viernes, 3 de febrero de 2023

Identidad corporativa

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

Les escribo estas líneas desde Bucaramanga a donde he venido a una reunión de 70 personas, entre jesuitas y laicos, convocados por nuestro Provincial, para reflexionar sobre lo que llamamos “nuestro modo de proceder”, una expresión propia nuestra para denominar los rasgos característicos de lo que en otras organizaciones se llamaría identidad corporativa.

La dinámica comenzó preguntando a cada uno la descripción de su modo de proceder, luego por binas y finalmente por grupos. Lo realmente interesante fue constatar que a pesar de provenir de ciudades y trabajos diversos, tener edades diferentes y ser todos muy distintos, finalmente hubo coincidencias muy evidentes, lo que hizo confirmar que compartimos un mismo ADN, tenemos un lenguaje común, hay temas que nos resultan ineludiblemente vinculantes, que existe una empática sintonía, que hay un talante, una identidad corporativa que se ha ido ganando más por ósmosis que no por jornadas motivacionales.

Pero quizás lo más relevante de todo esto es constatar que el origen y fundamento de todo esto se basa en una genuina experiencia fundante de carácter espiritual, esto es, del Espíritu, que regala sus carismas y dones por doquier, es decir, a cada uno de nosotros de manera tan diversa como rica. En nuestro caso, Ignacio de Loyola quiso compartir con otros su experiencia de los Ejercicios Espirituales y esta gustó tanto que su legado se ha multiplicado después de cuatro siglos a cientos de miles de personas en todo el mundo.

Ahora se entiende mucho mejor por qué los jesuitas somos como somos, por qué Dios es nuestro principio y fundamento; Jesús es el centro de nuestra existencia; el discernimiento se constituye en nuestra herramienta de trabajo misional para buscar y hallar lo que Dios quiere de nosotros; el sentido de cuerpo logra la unidad en la diversidad; la mayor gloria de Dios es el propósito; la libertad de espíritu nos impulsa a adaptarnos a tiempos, lugares y personas, y a no anquilosarnos para poder discurrir cual peregrinos por este mundo; la contemplación se realiza al tiempo con la acción y en esta acción cotidiana se descubre la presencia de Dios; porque amar y servir es el lema de un amor que se pone más en las obras que en las palabras, entre otras muchas características.

Finalmente, resulta consolador palpar que la espiritualidad ignaciana, motor de ese modo nuestro de proceder, es un patrimonio no exclusivo de los religiosos jesuitas, sino que es un tesoro compartido con muchos laicos, hombres y mujeres, con quienes se vibra al unísono dando por descontado la enorme pluralidad que nos caracteriza también. Una experiencia, mis queridos lectores que, sinceramente, vale la pena vivir.