martes, 25 de abril de 2023

¿Por qué debemos participar en política?

Luis Alfonso García Carmona
Por: Luis Alfonso García Carmona

“El cristiano no debe estar ausente en ningún área de acción humana; es requerido en todas partes” (Jacques Maritain)

Soy consciente de la indiferencia de muchos de mis compatriotas por el tema político, y ello es fácilmente comprobable en los altos niveles de abstención que se presentan en las elecciones para elegir nuestros gobernantes o representantes en las corporaciones públicas.

No deja de ser curioso que aquellos que no participan en las justas democráticas son los primeros en criticar a quienes salieron elegidos. ¿Por qué no participaron en política o, por lo menos, ejercieron su derecho al sufragio, cuando tuvieron la oportunidad de cambiar los resultados?

La historia nos enseña que la mentira y las vanas ilusiones, merced a los enormes presupuestos publicitarios y a la indiferencia de muchos, se han apoderado de la realidad. Ahora se cambia la historia por “comisiones de la verdad” que ocultan los crímenes de la izquierda radical y estigmatizan a quienes levantan su voz contra la iniquidad.

Se asigna más valor a la apariencia que a la realidad. Se ha instaurado la perversa costumbre de utilizar los presupuestos públicos, vale decir, el dinero de los contribuyentes, para convertir en estadista a cualquier corrupto mediocre que ocupa un alto cargo estatal.

Las gentes, aunque posan de indiferentes a la política, alimentan sus mentes a diario con la propaganda oficial y la diaria avalancha de mensajes por las redes sociales incitando al odio de clases, la pornografía, el desmoronamiento de la moral y la búsqueda del placer por encima de los valores morales que eran nuestro patrimonio cultural.

Algunos continúan alardeando de ser indiferentes a la política aunque los criminales más crueles de nuestra historia sean premiados con el título de “padres de la patria”, o aunque un oscuro personaje formado en la escuela del terrorismo y la violencia haya sido elegido presidente, o aunque un plebiscito en el que el pueblo soberano haya rechazado el humillante acuerdo del gobierno de Santos con las FARC haya sido desconocido por las tres ramas del poder, o aunque el narcotráfico que ha causado el envilecimiento del país y la destrucción moral de millones de jóvenes en el mundo entero, sea patrocinado por el régimen marxista del camarada Aureliano.

Permítanme que les pregunte: ¿Dónde dejamos nuestras creencias en el evangelio de Cristo? ¿Cuándo cambiamos la filosofía de la Fe por la filosofía atea? ¿Cuándo permitimos que la dignidad de la persona humana fuera sustituida por la omnímoda voluntad de un Estado totalitario y marxista?

Con todo respeto, pero también con toda la responsabilidad que la dramática coyuntura nos impone, debo hacer un llamado a quienes se dicen cristianos a que salgamos, como un ejército, a defender nuestras creencias, no sólo en el plano espiritual o religioso, sino en la actividad diaria, en lo terrenal, en el mundo en que vivimos y en el que van a vivir nuestros descendientes. No les dejemos el legado de un país en bancarrota moral y económica.

Comencemos por participar en política para rescatar a Colombia de las manos de quienes la están destruyendo. ¿Cómo se logra? Uniéndonos en un gran movimiento de personas, no de partidos (que ya están envilecidos por la corrupción) y mostremos ante la faz de la tierra que la dupla Petro-Márquez fueron elegidos fraudulentamente, que el candidato a la Presidencia estaba inhabilitado para ser elegido por haber sido condenado penalmente por la comisión de un delito, y que ambos son indignos para ejercer los cargos que ocupan. Respaldemos en todas las calles y plazas del país el juicio político que se está iniciando en su contra en el Congreso.

Si nosotros, formados en las enseñanzas del Evangelio, que tantos beneficios han traído a la humanidad, no iniciamos esta batalla, entonces ¿quiénes lo harán?

Como ciudadanos de Colombia en esta oscura etapa que nos ha correspondido vivir y como defensores del bien común, somos conscientes de que las decisiones en el orden terrenal, en lo político, no deben estar sujetas a las pasiones políticas o a los intereses personalistas, de clase, o de partido, sino a la verdad, la justicia y la dignidad de la persona humana. En consecuencia, si creemos en la verdad de esta política basada en el referente del mensaje Divino, lo más urgente es derribar a quienes pretenden aplastarla desde el Gobierno.