Por José Leonardo Rincón, S. J.
Recibí
copia de un correo del ingeniero Jorge Prieto, ciudadano bogotano, en el que
hace un derecho de petición a la Dirección Técnica de Planeación de Movilidad
de la Alcaldía de esta capital de la República. En uno de sus párrafos me
menciona diciendo que un artículo que escribí hace meses en este muro sobre los
problemas de movilidad le hizo tomar conciencia de este delicado asunto.
Expone
ampliamente sus argumentos y la sensación que queda al final es que estamos
peor que antes. No exagera. Todos los días me desplazo por nuestras calles y compruebo
que no miente: estamos en la sucursal de la luna con unos cráteres peligrosos
que no solo dañan la suspensión de los vehículos, sino que ya ha cobrado la
vida de varios ciclistas y motociclistas. Si estuviéramos en un país
desarrollado, las demandas que perdería la Alcaldía le resultarían más caras
que el arreglo de sus vías, pero aquí no pasa nada, todo el mundo refunfuña, no
protesta, se resigna y aguanta, hasta cuando llegue el próximo estallido social
que acabe con media ciudad y el Gobierno de turno se vea obligado a sacudirse
de su letargo.
Criticamos
entonces el gasto inoficioso, que no la inversión de un montón de aditamentos costosos
(ojos de gato, taches, postes plásticos, etc,) que más demoran en instalarse que
ser arrancados para robárselos dejando destapados sus anclajes metálicos apenas
precisos para pinchar llantas y torcer rines. Les ha dado también por gastar miles
de galones de pintura en señalizaciones sobre superficies deterioradas y para
inventarse parqueaderos callejeros sin parquímetros, con cobros altos y
amenazas de cepos a los que allí se ubiquen y no paguen a tiempo sus
estrafalarias tarifas, tan altas o más caras que las de los parqueaderos de
verdad, con funcionarios improvisados y altaneros que se sienten
plenipotenciarios alcaldes locales. Para poderlos habilitar roban espacio para
amplios carriles de ciclo rutas que muchos ciclistas descaradamente no usan y
hacen unos trazados para carros propios del Macondo garciamarquiano porque uno
de sus corredores lo utilizan, abusivamente, para instalar sus famosos
parqueaderos callejeros.
Estamos,
pues, en la Bogotá inmóvil, llena de ciclo rutas sin ciclistas, de parqueaderos
inventados para buscar plata a como dé lugar, con enormes gastos de pintura y
aditamentos que los dañan pronto, con andenes rotos encerrados en polisombras
inaccesibles, con calles y avenidas cerradas por meses, obligada reducción de
carriles, semáforos electrónicos desincronizados, severos picos y placas que se
pueden obviar pagando, etc. Que nos digan entonces la verdad, pero tengo la
certeza de que todas estas geniales estrategias son para desincentivar el transporte
de particulares. Decisión maravillosa si tuviéramos la alternativa de un
transporte público masivo, organizado, eficiente, ágil y decente. No lo tenemos
y esto es una anarquía donde no se respetan las señales de tránsito, los
peatones se le tiran a los carros de modo amenazante y la gente hace lo que se
le da la gana. ¡Qué vaina, pero es la realidad!