Por Pedro Juan González Carvajal*
Estoy plenamente de acuerdo en que se deben
hacer reformas sobre los temas más cruciales y sensibles de la sociedad
colombiana, pero deben hacerse bien hechas.
El estar bien hechas, implica aprovechar lo
bueno de lo existente, corregir lo corregible de lo actual e incorporar lo
nuevo que ha de servir para mejorar. Reformar no es sinónimo de tierra arrasada.
El estar bien hechas implica tener una
construcción de la propuesta de proyecto de reforma apoyados por quienes saben
del tema y por quienes lo manejan y lo han de manejar.
Además, antes de presentar el proyecto de
reforma al Congreso, debe haber sido socializado de manera pedagógica y contar
con el aval de las autoridades académicas reconocidas del asunto, debiendo contar,
además, con la viabilidad financiera dada por el Ministerio de Hacienda, los
expertos en el tema, y los legitimadores profesionales, políticos y sociales.
¿Si esto se cumpliera, quien se atrevería a
interponerse? Los argumentos de crítica deberían ser muy sólidos y muy bien
documentados y soportados.
Imaginemos que el proyecto de reforma a la
salud tuviera el aval de todas las Facultades de Medicina del país y el
acompañamiento en su diseño de los actores anteriormente mencionados. Yo no sé
usted amable lector, pero yo la apoyaría sin ningún tipo de reservas ni de duda.
Ahora bien, ¿por qué las facultades de medicina
del país no presentan por iniciativa propia un proyecto de reforma a la salud?
Con el debido respeto esto demuestra falta de compromiso de la Academia y un
incomprendido entendimiento de lo que es la participación social en las
decisiones del país.
¿Por qué los gremios económicos y las cámaras
de comercio y por qué no, los sindicatos, no presentan sendos proyectos de ley,
el uno para una necesaria reforma laboral y el otro para el impulso y la
generación de empleo?
¿Por qué las universidades a través de sus
gremios y asociaciones, acompañados de los representantes de los otros niveles
educativos no asumen la responsabilidad y el compromiso de presentar un
verdadero y concienzudo proyecto para reformar la educación? ¿Necesitamos que
se convoque a “comisiones de sabios” que usualmente son personajes muy
importantes que en la mayoría de los casos no saben nada de educación y mucho
menos de pedagogía y cuyos informes o recomendaciones finales no han servido
para nada?
Algunos definen la inteligencia como la
capacidad para entender, enfrentar y resolver problemas. Una invitación para
que las universidades, la sociedad y las empresas le ayuden al Estado y se
comprometan en la solución de los grandes problemas de la colectividad,
proponiendo y actuando, no solo criticando y teorizando.
Si en gracia de discusión ya supiéramos cuál es
el tipo de poder judicial que se requiere para enfrentar estos nuevos tiempos,
¿por qué no le pedimos asesoría a la OCDE o al país del mundo que sea líder en
el funcionamiento de su aparato de justicia para elaborar y presentar un proyecto
de ley para reformar la justicia, que tan necesario e importante es?
Ejemplos como los anteriores serían aplicables
para temas como la reforma pensional, la reforma agraria, la reforma minera, la
reforma política, entre otras varias que debemos sacar adelante a ver si por
fin somos capaces de adentrarnos a la modernidad y poder participar con alguna
probabilidad de éxito de la globalización y logramos establecer reglas de juego
equitativas que promuevan la igualdad y el bienestar de los ciudadanos en
Colombia.
En esto debemos hacer un detente y hacer una
reflexión seria que nos permita entender que no podemos seguir esperando que el
Estado a través del Gobierno de turno tome la iniciativa para enfrentar todos
los problemas y todos los temas habidos y por haber. La nuestra es una
Constitución Política entre cuyos pilares fundamentales está el de la participación,
pero todos estamos recostados a lo que proponga el Gobierno y ahí sí, enfilar
baterías para tirarle piedras a cualquier propuesta presentada.
La democracia participativa nos pone una vara
muy alta y pone en evidencia la carente cultura política y el débil ejercicio
de la ciudadanía que hoy tenemos en Colombia y su frágil democracia.
Si seguimos haciendo más de lo mismo con los
mismos métodos tradicionales, pues ahí no hay nada que hacer.
William Ospina nuestro excelso escritor y agudo
crítico de la realidad nacional advierte que las reformas, si de verdad son reformas
pertinentes, no es posible que sean tramitadas objetivamente por el Congreso
Nacional, pues allí están representados los poderes tradicionales a quienes el tema
de las reformas no les resulta cómodo.
Recordemos esta sentencia de Maquiavelo: “No
hay nada más difícil e ingrato de intentar que cambiar el orden de las cosas,
pues se tendrá como enemigos a todos aquellos que han triunfado con las
condiciones actuales y como defensores tibios a quienes no tienen nada que
perder con el cambio”.
Ahí les dejo “ese trompo en la uña”.
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