Por José Alvear Sanín
La terrible historia de
los niños perdidos en la más densa selva conmovió al mundo entero, y por eso
toda la humanidad respiró feliz algunos minutos cuando Petro declaró que los
pequeños habían aparecido.
La ligereza con la que
saltó a anunciar el dichoso hallazgo, y la subsiguiente reacción de indignación
ante su irresponsable precipitación, sacudieron al mundo, mientras en Colombia
nadie se inmutó, porque conocemos su locuacidad irrefrenable y su desconexión
de la realidad: el que mucho habla, mucho yerra…
En efecto, su
glosolalia — lenguaje conformado por neologismos y sintaxis deformada—, con la
que trata todos los temas divinos y humanos, económicos y técnicos, viene aumentando
de manera exponencial a partir del 7 de agosto. Ha encontrado en el Twitter un
medio electrónico, tan veloz como su pensamiento irreflexivo, inconsistente y
de expresión compulsiva, que fulmina desde cualquier parte del mundo porque su
frenesí ambulatorio es igualmente irreprimible.
El Colombiano
contabilizó entre marzo 10 y abril 9, 272 trinos y 361 retweets de Petro,
quien maneja directamente ese mecanismo, mientras las nutridas oficinas de
comunicación de la casa de Nariño operan otros medios virtuales con más
profesionalismo y mejor gramática, lo que no implica mayor veracidad. Por su
lado Caracol Radio, el pasado 19 de mayo informa que han habido días de hasta
30 trinos de Petro y “panelistas consideran que busca protagonizar y dominar
la agenda pública con ese tipo de comunicación desinstitucionalizada”.
No acompaño a quienes
vienen considerando lo anterior como desequilibrio, porque más bien veo
solipsismo en Petro. Este consiste en una forma radical de subjetivismo, según
la cual solo puede ser conocido el propio yo. Aparece en numerosas corrientes
orientales, especialmente en la India, que ven la existencia solo como un sueño
del sujeto, condición que se manifiesta también entre reputados, abstrusos e
incomprensibles filósofos alemanes. Por esas razones, no podemos juzgar
desfavorablemente a Petro Urrego, por dar él también rienda suelta al
solipsismo.
Cuando uno sopesa el
inmenso acervo de pensamientos originales, extravagantes, contraevidentes,
agresivos, excéntricos o lunáticos del personaje, es evidente que además tiene
la pasión adánica de crear el mundo que no pudo modelar antes, porque si el
representante Petro no fraguó los servicios de salud, ahora los cambiará contra
todos, sin ser médico ni salubrista… Si el alcalde Petro no pudo hacer un metro
subterráneo –porque el subsuelo de arcillas plásticas y el costo astronómico no
lo permitían–, ahora se harán, aunque él no es ingeniero… Y si el senador Petro
no organizó el sistema pensional, ahora ex nihilo se cambiará, aunque él
no es actuario…
Y así sucesivamente, a
golpes de inspiración y aspiración, una a una, todas las instituciones,
empresas y estructuras del país se recrearán sole ipso, bajo los
dictados de una mente única, iluminada y omnisciente, guiada por los principios
imperecederos de la lucha de clases, hasta que desaparezcan los “blanquitos
ricos” y de malas, mientras al conjuro de sus trinos se revitaliza la Amazonia,
rebaja el costo de la vida, disminuye el paro y se salva de la extinción la
especie.