En un país como Colombia, donde
la incertidumbre, la zozobra y la violencia son absolutamente normales, el
ejercicio de los análisis económicos gira alrededor de las especulaciones de
futuro y en las explicaciones de por qué estas no se cumplieron finalmente,
acompañados de promesas y compromisos gubernamentales que siempre son
incumplidos -Feliz 4 X 1.000 temporal- o –Ya no habrá más
reformas tributarias-... ¿Le suenan amable lector?
En el mundo hoy se discute
acerca del conflicto que se tiene alrededor de dos posturas divergentes: la
necesidad de generar riqueza a partir de su creación o a la búsqueda de la
renta a través de la especulación y el alto riesgo.
Pareciera que, a este punto y
hora, como ha ocurrido de manera cíclica, va ganando la segunda postura.
Cuando se habla de riesgo país
se habla de unos factores que deben mantenerse dentro de unos estándares
prefijados sin tener en cuenta las realidades particulares de cada país, lo
cual lleva, por ejemplo, a que Colombia casi siempre esté mal parada o entre
perdiendo a la evaluación.
No es de extrañar que estemos en
los últimos lugares de resultados comparados con los miembros de la OCDE. Lo
importante es que sepamos aprovecharlos para que nos ayuden a salir adelante.
Ahora bien, ¿es la
competitividad un asunto de país en abstracto, de minorías pudientes, de
empresarios o de toda la población?
En un reciente estudio se
concluía que la mayoría de los asalariados en Norteamérica no tienen como
atender una contingencia de US 1.000.00 teniendo que recurrir a préstamos o
vender algún activo.
Esto demuestra la fragilidad del
mercado interno, y que, en muchas ocasiones, si se tiene la fortuna de tener
empleo, se vive al debe.
Obviamente, Colombia no es la
excepción.
La competitividad es un asunto
de todos, se mide por resultados económicos y se evidencia en un mayor
bienestar de toda la población.
Por eso no es necesario
someternos a discusiones bizantinas. Existen los creadores de riqueza, que son
los empresarios de todos los tamaños que se arriesgan y madrugan todos los
días, existen los empleados o trabajadores de todos los sectores y subsectores,
y existe la población que debe ser atendida por el Estado.
Facilitar y promover la creación
de riqueza con trabajos dignos y una adecuada y eficiente redistribución son
los elementos necesarios para que se pueda dar una verdadera sinergia política,
económica y social.
Soy un gran admirador del doctor
Ariel Armel Arenas, uno de los más distinguidos gerentes que tuvo el antiguo Idema
y quien se ha convertido en un verdadero misionero de las causas de protección
a los consumidores.
Como todos somos consumidores de
algo, bienes, productos o servicios, sin ninguna excepción planetaria,
considero que todos nos hemos visto sorprendidos cuando los empaques, los pesos
y, por qué no, la calidad de algunos productos resulta engañosa.
Al comprar drogas en la farmacia
o artículos en el supermercado, muchos de los empaques son rimbombantes y
excesivos con respecto al contenido. O somos testigos de un gran despilfarro y
exceso de empaque o del déficit intencional de producto.
Eso sí, lo que es claro es que
ya estamos acostumbrados a que los precios suban y las cantidades bajen, cuando
no es la atención y la calidad en algunos restaurantes de moda.
De manera paralela, los
consumidores locales ven como uno de los efectos nocivos del turismo, el que
los precios se adaptan al turista que en teoría viene a gastar, afectando al que
simplemente está viviendo. Estamos llenos de “experiencias gastronómicas”
sofisticadas, de buena calidad y muy costosas con respecto al promedio de los
buenos restaurantes internacionales, todo bajo un evidente tufillo esnobista.
Alguien mencionaba con razón que
ir a un supermercado de buen nivel o ir a un restaurante de moda, es semejante
a ser víctima del “paseo millonario”. La cuenta no baja de ese valor.
Dice el intelectual Niall Ferguson
que “La Unión Europea prioriza la regulación sobre la innovación, la burocracia
sobre los negocios. Esta es la razón por la que el crecimiento de Estados
Unidos supera al de la UE”.
Algunos otros coinciden que el
excesivo respeto a la tradición es un impedimento frontal para la innovación.