Por: Luis Alfonso García Carmona
“El
cristiano no debe estar ausente en ningún área de acción humana; es requerido
en todas partes” (Jacques Maritain)
Soy consciente de
la indiferencia de muchos de mis compatriotas por el tema político, y ello es
fácilmente comprobable en los altos niveles de abstención que se presentan en
las elecciones para elegir nuestros gobernantes o representantes en las
corporaciones públicas.
No deja de ser
curioso que aquellos que no participan en las justas democráticas son los
primeros en criticar a quienes salieron elegidos. ¿Por qué no participaron en
política o, por lo menos, ejercieron su derecho al sufragio, cuando tuvieron la
oportunidad de cambiar los resultados?
La historia nos
enseña que la mentira y las vanas ilusiones, merced a los enormes presupuestos
publicitarios y a la indiferencia de muchos, se han apoderado de la realidad.
Ahora se cambia la historia por “comisiones de la verdad” que ocultan los
crímenes de la izquierda radical y estigmatizan a quienes levantan su voz
contra la iniquidad.
Se asigna más valor
a la apariencia que a la realidad. Se ha instaurado la perversa costumbre de
utilizar los presupuestos públicos, vale decir, el dinero de los contribuyentes,
para convertir en estadista a cualquier corrupto mediocre que ocupa un alto
cargo estatal.
Las gentes, aunque
posan de indiferentes a la política, alimentan sus mentes a diario con la
propaganda oficial y la diaria avalancha de mensajes por las redes sociales
incitando al odio de clases, la pornografía, el desmoronamiento de la moral y
la búsqueda del placer por encima de los valores morales que eran nuestro
patrimonio cultural.
Algunos continúan
alardeando de ser indiferentes a la política aunque los criminales más crueles
de nuestra historia sean premiados con el título de “padres de la patria”, o aunque
un oscuro personaje formado en la escuela del terrorismo y la violencia haya
sido elegido presidente, o aunque un plebiscito en el que el pueblo soberano
haya rechazado el humillante acuerdo del gobierno de Santos con las FARC haya
sido desconocido por las tres ramas del poder, o aunque el narcotráfico que ha
causado el envilecimiento del país y la destrucción moral de millones de
jóvenes en el mundo entero, sea patrocinado por el régimen marxista del
camarada Aureliano.
Permítanme que les
pregunte: ¿Dónde dejamos nuestras creencias en el evangelio de Cristo? ¿Cuándo
cambiamos la filosofía de la Fe por la filosofía atea? ¿Cuándo permitimos que
la dignidad de la persona humana fuera sustituida por la omnímoda voluntad de
un Estado totalitario y marxista?
Con todo respeto,
pero también con toda la responsabilidad que la dramática coyuntura nos impone,
debo hacer un llamado a quienes se dicen cristianos a que salgamos, como un
ejército, a defender nuestras creencias, no sólo en el plano espiritual o
religioso, sino en la actividad diaria, en lo terrenal, en el mundo en que
vivimos y en el que van a vivir nuestros descendientes. No les dejemos el
legado de un país en bancarrota moral y económica.
Comencemos por
participar en política para rescatar a Colombia de las manos de quienes la
están destruyendo. ¿Cómo se logra? Uniéndonos en un gran movimiento de
personas, no de partidos (que ya están envilecidos por la corrupción) y
mostremos ante la faz de la tierra que la dupla Petro-Márquez fueron elegidos
fraudulentamente, que el candidato a la Presidencia estaba inhabilitado para
ser elegido por haber sido condenado penalmente por la comisión de un delito, y
que ambos son indignos para ejercer los cargos que ocupan. Respaldemos en todas
las calles y plazas del país el juicio político que se está iniciando en su
contra en el Congreso.
Si nosotros,
formados en las enseñanzas del Evangelio, que tantos beneficios han traído a la
humanidad, no iniciamos esta batalla, entonces ¿quiénes lo harán?
Como ciudadanos de
Colombia en esta oscura etapa que nos ha correspondido vivir y como defensores
del bien común, somos conscientes de que las decisiones en el orden
terrenal, en lo político, no deben estar sujetas a las pasiones políticas o a
los intereses personalistas, de clase, o de partido, sino a la verdad, la
justicia y la dignidad de la persona humana. En consecuencia, si creemos en
la verdad de esta política basada en el referente del mensaje Divino, lo más
urgente es derribar a quienes pretenden aplastarla desde el Gobierno.