José Leonardo Rincón, S. J.
Les
conté hace ocho días del caso de mi hermano mayor como un caso excepcionalmente
emblemático y les decía que bueno sería llegar a esa edad con esa lucidez y esa
jovialidad. Enterado de mi escrito, Toño se hizo sentir con el suyo para
agradecerme, explicarme por qué su alma de niño y cómo había sido, ni más ni
menos, el famoso padre Félix Restrepo, entonces presidente de la Academia de la
Lengua, quien lo había entusiasmado en su idea de la revolución ortográfica. Su
elocuente escrito me ratificó su lucidez, buen humor, además de su condición de
cibernauta. Olvidé contarles que todos los días, disciplinadamente, a las dos
de la tarde, se sienta a llenar al menos dos crucigramas.
Por
otro lado, mis compañeros de colegio comienzan a celebrar sus jubilaciones. Han
cumplido los requisitos estipulados para obtener su pensión: edad, semanas
cotizadas y demás. Felices de cerrar su ciclo laboral, se preparan para
descansar y dedicarse a otros asuntos. Y al verlos uno piensa que es justo
premiar su entrega de todos estos años sirviendo desde tan diversos frentes,
pero que es injusto hacerlo en lo mejor de sus años dorados, es decir, cuando
más y mejor experiencia tienen. Y caía en cuenta de que la vida tiene sus
crueles paradojas porque cuando se es joven y se quiere cambiar el mundo porque
se cuenta con fuerzas, pasión y ánimos, se adolece de conocimientos y
experiencia. Y cuando se es viejo y ya se tienen los conocimientos y, sobre
todo, la experiencia, como ya no se tienen las mismas fuerzas, por esta última
razón y dizque para abrir campo a la nueva fuerza laboral se nos manda al
archivo.
Doy
por descontado que no estoy descubriendo el agua tibia y que las sociedades
inteligentes ya han reflexionado sobre el fenómeno. En verdad es un absurdo y
no dudo que, en buena medida, por eso mismo nuestra evolución como especie esta
ralentízada. No me imagino ni a marcianos, ni a plutonianos, ni a los
habitantes de la Galaxia XYZ, jubilando su gente cuando están en su mejor
momento, en los años dorados de su existencia. Toda una vida estudiando, aprendiendo,
ganando cancha y cuando ya están a punto, a la basura. Absurdo. Y es ahí, en
ese justo momento, cuando debería haber una maravillosa sinergia en la que
confluyan, sumen y multipliquen lo mejor del conocimiento y las virtudes. Ese
sería el atinado momento para detonar un big bang de ciencia y sabiduría
conjugadas. Este mundo sería otra cosa.
Lo
comprobé esta semana con un amigo ingeniero, recién jubilado, toda una
autoridad en su materia y a quien precisamente por su idoneidad profesional sus
jefes en la empresa no querían que se diera de baja. Inteligentes ellos sabían
que estaban perdiendo uno de sus mejores hombres. Impotentes ellos no pudieron
reversar la dinámica laboral existente. Pero esa es la realidad que vivimos. Sabiendo
entonces de su sabiduría y experticia le pedí asesorarme en unos temas y vaya
lecciones que nos dejó. Y así podría aqui enumerar muchos casos de gente que,
en el esplendor laboral profesional de sus vidas, entra en receso cuando más
podrían ayudar, se les mira con desdén por ser cuchos viejos, con lastimera
compasión por estar dizque en la tercera edad, ya jubilados pensionados,
abocados al cuarto de San Alejo. ¡Qué desperdicio!