jueves, 21 de diciembre de 2023

Hacia el frente cívico o hacia la hecatombe

Por: Luis Alfonso García Carmona

Luis Alfonso García Carmona

La descomposición moral que ha permeado los niveles directivos del Estado conduce al país, de manera acelerada, a la más dramática catástrofe en la historia de la sociedad colombiana.

Mírese cualquier aspecto de la vida nacional para encontrar solamente caos, desbarajuste, destrucción y retroceso. La seguridad, primordial obligación del Estado, ha sido sustituida por la impunidad para los criminales, el desmoronamiento de las fuerzas del orden, la financiación de grupos ilegales con los remoquetes de “gestores de paz” o de “guardias campesinas o indígenas”, y la consolidación de las empresas criminales, comenzando por el narcotráfico.

La oferta de empleo y de una sólida seguridad social para la protección de las clases trabajadoras y de sus familias se ha venido a pique, merced a unas normas laborales que desestimulan la contratación de personal, unas absurdas reformas al sistema sanitario y al régimen pensional, y unas perjudiciales medidas que sepultarán en la inflación y en el déficit fiscal toda posibilidad de crecimiento económico.

La justicia, más interesada en perseguir a los militares y a los contradictores del régimen que en proteger a los honrados ciudadanos y resolver oportunamente sus conflictos, se ha sumido en la parcialidad, la politización y la corrupción. Nada han contribuido para el cumplimiento de su trascendental tarea los inmensos presupuestos al servicio de la JEP, los organismos de control y la Rama Jurisdiccional.

Crecen desaforadamente los gastos estatales con aumento inconsulto de la burocracia, y viajes faraónicos sin ninguna necesidad, salvo la de invitar masivamente a los áulicos del régimen a hacer turismo con el dinero de los contribuyentes. Entre tanto, se disminuyen las partidas para obras de infraestructura que el país requiere con urgencia y para atención de las necesidades urgentes de la comunidad.

Las relaciones exteriores no podían caer más bajo. Desorden y errores monumentales en la designación de diplomáticos con antecedentes de dudosa ortografía y sin la preparación necesaria para el desempeño de sus cargos, bajo la batuta del aliado de las FARC elevado extrañamente a dirigir las relaciones internacionales del país. Por supuesto, la política se enmarca a hora en cubrir los desmanes de los dictadores de izquierda como Maduro o la defensa de los terroristas de Hamas, la alabanza al genocida Mao, la promoción de la cocaína por encima de la explotación del petróleo, o la lucha contra el supuesto cambio climático en el cual, en caso de que existiera, la participación del país sería mínima.

Se ha desterrado la inversión nacional o extranjera para crear empleo y contribuir al desarrollo, mediante el fatídico discurso del odio contra la clase empresarial, las amenazas de expropiación, la falta de seguridad y el aumento de los gastos fiscales y laborales.

Temas de la más aterradora gravedad no pueden quedar en el tintero:

¿Cómo será la vida en Colombia a partir de la vigencia de la reforma a la salud, en la que este fundamental servicio quede en manos de la corrupción estatal y se arrase con la infraestructura que en la actualidad cubre casi al 100% de los colombianos?

¿Cuál será el futuro de Colombia cuando en el anunciado acuerdo con el ELN se eleven a la categoría de normas constitucionales todas las propuestas aprobadas en los llamados “comité nacionales de participación”, compuestos en un 80% por elementos de la izquierda radical, cuyas recomendaciones tienen fuerza vinculante en el acuerdo de paz?

¿Hasta cuándo resistirán los compatriotas la falta de justicia evidenciada en una Comisión de Acusaciones que se niega a adelantar el proceso contra el guerrillero Petro por exceder los límites de gastos en su campaña, el cual está sancionado con la separación del cargo?

Si nuestra clase política ha sido indiferente a la solución de estos cruciales problemas, como se está demostrando día a día, no así el pueblo colombiano que sigue manifestándose con el grito de “Fuera Petro” desde todos los rincones de Colombia.

Todas las encuestas en los últimos años desnudan como los entes más desacreditados al Congreso, a los políticos y la administración de Justicia.

Es hora ya de que actuemos según la lógica y nos desprendamos de quienes han sido responsables de esta oscura coyuntura en que nos encontramos.

Formemos todos los que no creemos en nuestra corrupta dirigencia política un “Frente Cívico”, no sólo para derrocar a Petro, sino para reconstruir a Colombia, comenzando por corregir los errores de este régimen y archivar sus funestos proyectos. Ya las bases están concientizadas y se han tomado las calles, los estadios, las encuestas. Esa es la solución que a todos nos une. No hay que discutir sobre posiciones ideológicas ni modos de ver al Estado. Basta con que corrijamos lo que está mal y elijamos nuevos líderes que nos gobiernen pensando en el Bien Común, no en sus propios intereses.