Por José Alvear Sanín
Los episodios de la
vendetta contra el doctor Álvaro Uribe Vélez se han convertido en infundios a
los que nadie pone atención, porque se suceden cotidianamente desde el propio
día de su posesión como presidente, el 7 de agosto de 2002.
Desde hace 21 años,
rutinariamente, sin faltar un solo día, el doctor Uribe Vélez es objeto de
ataques virulentos para castigarlo por haberse opuesto a la toma del país por
parte de todas las fuerzas revolucionarias combinadas, en su propósito de
alcanzar el poder, del que ya se veían dueñas.
Al finalizar su segundo
mandato la vindicta se agudizó, para perseguirlo hasta el último día de su vida
por el crimen imperdonable de haber aplazado ocho años la toma comunista del
Estado.
Como el odio es la
mayor motivación anímica del comunismo, lo anterior no es de extrañar.
Su primer sucesor
traicionó al país suscribiendo el infame “acuerdo final” con las FARC, que se
puso en vigencia contra la expresa voluntad del pueblo colombiano; y el segundo
se vio maniatado por un ordenamiento constitucional deslegitimado y prostituido
por su origen fraudulento.
Con semejantes
premisas, la caída del país era inevitable y Colombia se encamina ahora hacia
un destino comparable al de Venezuela, bajo la actual narco-dictadura...
Álvaro Uribe Vélez fue
un gran presidente en todas las áreas: recuperó el orden público; derrotó
militarmente a la subversión; saneó las finanzas; propició el crecimiento
económico, y con la reforma del raquítico servicio de salud pública puso las
bases que permitieron convertir el sistema asistencial colombiano en uno de los
mejores del mundo.
Colombia, en vez de
agradecer esa gestión incansable, eficaz y benéfica, de uno de los mejores
gobernantes de toda su historia, presta oídos a la diaria catarata de
desinformación y calumnias, que lo pinta como un cruel asesino con las manos
manchadas de sangre, culpable de incontables masacres y violador de todos los
derechos humanos, para que de tal manera las nuevas generaciones lo vean
incluso como émulo de Hitler.
Reconozco que el
expresidente sí persiguió a los narcotraficantes, los secuestradores, los
paramilitares y los guerrilleros que reclutaban y violaban niños, traficaban
narcóticos, volaban oleoductos contaminando ríos y vegas, y a los demás
benévolos terroristas que mataban para crear un país justo.
Como los individuos
anteriormente citados gobiernan ahora el país, no es de extrañar la persecución
judicial emprendida contra Uribe con denuncias falsas, como en el caso
Monsalve. Como esa acusación no puede ser más endeble —aunque ha dado lugar a
una saga judicial interminable— ahora se preparan dos nuevos “frentes
judiciales” contra el expresidente:
1-Extralimitando sus facultades, en la
“justicia especial para la paz” se prepara su incriminación por la siempre
creciente cifra de “falsos positivos”, y 2. Se le acusa de crímenes
imprescriptibles de lesa humanidad, en Argentina.
En algunos países,
dizque los jueces disponen de jurisdicción universal que les permite investigar
y castigar los delitos contra la humanidad cometidos en cualquier lugar del
mundo.
Parece que en Argentina
existen leyes que permiten esa grotesca intervención en otros países, y por
tanto, un colectivo comunista colombiano de la peor índole está intentando una
acción contra Uribe, como la que llevó a la detención del general Pinochet en
Londres.
Preocupante actuación,
porque allí también puede aparecer el juez prevaricador que se preste a una
maquinación como la que se prepara contra Uribe Vélez, quien se ha dirigido al
pueblo argentino en un excelente comunicado en el que desbarata las principales
calumnias en su contra.
Mejor haría la justicia
argentina en juzgar a los delincuentes políticos de su repugnante pasado
peronista, que en perseguir a un ciudadano extranjero por el crimen de haber
defendido a su país.