Por José Alvear Sanín
Así como Clausewitz
inicia Vom Kriege diciendo que la guerra es un comercio cuya moneda es
la sangre, podemos ahora decir que en Colombia la actividad legislativa es un
comercio cuyo medio de pago es la moneda de Judas...
Un eminente escritor
residenciado en Europa me indica la necesidad de cambiar la expresión
“mermelada” por una que describa lo que verdaderamente ella es, soborno,
porque los lectores de ese continente no entienden la relación entre azúcar y
prevaricato.
Tiene razón ese preciso
comentarista de nuestro triste acontecer, signado por la conducta habitual de
muchos congresistas que venden su voto en cada uno de los debates sobre los
nefastos proyectos de ley presentados por Petro.
Decidí entonces no
hablar en adelante de mermelada; más bien me propongo describir esa modalidad
delictiva como soborno adictivo parlamentario (SAP). Así cambia
la percepción del lector sobre una tolerada corruptela tropical, para ser
comprendida como un delito infame y habitual que ha transformado el Congreso en
almoneda, burdel, cloaca y albañal, donde las monedas de Judas se han
convertido en circulante privilegiado.
El congresista que
vende su voto una vez, lo sigue prostituyendo. Para Petro, empecinado en sacar
adelante todas y cada una de sus reformas, no tiene importancia repartir
algunos miles de millones en legisladores abyectos, para imponer la economía
colectivista y esclavizadora del comunismo.
La realidad es que en
Colombia todo se ofrece ahora con amplio descuento, salvo los votos
parlamentarios, que están en permanente alza por la limitada oferta y la
inmensa demanda por parte de un loco desaforado: Salud, pensiones, regulación
laboral, tenencia de la tierra, jurisdicción agraria, educación, minería y
gasto público, son las primeras áreas para destruir antes de la firma del
acuerdo definitivo con el ELN. Este presupone la puesta en vigor del texto
vinculante para sustituir la Constitución, que está redactando de manera
clandestina el tal Comité Nacional de Participación, el decir, la instauración
de la dictadura del proletariado como Carta Magna. Entretanto, seguirá
funcionando una apariencia de orden constitucional.
In illo tempore, algunos
congresistas se vendían por un empleo para el hijo o la moza y así se
redondeaba algún proyecto de ley..., pero hoy, una gran parte de ellos se vende
continuamente por abultadas cifras, como acabamos de ver con la reforma de la
salud, y veremos con las demás iniciativas de Petro. La única explicación para
ese burdelesco comercio la he recibido de un gran periodista bogotano cuyo
nombre omito por razones obvias:
Como los
políticos son los que mejor saben que vamos hacia Venezuela a toda velocidad,
han decidido enriquecerse a la carrera para asegurarse una buena vida en Madrid
o en Miami, cuando la nueva clase revolucionaria los reemplace definitivamente,
quitándoles la lucrativa colaboración de que disfrutan hoy.