viernes, 16 de febrero de 2024

De mi mascota a mi humano

José Leonardo Rincón Contreras
José Leonardo Rincón, S. J.

Lo que voy a decir hoy no es popular, de seguro políticamente incorrecto, pero en conciencia debo decirlo, salvo previa y necesaria constancia: me fascina el mundo animal, me encantan los perros y los gatos, me deleitan los documentales de la National Geographic y de Animal Planet, me rio a carcajadas con las historietas o caricaturas en la que los protagonistas son ellos, solidariamente me opongo al maltrato animal, me parece que los animales son hermosos y merecen toda nuestra atención y respeto. Entiendo la compenetración afectiva que hay con ellos: es tanta, que cuando nos faltan se genera un vacío y hay luto por su partida. De hecho, cuando de pequeño tuve perritos, gatos, pollos y faltaron por alguna razón, lloré amargamente su pérdida.

Claro lo anterior, debo decir enseguida: ellos son animales y nosotros seres humanos. Y en mi escala de valoración, primero son los seres humanos, así no deje de ser muy cierta aquella conocida y antigua frase, atribuida a Diógenes: “entre más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”, para decir que muchas veces, casi siempre, el animalito se comporta fielmente sin decepcionarnos, en contraste precisamente con una sociedad indiferente y paradójicamente, inhumana.

La caótica inhumanidad que vivimos ha sido producto y a la vez causa del trastorno axiológico. Cuando una pareja o alguien cualquiera decide no tener hijos sino animales como compañía, me quedo súpito. ¿Para qué traer hijos a sufrir este mundo? No es algo puntual y anecdótico, es contundente dato demográfico: las tasas de natalidad descienden vertiginosamente en tanto se incrementa el número de animales en casa. Jocosamente, en las pasadas elecciones, un meme decía: “usted tiene hoy una responsabilidad histórica, no bote su voto, piense bien qué país desea dejarles a sus mascotas”.

El tema pasa de castaño a oscuro cuando a sí mismos no decimos que tenemos mascota, expresión poco feliz parece, sino que somos sus humanos. Es decir, son ellos quienes, en el fondo, nos manejan. El animal tiene “la conciencia” (¡!) de que soy SU humano y estamos para servirlos y darles todo nuestro afecto y cuidados. Por eso para ellos hay guarderías, escuelas especializadas, salones de belleza, comidas y bebidas especialmente seleccionadas, clínicas y hospitales, hoteles y planes vacacionales y hasta salas de velacion, funerarias y cementerios. Ya no van en la bodega de los aviones en cajas o bolsas sino cómodamente sentados en la cabina principal.

Lo dramático y definitivamente insoportable es cuando se cuidan, abrazan y besan y simultáneamente se desechan los adultos mayores de la familia, por inútiles e incómodos. Que haya seres humanos en situaciones de carencias límites, no importa, hay que proteger y cuidar a toda costa y todo costo los animales.  Eso es lo que no entiendo en esta sociedad trastocada y patas arriba. Porque, reitero, los animales son bellos y muy importantes, pero los seres humanos, con todo respeto, van primero, así seamos decepcionantes. Con mayor razón y precisamente por eso hay que educar y cultivar una nueva humanidad. De lo contrario, lo que quede de humanidad se extinguirá y los animales, ellos solos, quedarán disfrutando lo que les dejamos, como el gato neoyorquino que recibió una herencia de 20 millones de dólares y obviamente no sabe qué hacer con toda esa plata que le dejó su humana.

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