martes, 29 de agosto de 2023

Las nuevas dictaduras

Pedro Juan González Carvajal
Por Pedro Juan González Carvajal*

Tradicionalmente hemos asociado, en términos políticos, el concepto de dictadura como la contraparte evidente al concepto de democracia.

Sin embargo, hoy deberíamos hablar de algunas variantes, guiadas por vectores propios de los nuevos tiempos, partiendo de la premisa de que cada época trae su propio afán.

Sin que se asocie a un orden particular, considero que la primera es la dictadura de la tecnología, como escala superior de un proceso de culturización de consumismo extremo y de vigencias y obsolescencias programadas.

No termina de ser anunciado un nuevo equipo o una nueva versión de cualquier herramienta tecnológica, cuando ya se sabe que al poco tiempo será superada por otra, en un proceso continuo de obsolescencia programada que siempre nos pone a correr detrás del último lanzamiento.

Los tiempos de reacción se estrechan y eso de sincronizar los ritmos de las personas, las organizaciones y los desarrollos tecnológicos, cada vez evidencia más su condición de quimera.

La segunda dictadura es la dictadura de las formas, es decir, aquel condicionamiento casi obligatorio para lograr que la estandarización, la homogenización, la uniformización, entre otras características, permitan un mejor entendimiento, relacionamiento y acople entre los diferentes públicos de interés.

Muchas veces soportados en criterios como la “búsqueda de la calidad” o del “mejoramiento continuo”, nos vemos inmersos e inundados de métodos, de procedimientos, de procesos, de formatos o de plataformas, amparados por la expectativa de una acreditación o de una certificación que avalen que lo que decimos que hacemos de alguna manera, evidentemente sea así en la realidad.

Sacrificar un mundo por un verso suena bello en términos poéticos, pero anacrónico e ineficiente en un mundo organizacional competido al extremo. No podemos dejar que la forma se imponga al fondo.

Una tercera dictadura podría incorporar los extremismos o los fanatismos que llevan la defensa de las ideas y las posturas a niveles de conflicto, ya sea en temas económicos, políticos, religiosos o ambientales entre otros varios.

Por último, dentro de esta breve reflexión y con todo el respeto por la diversidad de cualquier tipo y en pleno ejercicio de la tolerancia, se está volviendo cada vez más complicado y complejo aquello de la dictadura de las minorías, que lamentablemente entra en contradicción con el respeto también de las mayorías o del interés general sobre el particular.

El pleno ejercicio de los derechos y los deberes individuales y colectivos, deben ser absolutamente para todos. Hoy estamos sobredimensionando y colocando por encima de cualquier consideración a los derechos y dejamos a un lado los deberes, lo cual a todas luces es una enorme equivocación.

El comportamiento individual merece respeto, pero el adecuado comportamiento social es una condición sin la cual no puede darse la convivencia civilizada.

La manida controversia alrededor del ejercicio de la libertad está hoy en pleno auge.

Hoy somos un planeta deteriorado ambientalmente, con un consumo desaforado que no necesariamente cobija a los casi ocho mil millones de personas que lo habitamos y que estamos envejeciendo a una tasa que está invirtiendo las pirámides demográficas de una gran cantidad de países y cuyas enormes implicaciones están por verse.

El agotamiento de los recursos básicos está poniendo en jaque la viabilidad del proyecto humano.

El agotamiento de la vigencia de los relatos de todo tipo que soportan la civilización y la sociedad tal como hoy la conocemos y la no aparición de alternativas, hacen posible pensar que estamos ante un momento histórico que nos puede conducir al colapso.

Requerimos de un “nuevo renacimiento”, donde el hombre, el humano, la humanidad y el humanismo sean los conceptos que guíen nuestros pasos.

Es el momento de actuar como especie inteligente.