Por José Alvear Sanín
Para Lenin, quien sostenía que el poder depende
del fusil, la consolidación del Estado totalitario no es posible si al poder
militar no se le suman los poderes político, económico y cultural.
Lo más importante no es el orden en que
adquiere el control de esos poderes, sino ejercer el dominio absoluto sobre
todos ellos.
En Colombia avanza ese proceso: tienen el ejecutivo,
buena parte del judicial, se aprestan a ocupar la fiscalía, y un Congreso
siempre sobornado les aprueba todo; y para transformar la cultura, actúan sobre
tres frentes:
1. Ahora, en vez de suprimir la Iglesia —como
hicieron en 1917 en Rusia y como hizo Castro en Cuba a partir de 1959—. esta, a
través de la teología de la liberación, se pone al servicio de la revolución,
mientras los templos se desocupan y la poca doctrina que queda se diluye.
2. Los medios masivos son tomados
ideológicamente por “comunicadores” de izquierda, y los que son libres o
contestatarios son marginados o eliminados.
3. El sistema educativo, desde la guardería
hasta el posgrado, se ha convertido en un mecanismo de adoctrinamiento colectivo.
Como todo lo que se ha logrado hasta hora es
endeble, si no se tiene el absoluto poder militar, hay que conquistarlo para
hacer posible la revolución.
Si consideramos la actual correlación de
fuerzas podemos pensar:
1. Que las fuerzas militares apenas están
neutralizadas, y, por tanto, no son todavía plenamente confiables para el Gobierno.
2. Que las incipientes milicias campesinas aún
no están entrenadas, y por tanto no son operacionales.
3. Que todavía falta reclutar y entrenar los
100.000 “jóvenes de paz”, para que se conviertan en algo comparable a los
Colectivos Bolivarianos de Venezuela.
Entonces, como el Gobierno no dispone aún
plenamente del monopolio de la fuerza, todavía tiene que simular que se mueve
dentro de la Constitución y la Ley.
Pasemos ahora a considerar lo de las fuerzas
armadas legítimas. Tan pronto se posesionó Petro, con la remoción de unos 80
generales fueron emasculadas, castradas o capadas. A esa calificación masiva de
servicios —que las desorienta, por decir lo menos—, siguieron la reducción
presupuestal, la deficiencia operativa y la inhibición en el cumplimiento de su
misión, por el cese unilateral del fuego, decretado por el Gobierno.
En Perú, Chile y Argentina, las fuerzas
militares no pudieron ser emasculadas. En consecuencia, Castillo está preso;
Boric, maniatado; y Milei, elegido, mientras Petro, en medio de diarios e
inconcebibles escándalos, sigue, sin pausa, ejecutando el plan estratégico para
convertirnos en otra Venezuela.
El país va muy mal, pero Petro muy bien. Y para
él ha llegado entonces el momento de intentar el control absoluto de las fuerzas
militares. Los generales despachados son reemplazados por coroneles, y estos,
por otros oficiales, y así sucesivamente ocurre en cada grado, de manera que a
todos los peldaños solo pueden acceder los militares que estén dispuestos a
aceptar la nueva orientación, es decir, una oficialidad obediente y leal al Gobierno.
Con unas fuerzas armadas depuradas de
preocupaciones sobre la Constitución, la legitimidad, la democracia y el modelo
económico-social de libertades individuales, la revolución no puede detenerse.
Por eso, Petro ha iniciado una ofensiva, hasta
ahora asordinada, de seducción y amable acercamiento hacia el personal militar,
cuyo bienestar ahora le interesa. A la Armada ya se le ha prometido el manejo
portuario; el torcido mindefensa actual será cambiado por alguien simpático y
accesible, mientras se prepara la adquisición de material procedente de los
nuevos y generosos países “mejor-amigos”.
Entretanto, según se filtra, los seiscientos y
punta de oficiales que se preparaban para ascenso en los distintos escalones,
han sido cuidadosamente perfilados para que el Gobierno —que aprueba las
promociones— pueda estar seguro de su lealtad. Hasta donde se sabe, cerca de
300 de esos aspirantes, que habían completado sus cursos, han sido retirados
del servicio activo.
El gran Brusiloff no fue el único general
zarista que se plegó a la revolución, y sobre los cimientos del Ejército
Imperial se edificó el Ejército Rojo.
Vamos hacia unas fuerzas armadas donde la
lealtad política, en lugar de la preparación profesional y el compromiso con la
Constitución, sea lo determinante para el ascenso y la dirección de las
operaciones.
El tiempo vuela: ¡Es hora de mirar lo que se
está moviendo en las fuerzas militares!
***
¡Antes de su visita al Vaticano, para asegurar
la colaboración eclesiástica en la paz total, nuestro piadoso gobernante se
reúne con la Comunidad de San Egidio, tan católica como el ELN!