Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Anhelé
tener unos días de vacaciones con mi comunidad porque me sentía realmente
agotado. Estaba feliz porque 10 de los 15 compañeros pudimos coincidir para
unos días de sol y playa en una casa entre Barranquilla y Cartagena. El plan para
los cuatro días alternaba la estancia en casa con paseos de día entero. El
ambiente en el grupo era muy alegre y distendido. Nunca imaginamos que el
tercer día terminaría en tragedia.
Con
mi hermano jesuita estuve conversando minutos antes. El se fue al mar y yo a la
piscina. Todo fue muy rápido, demasiado rápido. Medicina Legal nos dirá en un
tiempo que fue lo que realmente le pasó. La prensa mal informada dijo que murió
ahogado pidiendo auxilio. No fue así. Uno no se ahoga tan rápido y cuando el
agua le da a las pantorrillas. Y si se está ahogando lo expresa, grita, patalea,
chapucea, mueve brazos y piernas. Nadie narra que esto fue lo que sucedió. Si
se traga tanta agua el cadáver se hunde, no flota. Su rostro completamente
cianótico muestra un gesto de labios apretados. Pudo ser trombosis, pudo ser
infarto fulminante.
Cuando
arribo corriendo al lugar de los hechos, me encuentro con escenas muy diversas.
Una mujer filma con su celular lo que ocurre. Su rostro sonriente, se
transforma cuando la miro inquisitivamente. Bajan su rostro y el celular y
percibo que siente vergüenza. Al llegar donde está el cuerpo exánime, es
variopinto el cuadro. Abundan los curiosos, pero están también quienes lo
sacaron del agua, los que le dan respiración boca-boca y le dan masajes en el
pecho para reactivar el corazón, o traen agua (¿se la traerían a un ahogado?),
o llaman a la policía, los organismos de socorro y la ambulancia. También está
el viejo morboso que se deleita filmando estos procedimientos y se vuelve
agresivo cuando le increpo diciendo que todo esto no es un show mediático.
No faltó el que dijera sandeces. En tanto, nosotros, paralizados, estupefactos,
impotentes. Habría pasado media hora cuando llega la ambulancia. Los
paramédicos lo observan y sentencian la desgraciada noticia. Con todo se sube
el cuerpo con la ilusión de lo imposible. El vehículo se entierra en la arena,
pero entre 15 personas logra moverse y dirigirse al hospital de Juan de Acosta
donde se confirma su deceso.
Llevado
su cuerpo a Medicina Legal de Baranoa, regresamos a casa devastados. Tarde en
la noche celebramos la eucaristía que él nos iba a presidir ese día. Era 6 de
enero, la Epifania del Señor que litúrgicamente se traslada al domingo
siguiente. Evocamos al hermano y amigo en el Señor, agradecimos su vida y nos
preparamos para el regreso. No tenía sentido seguir allí en vacaciones. Además,
al día siguiente, la jornada fue larga, abundante en trámites y diligencias. Todo
se prolongó hasta el pasado miércoles cuando pudimos darle cristiana sepultura.
Epifanía
significa eso, manifestación. El Señor nos sigue hablando a través de los
acontecimientos. Y esta dolorosa vez nos recordó que la vida es frágil, que
ahora estamos y al siguiente minuto ya no. Que hay que estar preparados. Creo
que nuestro hermano lo tenía claro y nosotros no debemos olvidarlo. Descanse en
paz el siervo bueno y fiel y entre a disfrutar el gozo de la eterna presencia
de Dios.