José Leonardo Rincón, S. J.
Lo
que voy a decir hoy no es popular, de seguro políticamente incorrecto, pero en
conciencia debo decirlo, salvo previa y necesaria constancia: me fascina el
mundo animal, me encantan los perros y los gatos, me deleitan los documentales
de la National Geographic y de Animal Planet, me rio a carcajadas con las
historietas o caricaturas en la que los protagonistas son ellos, solidariamente
me opongo al maltrato animal, me parece que los animales son hermosos y merecen
toda nuestra atención y respeto. Entiendo la compenetración afectiva que hay
con ellos: es tanta, que cuando nos faltan se genera un vacío y hay luto por su
partida. De hecho, cuando de pequeño tuve perritos, gatos, pollos y faltaron
por alguna razón, lloré amargamente su pérdida.
Claro
lo anterior, debo decir enseguida: ellos son animales y nosotros seres humanos.
Y en mi escala de valoración, primero son los seres humanos, así no deje de ser
muy cierta aquella conocida y antigua frase, atribuida a Diógenes: “entre
más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”, para decir que muchas
veces, casi siempre, el animalito se comporta fielmente sin decepcionarnos, en
contraste precisamente con una sociedad indiferente y paradójicamente, inhumana.
La
caótica inhumanidad que vivimos ha sido producto y a la vez causa del trastorno
axiológico. Cuando una pareja o alguien cualquiera decide no tener hijos sino
animales como compañía, me quedo súpito. ¿Para qué traer hijos a sufrir este
mundo? No es algo puntual y anecdótico, es contundente dato demográfico: las
tasas de natalidad descienden vertiginosamente en tanto se incrementa el número
de animales en casa. Jocosamente, en las pasadas elecciones, un meme decía:
“usted tiene hoy una responsabilidad histórica, no bote su voto, piense bien
qué país desea dejarles a sus mascotas”.
El
tema pasa de castaño a oscuro cuando a sí mismos no decimos que tenemos mascota,
expresión poco feliz parece, sino que somos sus humanos. Es decir, son ellos
quienes, en el fondo, nos manejan. El animal tiene “la conciencia” (¡!) de
que soy SU humano y estamos para servirlos y darles todo nuestro afecto y
cuidados. Por eso para ellos hay guarderías, escuelas especializadas, salones
de belleza, comidas y bebidas especialmente seleccionadas, clínicas y
hospitales, hoteles y planes vacacionales y hasta salas de velacion, funerarias
y cementerios. Ya no van en la bodega de los aviones en cajas o bolsas sino
cómodamente sentados en la cabina principal.
Lo
dramático y definitivamente insoportable es cuando se cuidan, abrazan y besan y
simultáneamente se desechan los adultos mayores de la familia, por inútiles e incómodos.
Que haya seres humanos en situaciones de carencias límites, no importa, hay que
proteger y cuidar a toda costa y todo costo los animales. Eso es lo que no entiendo en esta sociedad trastocada
y patas arriba. Porque, reitero, los animales son bellos y muy importantes,
pero los seres humanos, con todo respeto, van primero, así seamos
decepcionantes. Con mayor razón y precisamente por eso hay que educar y
cultivar una nueva humanidad. De lo contrario, lo que quede de humanidad se
extinguirá y los animales, ellos solos, quedarán disfrutando lo que les dejamos,
como el gato neoyorquino que recibió una herencia de 20 millones de dólares y
obviamente no sabe qué hacer con toda esa plata que le dejó su humana.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Con gusto aceptamos sus comentarios mientras no sean innecesariamente ofensivos o vayan en contra de la ley y las buenas costumbres