Dicen los pedagogos, los pediatras y los nutricionistas, entre otra gran
variedad de especialistas, que los 5 primeros años de vida son fundamentales en
la configuración física y mental del individuo, sin olvidar sus nueve meses de
gestación. Durante este período madura el cerebro y se potencian las facultades
sicomotrices.
El niño es una absoluta esponja, absorbe y retiene toda porción de realidad
que se le atraviesa, buena o mala, lo cual lo marcará de por vida de manera
consciente o inconsciente.
La familia, cualquiera sea su configuración, es determinante para sacar
adelante el más importante de los proyectos de la humanidad: darle continuidad
a la especie.
El afecto, el respeto, la seguridad, los principios de socialización, entre
otros grandísimos atributos, se consiguen o no alrededor del núcleo familiar.
Aparece el proceso educativo y formativo que involucra a la familia, al
profesor, al niño y a la sociedad, para que entre todos saquemos adelante este
valioso y definitivo proceso.
Si me preguntaran cuál es el más importante de los niveles educativos por
los que he transitado, a saber, kínder, primaria, bachillerato, pregrado, especialización,
maestría, doctorado o extensión, no vacilaría un solo instante en afirmar que,
para mí, el fundamental y estructurante es el haberme graduado de primaria.
Adquirí en mi amado Colegio de San José, “mi colegio por siempre”, las
primeras orientaciones para poder desarrollar las habilidades sociales que me
han permitido convivir y coexistir tanto con amigos como con no tan amigos.
Aprendí que la mayoría de los objetivos y los logros se alcanzan trabajando con
los otros, es decir en grupos y en equipos de trabajo. Además, adquirí
seguridad en mí mismo y comencé a descubrir nuevos mundos, que, ante la
variedad y magnificencia, no me han permito todavía saber qué es lo que
verdaderamente quiero estudiar, pues me gustan casi todas las áreas de
conocimiento. Entendí que existen normas de buen comportamiento que se reducen
a reconocer que debo tratar a los otros como quiero que me traten a mí, que
todos somos iguales y que es bueno compartir de manera solidaria, poniendo la
verdad delante de cualquier cosa. También aprendí que todo toma su tiempo, que
hay que prepararse si uno quiere obtener buenos resultados en cualquier
actividad y que solo a base de disciplina, voluntad, esfuerzo y autocontrol,
uno puede aspirar a logros superiores.
Finalmente, pero no de manera absoluta, los Lasallistas poseemos el valor
casi que innato y espontáneo de la solidaridad y de la tolerancia, lo cual nos
facilita y hace más amable nuestro breve tránsito por este planeta, que no es
precisamente un camino de rosas.
Percibimos en la primaria lo que algunos pensadores consideran verdaderas
máximas: que la matemática nos hace exactos, la filosofía nos hace reflexivos y
la astronomía nos hace humildes.
También en primaria nos acercamos a las respuestas a los grandes
interrogantes que nos acompañarán por toda nuestra vida consciente: ¿Quién soy?
¿Dónde estoy?, que son los insumos básicos para poder acceder a la comprensión
de la ubicación y la identidad, tanto geográfica como histórica que tengo en el
planeta.
Hoy podemos estar muy descrestados por las herramientas informáticas,
computacionales y de comunicación que se han venido incrementando y
popularizando, pero lo más importante es reconocer que son y deben ser
manejadas y tratadas como simples herramientas.
En mi caso, durante los cinco años de la primaria tuve profesores que eran
a su vez jefes de curso y que respondían por todas las materias. Para mí era
mágico que una misma persona supiera de historia, de geografía, de religión, de
castellano, de música, de matemáticas, de ciencias naturales, de educación
física, de dibujo, de caligrafía, de cívica y urbanidad, y que por sobre todas
las cosas, distinguieran profundamente a sus estudiantes y los supieran
orientar y potenciar hacia actividades donde pudieran desarrollar sus
fortalezas y gustos tanto en el deporte, como en temas de liderazgo, de
investigación o de actividades sociales, entre otras tantas.
Aprendí a respetar a los mayores y a las autoridades, aprendí que la
convivencia y la civilización están acompañadas de ritos –todos ellos
respetables y que
existen instancias y momentos para enfrentar las situaciones que se presentan
de manera cotidiana.
En esta época de cambio o de cambio de época, los padres, los profesores y
los estudiantes no son los mismos de antes y esto no es ninguna novedad ni
ningún hándicap negativo. Cada época trae su afán y nos corresponde a nosotros
como generaciones de relevo, no ser inferiores al compromiso de permitir su
desarrollo personal y respetar sus nuevas cosmovisiones, tal como nuestros
padres y abuelos hicieron con nosotros.
¡Insistir, persistir y no desistir!