Por Pedro Juan González Carvajal
Uno de los pasajes más bellos del Evangelio que ha sido
catalogado como la máxima expresión de la caridad por parte de Jesús, es el
conocido como el “Sermón de la montaña”, donde se exponen lo que hoy
conocemos como “Las bienaventuranzas”, de acuerdo con Mateo (5, 3-12), y
que aquí recordamos:
Las bienaventuranzas:
* Primera bienaventuranza
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
* Segunda bienaventuranza
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
* Tercera bienaventuranza
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
* Cuarta bienaventuranza
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
saciados.
* Quinta bienaventuranza
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
* Sexta bienaventuranza
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
* Séptima bienaventuranza
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de
Dios.
* Octava bienaventuranza
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el
Reino de los cielos.
* Novena bienaventuranza
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda
clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra
recompensa será grande en los cielos.
Es claro que la mansedumbre es un atributo especial, y que la pobreza de
espíritu pues lleva a inclinarnos a pensar en los débiles de carácter y de
criterio.
Sin embargo, estas bienaventuranzas deben servirnos para distinguir
entre los comportamientos individuales y entre los comportamientos exigidos en
el mundo organizacional. Otra mirada da la posibilidad también de mirarlas como
marco de comportamiento ético, y por qué no, del nivel de exigencia que se debe
tener en las organizaciones para sacar adelante los objetivos que nos han de
beneficiar a todos.
Criterio, carácter, firmeza, tenacidad, pilas, perrenque, decisión,
determinación resolución, impulso, energía, dinamismo, imaginación,
creatividad, iniciativa, liderazgo, berraquera, enjundia, entusiasmo, riesgo,
mando, gestor y gerente, son algunos conceptos que hoy se requieren con
urgencia como parte de los atributos que deben poseer los directivos de turno
de cualquier tipo de organización para pretender salir adelante de todas las
crisis que en simultáneo se nos están presentando a lo largo y ancho del
planeta.
Globalización, productividad, competitividad, son realidades planetarias
que debemos entender y comprender para poder actuar con alguna posibilidad de supervivencia.
Cada organización tiene su ritmo y es obligación de sus integrantes
acompasar dicho ritmo. Ya sostenía Mao que “la velocidad de un ejército de
infantería está condicionada por la velocidad del soldado más lento”, lo
cual no puede colocar en riesgo al conjunto.
A nivel latinoamericano, la lentitud en el pensar y en el
hacer nos ha sentenciado hasta el momento, a tener un nivel de desarrollo
inferior al de otras comunidades a pesar de las grandes riquezas de todo tipo
que poseemos.
Lo describe muy bien el autor guatemalteco Cardoza y Aragón
cuando podía burlarse de su ciudad natal, Antigua, diciendo que “allí la
gente no había nacido de un orgasmo sino de un bostezo”.
Flaco favor hacen a las organizaciones las personas que no
tienen la velocidad que se requiere y que muchas veces los sentencian como ineficientes,
lerdos o perezosos.
El ritmo actual del planeta es “ya”, “now” dirán
los anglosajones, quienes hoy marcan la pauta planetaria.
La tecnología impone nuevos ritmos y velocidades y es muy
común que decisiones y acciones que deben ser inmediatas vean pasar los días,
las semanas, o aún los meses sin que quienes tienen que liderarlas y
empujarlas, siquiera se inmuten, acompañado lo anterior por un pésimo o
inexistente sistema metódico de seguimiento.
No por ostentar un cargo con denominación de presidente,
gerente, director, rector, general, entre otros tantos, se puede asumir que el
comportamiento sea como tal.
A ratos los nombres de los cargos les quedan grandes a las
personas que los ostentan y que se refugian en su mediocridad para sobrevivir,
pasando de agache, tratando de quedar bien con todo el mundo, sin asumir retos
y responsabilidades directas y obviamente, sin meter goles.
Una cosa es la pobreza de espíritu asociada a la debilidad
y otra es la pobreza de espíritu propia de los seres apocados o perezosos.
Nota: cualquier reforma que deje
abierta la puerta para que el ciudadano, para poder ejercer y acceder a sus
derechos, tenga que acudir a las distintas figuras y procedimientos que ofrece
la justicia, como los derechos de petición y la tutela, debe ser desestimada de
tajo por simple respeto al ciudadano.
No podemos caer en la trampa de que uno de los pasos para
sacar adelante un reconocimiento a un derecho tenga que incorporar, por
ejemplo, una tutela. ¡No hay derecho!
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