Por José Leonardo Rincón, S. J.
El
relacionamiento cotidiano directo e indirecto con las personas a lo largo de mi
vida ha puesto en evidencia la realidad de nuestra naturaleza humana, con sus
luces y sus sombras, los valores más bellos y los actos más ruines, a punto de que
en los resultados finales del balance general de nuestras existencias se
encuentran unos contrastes sorprendentes, unas paradojas desconcertantes, en
gran e inmediata simultaneidad.
La
reflexión se me suscitó a propósito de la forma como se juzgan esos
comportamientos humanos: lo que pasa en Gaza, el pontificado de Francisco, la muerte
de la senadora Piedad Cordoba, el Gobierno actual…, por tan solo mencionar una
pequeña muestra. Basta con navegar un rato en las redes sociales y leer lo que
la gente expresa: amores infinitos y odios viscerales. Cada uno habla de cómo
le va en la feria y saca a relucir su profunda carga emocional, mostrando
también su propia realidad.
Y
es que el actuar humano genera a un mismo tiempo filias y fobias. Que Bukele en
El Salvador imponga mano dura en medio del caos delincuencial que reinaba en su
país, algunos lo ven como redentor y otros como fascismo puro.
Que
Francisco se muestre comprensivo frente a las uniones homosexuales, unos lo ven
como la decisión que desde hace tiempo se estaba esperando y otros como el fin
de la moral católica. Y entre las posturas extremas un colorido variopinto de
matices y tonos, en una pluralidad y diversidad asombrosa.
De
modo que querer ser “monedita de oro” para todos, quererle caer bien a todos,
querer darles gusto a todos, es poco menos que imposible, ya nos movamos en
esferas públicas o en ámbitos privados. Las acciones humanas más buenamente
intencionadas pueden tener su punto débil y las juzgadas como malas pueden
tener buenas intenciones.
Así
las cosas, ¿podría existir alguien intrínsecamente malo?, ¿podría haber alguien
esencial y químicamente bueno? No creo. Como el círculo sinuoso del yin y el
yan: el lado blanco tiene su punto negro, y el lado negro tiene su punto blanco.
Los Santos no fueron esencialmente perfectos y conocimos algunos que
efectivamente pudieron equivocarse. Y los catalogados monstruos como un Hitler
o un Pablo Escobar, tenían su lado amable según nos cuentan quienes los
conocieron.
Entonces,
juzgamos desde nuestras propias perspectivas y con nuestro particular rasero. Hay
aproximaciones bastante objetivas, pero siempre hay un margen de error. El
único perfecto es Dios y es el único que conoce a fondo el corazón del ser humano,
todos los demás nos movemos en la posibilidad de equivocarnos queriendo hacer
cosas buenas, así como le decía San Pablo a los Romanos: “hago el mal que no
quiero y dejo de hacer el bien que quiero”. Concluyendo: Hay gente buena,
hay gente mala. Así somos todos, como tú, como yo. Mas la idea y el propósito
es hacer siempre el bien. Eso no se duda. Otros harán sus juicios y al juicio final
de Dios nos acogemos.