Por José Alvear Sanín
Contrariando lo que predica cierta teología
lunfarda de la liberación en el sentido de que el Infierno existe pero
posiblemente esté vacío (¿hasta de demonios?), la Iglesia siempre ha creído,
siguiendo el Evangelio, en los castigos eternos.
Mejor teología que la gaucha, ciertamente, es
la de Dante Alighieri (1265-1321), imbuida sin duda alguna de la perenne de
santo Tomás de Aquino (1224-1274).
En el Inferno, incomparable inicio de la
Commedia (a la que la posteridad añadió lo de Divina), el poeta
que transformó el toscano en italiano vierte tanto su profundo saber teológico
como su conocimiento de la historia y la política, que en su poema se elevan
desde lo circunstancial hasta convertirse en consideraciones y lecciones de
validez universal.
Siempre apegado a la ortodoxia, Dante juzga a
sus contemporáneos, sean ellos magistrados, príncipes, guerreros, obispos,
comerciantes o simples burgueses, condenando al Inferno a los malvados.
Entre estos últimos no faltan algunos papas. Es
verdad que confunde el emperador Anastasio con el papa de ese mismo nombre, a
quien, por tanto, condena equivocadamente en uno de los primeros Cantos. En
cambio, en el Canto XIX, en una sima del Noveno Círculo se encuentran Bonifacio
VIII (del que algunos dicen que Dante lo proyectó al Inferno antes de la muerte
de ese pontífice), Nicolás III y Clemente V, horrorosamente condenados por
simonía.
Si hubiera una versión de la Commedia
que llegara hasta el Renacimiento, otros tres o cuatro papas habrían ido a
parar a la paila mocha..., pero a partir del siglo XVI, los papas han dejado en
general buen recuerdo; y desde 1799, cuando es elegido Pío VII, hasta 1958,
cuando muere Pío XII, no pudieron haber sido mejores.
Sí, de los 266 papas que hasta ahora han sido,
solo media docena probablemente merece el Infierno, no quiere eso decir que esa
infame lista esté completa...
Pero siguiendo con el florentino, este acierta
plenamente ubicando en el más profundo círculo a los traidores —Bruto, Casio y
Judas—. La aparente justificación de este último por cierto altísimo jerarca de
nuestros días no ha encontrado eco, por fortuna, para sacarlo de allí.
En fin, no recuerdo si fue el obispo renegado,
traidor y regicida de Talleyrand quien exclamó: “¡Ni los curas han logrado
acabar con la Iglesia!”