viernes, 8 de marzo de 2024

Deber la vida dos veces

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.

Conocí a Jeremías Bohórquez en el año 80 cuando de candidato a la Compañía fui a visitar nuestro Noviciado en Medellín. Recuerdo su rostro sonriente bajo un enorme sombrero que se había puesto para no quemarse bajo el sol. Era el ministro de casa y los novicios lo llamaban el Ché Jeremías porque había estado muchos años en Argentina trabajando al lado de Jorge Mario Bergoglio, el joven y controvertido provincial del país austral.

Ya novicio lo volví a ver al año siguiente, pero esta vez de ministro en la comunidad jesuita del Colegio Berchmans de Cali. Habíamos hecho en el IMCA de Buga una necesaria escala antes de continuar a nuestro destino final, la parroquia de Toribio (Cauca) donde tendríamos nuestro mes de misión al lado de Álvaro Ulcué Chocué, el primer indígena páez en ser ordenado sacerdote.

Esa tarde el itinerario era claro: dirigirse a la estación de buses de Buga, tomar una flota a Cali para desde su terminal proseguir a Santander de Quilichao, pernoctar allí esa noche en la casa de las Hermanas Lauritas y al otro día madrugar a Toribio. Pero Jeremías llegó al IMCA para cargar un pedido de huevos y nos ofreció llevarnos. Excelente propuesta que alteró los planes pues llegamos más rápido a Cali y cuando fuimos a comprar los tiquetes ya el bus estaba saliendo para Santander. Al llegar allí otra coincidencia: el último bus para Toribio saldría en 10 minutos, luego podríamos adelantar nuestra llegada. Todo resultó perfectamente cronometrado, como si así estuviese previsto.

Al anochecer ya estábamos en el resguardo indígena. Por supuesto, no nos esperaban y las habitaciones en la parroquia no estaban listas, así que nos llevaron a otro pueblito cercano, San Francisco, donde pasamos la noche. A la mañana siguiente de pronto se oyó un alboroto y varias personas entre gritos y lágrimas llegaron a avisarnos que el bus escalera de la mañana se había ido a un abismo y habían muerto 26 de sus ocupantes. Ese era nuestro bus, en el que debíamos haber viajado. Sin saberlo, la providencial aparición de Jeremías en Buga nos había salvado la vida. ¿Cómo olvidarlo?

Después, muchas veces, me encontré con Jere. Le gustaba visitarme para conversar largos ratos sobre su vida de Hermano Coadjutor en la Compañía y sus muchas experiencias como ministro de nuestras casas tanto en Colombia como en Argentina. Hacia parte de una generación bisagra de Hermanos que habían vivido la transición entre la tradicional figura, acostumbrada a oficios humildes y al no tener mayores aspiraciones de estudios y responsabilidades y los nuevos, ahora prácticamente extinguidos, que gozan de un estatus completamente distinto. Una evolución compleja que no todos pudieron asimilar.

Quién se iba a imaginar que pasados unos años coincidiríamos en Buenos Aires, él, nuevamente allí prestando sus servicios donde lo conocían y querían, y yo, haciendo mi Tercera Probación, ese segundo noviciado que hacemos los jesuitas, años después de ordenados.

Alguna vez nos encontramos en La Esperanza, por los lados de La Mesa (Cund.) y al saber que subía a Bogotá después de almuerzo, me pidió transportarlo. ¡Por favor! El asunto es que, por los lados de Mondoñedo, en la recta que hay antes de Mosquera, me quedé dormido mientras conducía, eso que llaman microsueños. A mi lado, Jere agarró fuertemente el timón y con fuerte voz que me sacó de tan mortal letargo me dijo: ¿qué pasa? Al abrir los ojos, asustado, me di cuenta de que no solo estaba por el carril contrario, sino que ya estaba en el borde de la berma. Jere, por segunda vez, me había salvado la vida. Si hubiese viajado solo no estaría contándoles esto. A este amigo le debo la vida dos veces. ¿Cómo no contarlo?, ¿cómo no darle gracias a Dios por su vida de jesuita y su amistad?

Casi 40 años después, en Cartagena, el ahora Santo Padre, en su encuentro con los jesuitas colombianos, lo saludaría con un cariño particular: “Ché, gordo, cómo estás?”. Y Jere, hasta sus días finales en San Alonso, nuestra enfermería de Bogotá, sería el mismo, entre respetuoso y tímido, pero también alegre y feliz cuando con sus Hermanos jugaba dominó. Ahora goza de la presencia de Dios este siervo bueno y fiel a quien le debo la vida dos veces.