Por José Alvear Sanín*
Cuando
evoco a Mariano Ospina Hernández (1927-2018) en este quinto aniversario de su
muerte, se me viene a la mente la expresión The
best president we never had, con la cual los gringos se duelen de las
grandes figuras políticas que, mereciéndola, nunca alcanzaron la primera
magistratura.
Aunque
fue personaje sobresaliente de la política, nunca persiguió el poder como
proyección personal. Tres grandes presidentes lo antecedían y le dictaron un
imperativo de servicio. Por esa razón, Ospina Hernández se trazó, desde muy
joven, un plan exigente de excelencia académica, que daría frutos como
ingeniero, constructor y urbanista, por el lado profesional de una vida
polifacética en la que también encontramos al botánico, orquideólogo, ecologista,
planificador y promotor del desarrollo armónico de todo un Continente que debe acercarse
a la Amazonía con respeto, pero consciente del potencial inmenso de desarrollo
integral y sostenible de sus recursos.
Integrar
fue, entonces, un verbo fundamental conjugado siempre por Ospina. Así, no es
casual que una de sus primeras empresas en el campo de lo público fuera la
creación del Instituto de Planeación Integral, porque para él esta disciplina
excedía tanto lo económico como lo técnico. El propósito del desarrollo es el
bienestar del ser humano, que debe ser mirado en su integridad, en su doble
dimensión de alma y cuerpo. De ahí que economía, naturaleza y arte, deben
ponerse a su servicio, y el Estado, que es garante de su vida, tiene que ser
respetuoso de las libertades religiosa, intelectual, moral y económica de los
asociados, de tal manera que sus funciones, esenciales para asegurar el
progreso y la prosperidad de la sociedad, estén siempre ceñidas al riguroso
orden moral del cristianismo.
Una
y otra vez Mariano Ospina Hernández insistía en el tema de la lucha entre
civilización y barbarie. Desde la aparición del Programa Conservador de 1849,
suscrito por Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro, el conservatismo
colombiano ha sido el defensor de la civilización, contra las fuerzas que
buscan destruir el resultado de siglos de pensamiento y acción, que se conjugan
para asegurar el progreso moral, espiritual, jurídico y económico de las
gentes. Contra ese lento y reflexivo, pero tan frágil como indispensable orden,
siempre ha habido grandes fuerzas contrarias, siendo la mayor y más agresiva la
que plantea el marxismo-leninismo totalitario, o comunismo.
La
oposición permanente, en Colombia, a ese movimiento internacional, fue el leitmotiv
de su actuación política.
En
sus últimos años se manifestó vigorosamente contra el desvío ideológico y el
clientelismo de cierto oficialismo en el Partido Conservador. Y para mantener
lo esencial del ideario de esa colectividad fundó, acompañado por su
incomparable esposa, doña Helena Baraya, el Foro Atenas y La Linterna Azul.
El
Foro fue concebido como un centro de pensamiento para el estudio de los
problemas nacionales; y La Linterna, como un órgano de permanente información
sobre la realidad nacional, enmascarada por medios cooptados por la extrema
izquierda o embadurnados de mermelada.
El
pensamiento de Ospina Hernández como dirigente político, congresista y
diplomático, abarca también numerosas áreas técnicas, científicas, económicas y
sociales. Hay un ensayo suyo que condensa los ideales imperecederos del
conservatismo y lleva por título “La verdadera riqueza y las
tres pobrezas”, resultado de su análisis, durante largos años, del
problema de la miseria en Colombia.
Analizó
también en ese documento las propuestas para superarla, que se enfocan casi todas
desde el punto de vista de la economía y la distribución del ingreso. A su
juicio, esa concepción meramente economicista es superficial porque no tiene en
cuenta la naturaleza humana profunda. Opinaba que el pueblo colombiano tenía
tres grandes pobrezas: la intelectual, la moral y la económica, y que esta
última solo podría superarse si se remediaran las dos primeras mediante una
educación que tuviera en cuenta no solo la ciencia, la tecnología y la
productividad, sino también los aspectos culturales, espirituales y morales.
Según
su razonamiento, no basta con una buena capacitación si los individuos no
ajustan su conducta a elevados valores morales y la política sigue dominada por
la corrupción. Únicamente con la superación de los factores negativos podrá
lograrse el progreso económico, advirtiendo que la verdadera riqueza no es
meramente monetaria, porque hay que considerar los factores físicos,
intelectuales y espirituales que el ser humano requiere para su pleno
desarrollo y su bienestar anímico.
Estas ideas, que reflejan mejor que muchos discursos y plataformas políticas la verdadera esencia del pensamiento conservador, no han perdido vigencia. Como homenaje a su memoria, La Linterna Azul publicó, el 14 de marzo, ese elevado documento, más actual que nunca, porque indica cómo la superación de nuestros problemas nacionales no será posible nunca tomando el atajo de la barbarie, la demagogia, la improvisación, el fanatismo, la vulgaridad y la abolición del derecho.