Por José Alvear Sanín*
No ha faltado, en los 180 días que lleva
hablando, volando y contaminando, uno solo en el que Petro no nos sorprenda con
uno o varios ex abruptos irracionales, irresponsables, inesperados,
insólitos, inconvenientes, imprudentes, indignos… Pero aún más sorprendente, a
pesar de su carácter demoledor, es el silencio de los jefes políticos, los
medios masivos, los gremios y las academias, frente a esos pronunciamientos,
que se van convirtiendo en las políticas de un gobierno cuyo propósito
inocultable es el de destruir el modelo económico-social que hace posible el
Estado de Derecho.
Casi que desde la primera semana el país se
acostumbró a escucharlo como quien oye llover; y ante esa ausencia de reacción
el personaje se enardece, y cada veinticuatro horas se supera, hasta el punto
de que ya es imposible escoger cuál de sus desatinos es el peor.
Lo de la ONU fue horroroso. La identificación
de un enemigo interno con la Constitución y la Ley, atroz; la solidaridad con
Castillo y los arrumacos con Maduro, increíbles; la exaltación de la primera
línea, en Cali, alucinante, para no hablar de su leit motiv, que la
cocaína es menos perjudicial que el carbón y el petróleo… etc., etc., etc.…
Cuando alcanzó a decir que “por definición” la
criminalidad disminuye si se derogan muchos tipos penales, todos pensamos —con
indudable alivio— que había llegado al clímax y que a partir de ese momento
sería imposible que de sus labios saliera algo más extravagante y escandaloso.
Pero nos equivocamos. Pocas horas después nos
informó:
(…) no
hay diferencia entre el Estado colombiano y el Estado nazi, y que el nuestro no
solo es asesino, sino es genocida (…), ayudó a matar a miles de colombianos
simplemente porque eran de izquierda (…), aun hoy, uno va a cualquier esquina
de cualquier ciudad de Colombia y dice: “Soy de izquierda”, y empieza a sentir
peligro (…)
En la anterior declaración sorprende el uso del
tiempo presente. Petro parece olvidar que es él quien actualmente manda. Si
como jefe de Estado conoce en qué ciudades y esquinas sienten miedo los
izquierdistas, ¿cómo es posible que ese fenómeno sea tolerado por su gobierno?
Surgen algunas preguntas inevitables como:
* ¿Qué
clase de Estado nazi es este, que jamás ha perseguido a los ciudadanos judíos,
muchos de los cuales poseen importantes empresas que engrandecen a Colombia?,
para no hablar de empresarios de esa apreciable colonia que han sido sus amigos
y sus principales apoyos económico-electorales.
* ¿Qué clase de Estado nazi es el que ha
contado con las luces de Petro durante unos veinte años en el Congreso y ha
aceptado su elección?
* ¿Cuál nazismo existe en un país donde las
minorías étnicas no sufren persecución racial alguna? Aquí los indígenas son
dueños de la tercera parte del territorio y la vicepresidente pronuncia
encendidas diatribas contra las mayorías mestizas.
Por su ancestro italiano, Petro debe recordar a
un gobernante hablantinoso que impuso la consigna: “Il Duce ha sempre
ragione”, para acallar cualquier disenso o crítica y excusar sus excesos verbales,
sus delirios y la locura que condujo a su país a la mayor desgracia.