Por José Alvear Sanín
Al regresar de su bufa
visita a España, Petro, “con carita de yo no fui”, se encontrará con dos
sorpresas: la aprobación del Plan Nacional de (sub)Desarrollo (PND) y la toma
de la Plaza de Bolívar por las guardias campesinas.
Si la aprobación del
PND, sin mayores modificaciones, se debe a la mermelada o a la amenaza latente
ejercida sobre los congresistas por una fuerza paramilitar de algo más de un
millar de encapuchados, uniformados y armados de palos, nunca lo sabremos; pero
lo que cuenta es que el larguísimo mamotreto y sus 350 artículos otorgan a
Petro, a pesar de algunas propuestas no admitidas, amplísimos poderes para
modificar la administración pública, crear docenas de “sistemas”,
organizaciones, empresas y comités, propios de un Estado burocratizado, incapaz
de impulsar el desenvolvimiento económico, pero autorizado para malbaratar $1.156
billones en el cuatrienio.
El documento, que
conduce a un laberinto institucional kafkiano, parece ideado entre Cantinflas y
el doctor Goyeneche y redactado por algún mecanismo de inteligencia artificial.
Entonces, para la culminación de la toma absoluta del poder solo quedan
faltando las reformas laboral, sanitaria y pensional, que “el pueblo reclama”,
porque de lo contrario “vendrá la revolución”.
Ahora bien, de un
Congreso capaz de aprobar en pocas horas este Plan de Subdesarrollo —cuando
cada uno de sus capítulos requeriría meses de seria deliberación— se puede
esperar cualquier cosa. Pero si el Capitolio sigue cercado por una fuerza
intimidatoria a la que se sumarán otros cientos de encapuchados —sin desconocer
la posibilidad de que bajen de Sumapaz los guerrilleros de Iván Mordisco para
integrarse a ella—, las siniestras reformas no encontrarán mayores obstáculos.
Formada la tal guardia
campesina, bien sea por indígenas o por elementos de las FARC (¿desmovilizados?
¿disidentes? ¿removilizados?), da lo mismo, porque al regreso de Petro lo
previsible es que no sea desautorizada ni dispersada. Al contrario, es probable
que se asiente definitivamente en las gradas del Capitolio hasta que el
Congreso, motivado por un diálogo guardia-gobierno, legisle para legalizarla
como otra fuerza policial, siguiendo el proyecto de ley respectivo, ya
presentado por los congresistas de los “comunes”.
Ahora bien, ¿qué puede
pasar si este escenario se concreta con uno o dos millares de individuos que
pronto cambiarán los garrotes, bastones y machetes por fusiles? Contrario a la
creencia de que las revoluciones se hacen con enormes masas movilizadas, la francesa
debe más a la pusilanimidad de Lafayette para restablecer el orden y reprimir los
disturbios, que a los tumultos iniciales; y la toma del poder en octubre de
1917 se debió más que todo a la astucia con la que Trotsky desplegó algunos
centenares de subversivos para tomarse los puntos vitales de Petrogrado.
En su monumental e
insuperable Revolución Rusa 1891-1924 (Barcelona: Edhasa; 2010; pag.
547), Orlando Figes ha señalado:
“Las pocas
fotografías que nos han llegado de los días de octubre muestran claramente las
pequeñas dimensiones de la fuerza insurgente. Presentan a un puñado de guardias
rojos y de marineros que aparecen en calles medio desiertas. Ninguna de las
imágenes familiares de una revolución popular (multitudes en las calles,
barricadas y combates) aparece entre ellas. Toda la insurrección, como el mismo
Trotsky reconoció, fue llevada a cabo como un coup d'Etat con «una serie de
pequeñas operaciones, calculadas y preparadas con antelación». Las inmediaciones
del Palacio de Invierno fue la única parte de la ciudad seriamente trastornada
durante el 25 de octubre. En todos los demás sitios la vida de Petrogrado transcurrió
de una manera normal. Los tranvías y los taxis circulaban de manera usual; la
Nevsky estaba llena de la gente normal, y durante la noche las tiendas, los
restaurantes, teatros y cines, siguieron abiertos.
Ahora bien, la toma de
la Plaza de Bolívar es una “pequeña operación calculada y preparada con
antelación”, que puede conducirnos al golpe de Estado definitivo, porque
mientras los pobres Luis XVI y Nicolás II trataron de conservar el Estado, hoy
en Colombia gobierno y subversión son la misma cosa.
***
Hay que rodear al
fiscal Barbosa, valeroso defensor de la Constitución y la Ley, enfrentado al Gobierno
que promueve el caos previo a la revolución.