separación del cargo. Hasta altos funcionarios de la campaña y miembros del clan familiar de Petro han confesado el ingreso de sumas no autorizadas a las arcas de la campaña, pero la utilización masiva del soborno por parte del Gobierno ha impedido que se surta el trámite de manera normal e imparcial.

Nunca un proceso electoral ha sido tan cuestionado como el de la elección de Petro. No obstante, con anuencia de los entes de control, las autoridades, las Cortes y hasta el Ejecutivo, fueron desoídos los reclamos sin autorizar la repetición de elecciones ni el recuento de votos en lugares sospechosos de fraude electoral.

Más grave aún: Petro no se podía posesionar por haber sido condenado por la comisión de un delito doloso. Sin embargo, se violó la Constitución a pesar de que existe la prueba de la pena de prisión que pagó y de la libertad que recibió por pena cumplida. Estamos, pues, navegando en el mismo albañal de inmundicia y todavía sacamos pecho para hablar de nuestras instituciones democráticas.

Cuarta lección. Sería irresponsable, por decir lo menos, confiar en que podemos ganar las elecciones del 2026 con un fraude como el que se está reeditando, una financiación de proporciones gigantescas proveniente de los presupuestos oficiales, la corrupción, las contribuciones de la guerrilla, de los narcos y de las organizaciones criminales y los aportes de la izquierda internacional. Formemos ya, como un solo hombre, una contundente fuerza que trabaje sin descanso hasta que los altos mandos de las fuerzas militares y de policía reviertan este desorden constitucional como es su deber; y que los miembros de la Comisión de Acusaciones cumplan con su deber de tramitar en forma honesta e imparcial el proceso por indignidad que cursa contra Petro.