José Alvear Sanín
Cada día es más
frecuente en las redes sociales la pregunta de quién gobierna a Colombia,
porque cada vez es más notorio el desgobierno en todos los órdenes de la vida
nacional.
La realidad que tantos
no quieren ver es que el partido comunista clandestino —que actúa públicamente
a través del alias de Pacto Histórico, coaligado con otros movimientos de
fachada, como los falsos “verdes” y otras etiquetas parlamentarias— es el dueño
del poder Ejecutivo, y con “mermelada” domina el Legislativo.
Repetidamente se dice
que “el Gobierno no sabe para dónde va”, afirmación que se basa en la
conducta alarmante del individuo que lo encabeza y que reparte su tiempo entre
costosos y grotescos viajes internacionales, periplos nacionales y prolongadas
“agendas privadas” que no le permiten acudir puntualmente a ninguna cita. Petro
no se destaca por nada diferente de una incontenible catarata de trinos, cada
día más espeluznantes, desenfocados, desinformados, imprevistos, pero siempre
malévolos, mendaces y buscapleitos, mientras los miembros de su equipo, donde
hay más prontuarios que hojas de vida, hacen daños como micos en un pesebre...
Ahora bien, esta no es
una situación caótica —aunque lo parece—, sino una concatenación deliberada,
dirigida por una mente activa para producir un efecto predeterminado, que no es
nada distinto que llevar el país a la revolución.
Cuando se miran los
efectos de la acción ejecutiva no es posible desconocer que el único propósito
de Petro es el de destruir, lo que es fácil y expedito. La revolución se
prepara fría y minuciosamente, y se expresa luego como goce, en la borrachera,
la orgía, el delirio y la alucinación...
Volviendo a nuestro
presente, no sobra reconocer que la destrucción va acompañada de una infame
sensación placentera e inmediata. El ambicioso Eróstrato, frustrado por su vida
improductiva, no encontró mejor medio de pasar a la historia que incendiar el
prodigioso templo de Afrodita. Con esa colosal hoguera aseguró la inmortalidad
de su nombre.
Como los placeres
depravados son adictivos, Petro no se conforma con una que otra demolición.
Quiere derribarlo todo, y por eso diariamente hace un daño, para que la suma de
sus desmanes conduzca a la ruina completa de nuestro país. Bastaría con
destruir nuestro sistema de salud para alcanzar un lugar imborrable en la historia
patria, pero allí no se detendrá, porque también prepara la ruina del sistema
pensional, la eliminación de la libertad empresarial y otros desatinos —menores,
si se quiere—, que es lo que se propone hacer amedrentando a la justicia para
imponerle una Fiscalía siniestra y de bolsillo para acabar con la tridivisión
de los poderes públicos.
Nada detendrá entones a
nuestro Eróstrato al cubo, o a la potencia n, en la satisfacción de su
descomunal y desquiciada egolatría.