miércoles, 15 de marzo de 2023

Mariano Ospina Hernández, ideólogo y pensador

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

Cuando evoco a Mariano Ospina Hernández (1927-2018) en este quinto aniversario de su muerte, se me viene a la mente la expresión The best president we never had, con la cual los gringos se duelen de las grandes figuras políticas que, mereciéndola, nunca alcanzaron la primera magistratura.

Aunque fue personaje sobresaliente de la política, nunca persiguió el poder como proyección personal. Tres grandes presidentes lo antecedían y le dictaron un imperativo de servicio. Por esa razón, Ospina Hernández se trazó, desde muy joven, un plan exigente de excelencia académica, que daría frutos como ingeniero, constructor y urbanista, por el lado profesional de una vida polifacética en la que también encontramos al botánico, orquideólogo, ecologista, planificador y promotor del desarrollo armónico de todo un Continente que debe acercarse a la Amazonía con respeto, pero consciente del potencial inmenso de desarrollo integral y sostenible de sus recursos.

Integrar fue, entonces, un verbo fundamental conjugado siempre por Ospina. Así, no es casual que una de sus primeras empresas en el campo de lo público fuera la creación del Instituto de Planeación Integral, porque para él esta disciplina excedía tanto lo económico como lo técnico. El propósito del desarrollo es el bienestar del ser humano, que debe ser mirado en su integridad, en su doble dimensión de alma y cuerpo. De ahí que economía, naturaleza y arte, deben ponerse a su servicio, y el Estado, que es garante de su vida, tiene que ser respetuoso de las libertades religiosa, intelectual, moral y económica de los asociados, de tal manera que sus funciones, esenciales para asegurar el progreso y la prosperidad de la sociedad, estén siempre ceñidas al riguroso orden moral del cristianismo.

Una y otra vez Mariano Ospina Hernández insistía en el tema de la lucha entre civilización y barbarie. Desde la aparición del Programa Conservador de 1849, suscrito por Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro, el conservatismo colombiano ha sido el defensor de la civilización, contra las fuerzas que buscan destruir el resultado de siglos de pensamiento y acción, que se conjugan para asegurar el progreso moral, espiritual, jurídico y económico de las gentes. Contra ese lento y reflexivo, pero tan frágil como indispensable orden, siempre ha habido grandes fuerzas contrarias, siendo la mayor y más agresiva la que plantea el marxismo-leninismo totalitario, o comunismo.

La oposición permanente, en Colombia, a ese movimiento internacional, fue el leitmotiv de su actuación política.

En sus últimos años se manifestó vigorosamente contra el desvío ideológico y el clientelismo de cierto oficialismo en el Partido Conservador. Y para mantener lo esencial del ideario de esa colectividad fundó, acompañado por su incomparable esposa, doña Helena Baraya, el Foro Atenas y La Linterna Azul.

El Foro fue concebido como un centro de pensamiento para el estudio de los problemas nacionales; y La Linterna, como un órgano de permanente información sobre la realidad nacional, enmascarada por medios cooptados por la extrema izquierda o embadurnados de mermelada.

El pensamiento de Ospina Hernández como dirigente político, congresista y diplomático, abarca también numerosas áreas técnicas, científicas, económicas y sociales. Hay un ensayo suyo que condensa los ideales imperecederos del conservatismo y lleva por título “La verdadera riqueza y las tres pobrezas”, resultado de su análisis, durante largos años, del problema de la miseria en Colombia.

Analizó también en ese documento las propuestas para superarla, que se enfocan casi todas desde el punto de vista de la economía y la distribución del ingreso. A su juicio, esa concepción meramente economicista es superficial porque no tiene en cuenta la naturaleza humana profunda. Opinaba que el pueblo colombiano tenía tres grandes pobrezas: la intelectual, la moral y la económica, y que esta última solo podría superarse si se remediaran las dos primeras mediante una educación que tuviera en cuenta no solo la ciencia, la tecnología y la productividad, sino también los aspectos culturales, espirituales y morales.

Según su razonamiento, no basta con una buena capacitación si los individuos no ajustan su conducta a elevados valores morales y la política sigue dominada por la corrupción. Únicamente con la superación de los factores negativos podrá lograrse el progreso económico, advirtiendo que la verdadera riqueza no es meramente monetaria, porque hay que considerar los factores físicos, intelectuales y espirituales que el ser humano requiere para su pleno desarrollo y su bienestar anímico.

Estas ideas, que reflejan mejor que muchos discursos y plataformas políticas la verdadera esencia del pensamiento conservador, no han perdido vigencia. Como homenaje a su memoria, La Linterna Azul publicó, el 14 de marzo, ese elevado documento, más actual que nunca, porque indica cómo la superación de nuestros problemas nacionales no será posible nunca tomando el atajo de la barbarie, la demagogia, la improvisación, el fanatismo, la vulgaridad y la abolición del derecho.