Por Antonio Montoya H.*
Obviamente a cada instante fallecen personajes que nos
antecedieron y otros que se nos adelantaron ya que no se les permitió cumplir
con su propósito como lo hacen los que sí pueden concluir el ciclo normal de la
vida terrenal.
En unas culturas la muerte es solo un paso; creen que el espíritu
se renovará y tendrá nueva vida. Para otras la muerte es el fin y no hay nada
más, solo, en los que siguen vivos, quedará el recuerdo.
Independientemente de las propias creencias, en todas
partes del mundo las ceremonias de despedida terrenal se van desarrollando, y
es en ellas que se demuestra el dolor, el reconocimiento o estupor, y
finalmente la comprensión de que para todos los seres vivos ese es un paso
común que no tiene posibilidades de evitarse.
En los últimos meses se han ido amigos de vida, del alma, y
también personajes que nos han acompañado diariamente sin compartir con ellos,
que hacen parte de nuestra cotidianidad como la reina Isabel, el papa
Benedicto, Pelé, artistas de renombre, actores de cine, en fin, miles y miles
de personas que desaparecen por toda la eternidad, lo cual nos muestra que en
todo instante está presente la muerte.
Esa presencia constante de la muerte en nuestras vidas, lo
cual no es un contrasentido, nos debería permitir reflexionar sobre la forma en
que actuamos con la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, los
ciudadanos y con nosotros mismos, haciendo ese análisis interior que nos lleve
a tener una mejor convivencia y obviamente coadyuve a un mejor bienestar.
No nos debe dar miedo morir, porque es natural que ello
suceda. Nos debe dar miedo no dar respuesta a las necesidades de nuestra gente
que sufre, se deprime, no tiene empleo ni recursos para sostener una familia y
no ve alternativas de superar las dificultades. Esas problemáticas se están incrementando
en nuestro país por causa del nuevo sistema de gobierno que se está
implantando, sin orden, sin planeación, con efectos devastadores y cumpliendo,
eso sí, con un objetivo claro y preciso, el de igualar a toda la población por
lo bajo, por el único indicador que no tiene discusión que es el de la pobreza económica
y mental. Polariza a los cincuenta millones de ciudadanos, deja la esperanza,
ilusiones y anhelos aun lado y lleva a que todos sobrevivamos sumidos en la
tristeza y la angustia.
Señores empresarios, ciudadanos del común, padres de familia,
educadores, los invito a que salvemos nuestra democracia, los valores en los que se
sustenta y respondamos a los nuevos retos; unámonos en un solo propósito,
lograr elegir personas capaces, debidamente estructuradas moral e
intelectualmente, que entiendan que la relación exitosa es la que involucra al
ciudadano, al Estado, a los empresarios y a los educadores y, además, que elimine
la corrupción y se obtengan beneficios reales para las regiones. Con esto se percibirá un mejor ambiente de vida, más alegría, más trabajo, más
solidaridad, ecuación perfecta para avanzar en el crecimiento personal,
familiar y en la región donde vivamos.
Recurro a la frase que en diversas ocasiones he escuchado
que dice “la vida me ha dado mucho, y aunque no tenga totalmente las cosas
resueltas, es el momento de aportar”. Así debemos actuar todos, con un poco
de compromiso y un poco de solidaridad, viviremos mejor el tiempo que nos
queda.