Por José Leonardo Rincón, S. J.
Por
estos días, los jesuitas colombianos nos alegramos con la visita de nuestro
General. Y es que nuestra Orden, a quienes muchos a lo largo de la historia han
considerado el “ejército” del Papa, efectivamente está comandada por el General.
El mismo nombre “Compañía” pareciera aludir a un regimiento. En realidad, no
somos una Orden propiamente militar, aunque el fundador y primer General hubiese
sido conocido como el capitán de Loyola y su conversión hubiese tenido como
origen una herida en batalla. Aún así, el imaginario colectivo alude a nuestra
férrea disciplina, particularmente en lo tocante a los votos de obediencia porque,
así como suena, son dos, puesto que al común de la vida religiosa se añade otro
de obediencia al Papa estrictamente relacionado con las misiones.
Está,
pues, con nosotros Arturo Sosa Abascal, nuestro General. Como Francisco, es el
primer jesuita latinoamericano elegido Superior General de la Compañía de
Jesús. Es venezolano, caraqueño, egresado de nuestro colegio San Ignacio (que
por estos días está cumpliendo 100 años), hijo de una reconocida y muy
respetada familia y quien, habiendo optado por la Compañía, además de sus
estudios eclesiásticos, es doctor en ciencias políticas. Con una trayectoria de
servicio, entre otros, como director del Centro Gumilla, rector de la
Universidad Católica del Táchira, provincial de Venezuela, y consejero general,
creo que en la historia de la Compañía es el único jesuita que ha participado
en cuatro Congregaciones Generales, nuestra máxima asamblea legislativa y que
solo se ha reunido 36 veces en 475 años.
Afable
y cercano, conocedor como pocos de las realidades no solo de nuestra comunidad
sino de la Iglesia toda, le ha tocado asumir tamaño reto desde 2016 para
liderar la que es todavía la más numerosa comunidad religiosa masculina y
también la Unión de Superiores Generales que congrega todas las órdenes,
congregaciones e institutos de vida religiosa masculina. Con un horizonte
apostólico bien definido, cuatro prioridades a nivel universal son su brújula:
la espiritualidad ignaciana, la opción por los pobres, la apuesta por los
jóvenes y el cuidado de la casa común. Frente a tantos desafíos, con tan poca
gente, el empeño está en optimizar nuestro servicio tanto en personas como
recursos, buscando las necesarias y mejores estrategias para lograrlo. A eso
vino: a encontrarse con los 12 provinciales de América Latina y plantearles la
necesidad de reestructurar el modo como hacemos las cosas. Tenemos muchas obras,
muy importantes, pero somos menos, nos hacemos viejos, las vocaciones no
abundan y el contexto es demandante y muy exigente.
Por
suerte San Ignacio concibió la Compañía de Jesús como un cuerpo apostólico del
que hacen parte también, si no jurídicamente, sí en el espíritu y la misión que
se lleva con ellos, los laicos. Ya el visionario Juan XXIII había dicho que
este sería el siglo de su protagonismo. En ese pueblo de Dios que es la
Iglesia, nuestros compañeros apostólicos laicos serán los responsables de sacarla
adelante porque lo que ha tenido origen por inspiración divina, se conservará y
saldrá adelante por ella. Esa certeza es la que nos sostiene, mantiene y anima
a seguir adelante. Y Arturo Sosa, nuestro General, ha venido a avivar esa llama
en jesuitas y laicos. ¡Que así sea!