jueves, 2 de febrero de 2023

El Estado colombiano ha colapsado

Epicteto, el opinador
Epicteto el opinador

Se dice que un Estado ha colapsado cuando deja de cumplir las funciones esenciales para las cuales fue constituido: garantizar las libertades y los derechos de sus habitantes; proveer a su seguridad personal y la de sus bienes; administrar justicia en los conflictos entre la población o entre esta y las autoridades; disponer de un sistema de salud y de seguridad social para ayudar a la gente en sus enfermedades o en su vejez; prevenir y castigar las conductas criminales que afectan a la sociedad y a sus componentes; facilitar la actividad económica y la generación de empleo en beneficio de la población, y aplicar los recursos públicos a la solución de las necesidades de los gobernados.

Sin el cumplimiento de esos fines básicos no se justifica la existencia del Estado ni la cesión por parte de la ciudadanía de una parte de sus libertades y derechos en favor de la camarilla que pretenda suplantar la organización estatal, como ocurre ahora en Colombia.

Comenzó el actual régimen sobre la base de unas espurias elecciones que presentaron el mayor número de irregularidades e inconsistencias de nuestra vida democrática, las cuales no fueron revisadas gracias al contubernio entre la Registraduría, el Gobierno de turno, los organismos de control y el poder judicial. ¿Dónde quedó el derecho al sufragio?

Bastó un solo semestre para que los avances democráticos e institucionales construidos por nuestros antepasados en más de 2 siglos de vida soberana fueran desmoronados por la izquierda radical entronizada espuriamente en el poder, con la complacencia de los dirigentes llamados “de centro”. Se atribuye a José Antonio Primo de Rivera la afirmación de que “En general, los partidos centristas son como la leche esterilizada, no tienen microbios, pero tampoco vitaminas” (De Foxá, Agustín, Madrid de corte a ckeka, Ediciones de Orientación Española, 1942, pag.171). Con la salvedad de que, entre nosotros, esos partidos han estado contaminados por los microbios de la corrupción, el encubrimiento del delito y la cobardía.

Ahora sufrimos los colombianos la inseguridad física y la de nuestros haberes en una sociedad al servicio del narcotráfico, el crimen organizado y el vandalismo.

Se han borrado los límites entre las ramas del poder y, desde el Ejecutivo se ordena la libertad de los terroristas y el cese a la erradicación de la coca, y ahora se anuncia la eliminación de los delitos del código penal para “disminuir la criminalidad”.

Nuestro sistema de salud, catalogado como uno de los más eficientes del mundo será despedazado para entregar la atención de los colombianos al Estado botarata y corrupto que conocemos.

Los ahorros que los trabajadores guardan para su pensión de vejez serán arrebatados por la tiranía comunista que no respeta ni la Constitución ni el sentido común.

Se incrementan los impuestos, aumenta la inflación, pierde valor nuestra moneda como nunca en toda nuestra historia, se ahuyenta la inversión, se prohíbe la explotación petrolera que representa el 30 % de nuestras exportaciones y se exprime el presupuesto nacional con gastos absurdos para conducir al país a la mayor hecatombe económica que se pueda imaginar.

Se fomenta desde el discurso gubernamental el odio de clases y se persigue a los generadores de empleo para cumplir el objetivo comunista de empobrecer a toda la población para que pase a depender de los subsidios estatales, las cartillas de racionamiento o las cajitas de alimentos. Se sigue a raja tabla la consigna del guerrillero-presidente: no permitir que los pobres dejen la pobreza porque se vuelven de derecha y no los podremos controlar.

En esta coyuntura vale la pena convocar a los colombianos a actuar conforme a la macabra realidad que nos agobia. No podemos seguir siendo complacientes con este triste estado de cosas ni pretender que ignoramos lo que nos pasa. Recurro a Marco Aurelio para insistir: “Es terrible, en efecto, que la ignorancia y la excesiva complacencia sean más poderosas que la sabiduría (Meditaciones, pag. 105)

Pero actuar no es simplemente reenviar mensajes por el celular o llorar sobre la leche derramada. Tampoco podemos sentarnos a esperar que ocurra un hecho milagroso que nos salve de esta larga noche. No caigamos en la ingenuidad de pensar que los políticos que nos condujeron a esta infernal coyuntura nos salven en las próximas elecciones. O que, mediante un golpe militar, cesen todos los males que afligen a nuestra sociedad. No esperemos milagros, seamos nosotros mismos el milagro que necesita Colombia.