José Leonardo Rincón, S. J.
Desde
pequeño escuchaba la lacónica sentencia: “el que come solo, muere solo”.
Sin duda, era la advertencia perentoria para aprender a compartir con otros lo
que uno estaba comiendo. Yo no sé qué fundamentos podría tener la dichosa
frase, el hecho es que me acordé de ella por estos días cuando me he enterado
de la muerte solitaria de dos personas adultas mayores.
Los
casos son diferentes. El primero es el de un hombre solitario y cascarrabias
que era propietario de un apartamento en un conjunto residencial. No era una
persona asequible y parece que adolecía de un trastorno mental porque cada vez
que se cruzaba con alguien lo maltrataba verbalmente, de modo que no era muy
deseable encontrarse con él. Durante 12 días nadie supo dónde estaba. Fue uno
de los porteros quien dio la señal de alerta: ¿le habrá pasado algo?, ¿lo habrá
atropellado un carro y estará en la morgue? Nadie lo sabía y parecía que a
nadie le interesara saberlo. La administración se decidió a llamar a los
bomberos para acceder a su propiedad porque se le llamaba y no contestaba.
Tampoco ningún familiar suyo dio señales en todo ese tiempo. Cuando la
diligencia se hace el cuadro con el que se encuentran es muy triste: un hombre
sentado en la sala, con unas botellas de vino al lado. Así llevaba casi dos
semanas. No se había descompuesto más el cuerpo por el alcohol consumido. Se ve
que el infarto fue fulminante y no le dio tiempo de pedir auxilio. Solo vivió,
solo lo encontraron.
El
segundo caso es el de una mujer, mayor de edad, que toda su existencia vivió
sola en su apartaestudio. Su comportamiento fue aparentemente “normal” hasta la
víspera de su suicidio, pues sostuvo conversaciones con amigos cercanos como si
nada particular estuviese pensando. Lo raro fue advertir al portero que si ella
no aparecía en dos dias avisaran a un determinado teléfono y que cuando fueran
a entrar usaran tapabocas. El protocolo mortal se cumplió como estaba previsto
y cuando los advertidos fueron a ver qué había pasado la encontraron muerta por
una ingesta de un veneno mortal. Toda su vida estuvo rodeada de mucha gente que
la admiraba y quería, pero eso pareció olvidarse ante tan fatal decisión. Sola encontraron
a la que había vivido sola.
Ya
ven ustedes tan dantescos cuadros. Lo lamentable del asunto es que es más común
de lo que uno podría imaginarse. Y no solo pasa en Bogotá, acaece en todos los
países del mundo. Especialmente tan proverbiales como trágicos los recurrentes
casos en Estados Unidos y la vieja Europa. Es dramático: centenares de adultos
mayores que viven solos y ya no le encuentran sentido a seguir viviendo. Son
altas las estadísticas de ancianos suicidas. Queda uno desconcertado y sin
mayores palabras qué decir. Qué tristeza, qué dolor tener que vivir uno solo y morir
solo. Sin duda, los casos son diferentes, cada persona tiene su propia y
sentida historia. Lo que tienen en común es el desenlace trágico de su
existencia.
Muchas
personas han tomado la decisión de vivir solas, en aislamiento voluntario. Uno
se pregunta si a una determinada edad deberían internarse en un geriátrico para
tener una asistencia y una ayuda. Me parece terrible morir solo y cuasi
abandonado y que los demás se den cuenta solo cuando hiede el difunto. Como
dije, los casos son más comunes de lo que uno cree y duele que suceda.