Por: José Leonardo Rincón,S.J.
Lo
interesante de la navidad no está principalmente en las luces multicolores,
árboles cargados de adornos y guirnaldas, papanoel llenos de regalos, creativos
y sugestivos pesebres, novenas en familia con natillas y buñuelos, cenas opíparas,
peligrosas pólvoras prohibidas, vacaciones merecidas… Claro que todo eso es
bello y muy importante, pero puede distraernos de lo fundamental.
Desde
niños nos enseñaron que hay que pedirle al Niño Dios que el 24 nos traiga
muchos regalos. Error. Debería ser al revés: ¿Qué le vamos a regalar a Jesús? Porque
si mal no estoy el que cumple años es Él, no nosotros. En eso, los españoles nos llevan ventaja en
esa comprensión, porque los que traen regalos son los famosos reyes magos y se
entregan el 6 de enero.
El
mejor regalo de la Navidad es que Dios quiso enviarnos a su propio Hijo. No es
poca cosa si se tiene en cuenta que en ningún otro credo religioso su dios o
dioses dejan de lado su condición divina para decidir encarnarse y volverse
hombres como nosotros. Esto es realmente revolucionario y rompe milenarios
paradigmas.
Para
colmos, si se quiere, ese Dios que se hace hombre, renuncia a mostrar su
condición todopoderosa y decide nacer no en la capital del imperio, no en un
palacio rodeado de cortesanos, no haciendo alarde de sus poderes divinos, sino
que escoge una pesebrera perdida en un pueblo de una colonia romana. Y el resto
de su vida comparte en todo nuestra realidad humana y se se somete finalmente a
una muerte ignominiosa para dar por concluida su misión redentora-salvadora de
la humanidad.
En
sus Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola, propone contemplar ese
misterio grandioso de la Encarnación y haciendo gala de imaginación nos coloca
frente a una escena donde las tres personas divinas, mirando hacia la tierra,
preocupados por su situación y lo que acontece en ella, dialogando entre ellos,
toman la decisión que la segunda persona, el Hijo, habrá de encarnarse.
Conocemos ya el resto de la historia.
Esto
es entonces lo interesante de la navidad. Celebrar al Dios con nosotros, un
Dios cercano, asequible, humano, humilde... un Dios humanado que invita a los
humanos a divinizarse en Cristo. Lo que haría más interesante aún la navidad,
no es esperar qué nos van a dar, sino más bien, qué vamos a dar y nosotros
mismos cómo nos vamos a dar a los otros siendo para ellos auténticos regalos de
vida y esperanza. Eso sí que es navidad y es lo que Dios espera de nosotros.