Por José Leonardo Rincón, S. J.
Razón
tenía el finado Álvaro Enrique, riguroso ingeniero de la UIS y jesuita, un
tanto exótico, cuando maliciosamente, pero en serio, afirmaba: “hay verdades,
hay mentiras y hay estadísticas”. Como quien dice, que estas pueden ser
ciertas, pero podrían ser manipuladas, como las encuestas, algunas de las
cuales, lo sabemos, son pagadas para mostrar resultados favorables a quienes las
patrocinan.
La
lección debió aprenderse con el plebiscito de Santos cuando nos decían que con
el 85% ganaba el SÍ. Ese día llovió y la pereza dominical confinó en sus casas
a los ganadores. Perdieron. Y lo que vino después ya lo sabemos. El domingo
pasado en Argentina, ¿no dizque ganaba sobrado Javier Milei y le sacaron seis
puntos de ventaja? Entonces, no hay que confiarse, ni el que se siente
vencedor, ni el que cree que ya está derrotado.
Tendremos
nuestras propias elecciones este domingo y la abstención debería ser derrotada
por el libre ejercicio del derecho al voto. Si usted calla, usted otorga,
permite que otros decidan por usted, de modo que después no tiene ninguna razón
para quejarse. Las elecciones son la fiesta de la democracia que nos permite manifestar
lo que pensamos y también lo que queremos. Nos faculta para elegir a nuestros
gobernantes. No en vano la sabiduría popular asegura que cada pueblo tiene los
gobernantes que se merece, ya porque fue los que eligió, ya porque que dejó que
otros lo impusieran.
No
hay que confiarse. Le tengo pánico a las encuestas y a las intencionalidades
que hay tras ellas. Pueden ser usadas para llevar el agua al molino, esto es,
para que cual borregos concluyamos: ¿para dónde va Vicente? ¡Para donde va la
gente! Y se renuncie cándidamente a las propias convicciones porque hay que
unirse al señalado carro de la victoria pues, ¿cómo perder si en realidad pudiésemos
ganar? Entonces voto, no por el candidato que yo quisiera sino por el que me
dicen los otros que va ganando.
Y,
paradójicamente, por no decir perversamente, las encuestas pueden ser
manipuladas para lograr el efecto contrario, que es lo que me parece ha
sucedido en eventos electorales recientes: generar una sensación anticipada de
triunfo de modo que su efecto sea el relajamiento: “igual, ya ganamos, mi voto
no va a cambiar el resultado, así que como no es necesario, no voto, mejor me
quedo durmiendo en casa, qué pereza tener que salir con este día lluvioso” y
resulta que sí, que sí era necesario, importante, que contaba. ¡Cuidado!
Nos
falta madurez política o más exactamente, nos falta una mayor formación
política para contar con una conciencia crítica. Todos criticamos los
politiqueros, pero todos caemos ingenuamente en sus estrategias. Sabemos de
antemano que los discursos populistas son siempre engañosos, pero de narices nos
vamos directo al hoyo. Ya hemos comprobado que los colores con los que se
visten no son pieles naturales sino vestidos que cambian según conveniencias al
mejor estilo camaleónico. El pueblo ingenuo matándose por defender y elegir una
causa X o Y, y resulta que el tal personaje, una vez electo, abandona
literalmente la causa, se voltea, se vende, renuncia al cargo, deja abandonadas
sus huestes. Repetimos la historia.
Aprovechemos
inteligentemente esta jornada electoral para ejercer democráticamente nuestros
derechos. Hagámoslo con seriedad y conciencia. Actuemos auténticamente y no arrastrados
por la corriente. Puede ser que ganemos, puede ser que perdamos. Lo importante
es que fuimos nosotros mismos y no lo que otros dijeron que teníamos que ser. ¿De
acuerdo?