miércoles, 24 de mayo de 2023

Los niños y el solipsismo de Petro

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín

La terrible historia de los niños perdidos en la más densa selva conmovió al mundo entero, y por eso toda la humanidad respiró feliz algunos minutos cuando Petro declaró que los pequeños habían aparecido.

La ligereza con la que saltó a anunciar el dichoso hallazgo, y la subsiguiente reacción de indignación ante su irresponsable precipitación, sacudieron al mundo, mientras en Colombia nadie se inmutó, porque conocemos su locuacidad irrefrenable y su desconexión de la realidad: el que mucho habla, mucho yerra…

En efecto, su glosolalia — lenguaje conformado por neologismos y sintaxis deformada—, con la que trata todos los temas divinos y humanos, económicos y técnicos, viene aumentando de manera exponencial a partir del 7 de agosto. Ha encontrado en el Twitter un medio electrónico, tan veloz como su pensamiento irreflexivo, inconsistente y de expresión compulsiva, que fulmina desde cualquier parte del mundo porque su frenesí ambulatorio es igualmente irreprimible.

El Colombiano contabilizó entre marzo 10 y abril 9, 272 trinos y 361 retweets de Petro, quien maneja directamente ese mecanismo, mientras las nutridas oficinas de comunicación de la casa de Nariño operan otros medios virtuales con más profesionalismo y mejor gramática, lo que no implica mayor veracidad. Por su lado Caracol Radio, el pasado 19 de mayo informa que han habido días de hasta 30 trinos de Petro y “panelistas consideran que busca protagonizar y dominar la agenda pública con ese tipo de comunicación desinstitucionalizada”.

No acompaño a quienes vienen considerando lo anterior como desequilibrio, porque más bien veo solipsismo en Petro. Este consiste en una forma radical de subjetivismo, según la cual solo puede ser conocido el propio yo. Aparece en numerosas corrientes orientales, especialmente en la India, que ven la existencia solo como un sueño del sujeto, condición que se manifiesta también entre reputados, abstrusos e incomprensibles filósofos alemanes. Por esas razones, no podemos juzgar desfavorablemente a Petro Urrego, por dar él también rienda suelta al solipsismo.

Cuando uno sopesa el inmenso acervo de pensamientos originales, extravagantes, contraevidentes, agresivos, excéntricos o lunáticos del personaje, es evidente que además tiene la pasión adánica de crear el mundo que no pudo modelar antes, porque si el representante Petro no fraguó los servicios de salud, ahora los cambiará contra todos, sin ser médico ni salubrista… Si el alcalde Petro no pudo hacer un metro subterráneo –porque el subsuelo de arcillas plásticas y el costo astronómico no lo permitían–, ahora se harán, aunque él no es ingeniero… Y si el senador Petro no organizó el sistema pensional, ahora ex nihilo se cambiará, aunque él no es actuario…

Y así sucesivamente, a golpes de inspiración y aspiración, una a una, todas las instituciones, empresas y estructuras del país se recrearán sole ipso, bajo los dictados de una mente única, iluminada y omnisciente, guiada por los principios imperecederos de la lucha de clases, hasta que desaparezcan los “blanquitos ricos” y de malas, mientras al conjuro de sus trinos se revitaliza la Amazonia, rebaja el costo de la vida, disminuye el paro y se salva de la extinción la especie.