Por Luis Guillermo Echeverri Vélez
(- Aquelarre. Junta o reunión
nocturna de brujos, con la supuesta intervención del demonio
ordinariamente en figura de macho cabrío, para la práctica de las artes de esta
superstición.)
¿Seguirá el país enredado en el
infame aquelarre de la política delictiva, tan habilidosa en aquello de viciar,
sobornar y pervertir?
¿Por qué queremos seguir en manos
de delincuentes bendecidos por la impunidad? ¿Será insensatez, estupidez,
masoquismo o puro y legítimo malcriado descaro, propio de egos inflamados o
narcisismos cultivados en probeta que nos imponen personajes con negros pasados
éticos y delictivos, retocados con Photoshop?
En lugar de una prolija formación
de políticas públicas, la politiquería colombiana parece una pesadilla que
enmarca un aquelarre de rituales oficiados por Chucky, el Pingüino, Drácula,
Herodes, Maquiavelo, Rasputín y toda la caterva de asesinos, violadores,
narcoterroristas, jíbaros, degenerados, siervos y volatines, que los corteja en
medio de la horrible noche.
Aún sigo sin entender por qué en
Colombia uno de cada dos hijos de su madre, quieren y creen que pueden ser
presidentes de la República, sin contar con una robusta trayectoria de
realizaciones importantes, ni destacarse por una verdadera y abnegada vocación
de servicio o sin tener las capacidades que demanda la compleja, malagradecida
y desgastante función de ser elegido como “el mejor” para conducir toda una
nación.
Aquí tenemos la falsa convicción
de que el puesto o posición es el que hace al personaje, y no el carácter, la
ética, la calidad humana y los logros reales y demostrables de la persona lo
que importa. Nos equivocamos al creer que el puesto público por el solo hecho
de haber calentado el banco varios años, convierte a cualquier burócrata en
personaje presidenciable.
La proliferación de candidatos
emergentes sin la debida acreditación es una prueba más de la gran debilidad y
degeneración partidista y democrática nacional.
Argumentar que así es la
democracia, es una disculpa inútil en esta era del conocimiento y la
transformación digital. Con ese hueso los partidos y movimientos políticos
entretienen y engañan al electorado, dándole tratamiento de pulgoso callejero,
en lugar de presentar al “programa de telerrealidad presidencial” a los mejores
de la patria, tal y como ocurre en el deporte y la ciencia, y así enaltecer y
servir con calidad humana el teatro de la democracia.
En honor a un concepto de
democracia acomodado a la libertina cultura greco-quindiana, el país no puede
soportar el costo de elegir nuevamente un “propio” de quienes entraron los
ladrones por la puerta de la cocina, ni de los asociados a mafias y organizaciones
criminales narcoterroristas.
Si queremos desarrollo, no
podemos elegir cualquier inútil sin carácter con vocación de lustrabotas, que
termine controlado por las fuerzas del mal instaladas de regalo en el
parlamento, como le ocurrió a Venezuela con Maduro a quien Diosdado Cabello tiene
a su servicio, atornillado al trono de Chávez.
Hoy son los contratistas del
Estado los que emiten la garantía pecuniaria con la cual salen marcados los
muñecos a la tarima del remate preelectoral, a ver cuál es el partido o
movimiento qué más da por sus promesas de reparto contractual y clientelista.
Una gran proliferación de
precandidaturas frente a las que quieren proponer continuidad del pacto diabólico
demuestra que somos una sociedad enferma de egoísmos e individualismo y adicta
a la insensatez y la violencia, que sólo habla de paz, cuando no hay tal y no
existe posibilidad remota de conseguirla jugando con la desesperanza nacional.
Para mí es tan grave esta
desunión política convertida en el tétrico aquelarre que le rinde culto a la
impunidad, el clientelismo y la corrupción, como la gran cantidad de
candidaturas improvisadas de un sinnúmero de mediocres, cuando el país debería
estar trabajando para implantar un sistema que garantice contar con personas de
probado calibre ético y conceptual para poder salvar al Estado de un gobierno
suicida que se lleve con él a la tumba comunista toda la nación, al dilapidar
sus sistemas de seguridad, libertades económicas, propiedad privada, justicia,
salud, pensiones y laboral.
Si hay algo que los políticos
sinuosos no quieren, es una institucionalidad gremial y sindical trabajando
unidas en favor de la expansión del sector privado y el desarrollo
socioeconómico.
Casos como el del servil “Bruce
Wayne” criollo, que se cree el Batman de ciudad gótica, pero ha sido incapaz de
combatir al Pingüino carranguero, tienen tanto de largo como de ancho.
Ejemplos como el de algunos y
algunas gritonas, energúmenas, descriteriados, gomelos, “youtubers” y
saltamontes sin realizaciones, o el de retorcidos camaleones de vieja data
conocidos por su habilidad en la arena de la corrupción y su público concubinato
con la criminalidad, son prueba de lo mal que está el partidismo nacional,
donde no hay una estructura ética ni moral que respalde un sólido método
interno de preselección de candidatos.
Aquí se necesita alguien sensato,
coherente, honorable y con los huevos bien rayados, que haya tenido un buen
ejemplo en la casa, que pueda presentar logros personales, capaz de garantizar
el retorno a la legalidad y convocar un equipo de profesionales honrados y
determinados a devolver al país al camino de la seguridad, la justicia, el
crecimiento y el desarrollo.
Si una nación, cual fue el caso
de Argentina, no pasa de un liderazgo cleptócrata, demente y degenerado
acompañado de una manada de avezados delincuentes, a que la administre el mejor
equipo profesional que tenga el país, se puede pagar caro por asumir el riesgo
de perderlo todo en el casino electoral, más ahora que a la ilegalidad se le
borró la “i” y nuevamente se repite la historia de que un presidente con tal de
no soltar el poder, convierte como por arte de magia en legal, todo lo que en
un Estado formal de derecho es ilegal.
Así son las cosas en este país
del Sagrado Corazón de Jesús: pasa de todo en materia político-delictiva pero
no pasa nada. La justicia y el parlamento están contaminadas y la gente nota
que hay persecución política y alcahuetería con los grandes delincuentes que
están libres o aforados tras las curules de la impunidad. Y en esa insólita
realidad, el aquelarre parece perpetuarse.