viernes, 6 de enero de 2023

1928: Special edition

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

No se preocupen, no le estoy haciendo marketing a un licor fino ni a un artefacto importado, estoy hablando de doña Blanquita, doña Ceci, la negrita, la mismísima adicta al chocolate, la cumpleañera de hoy, es decir, mi mamá.

Pues resulta que el personaje de hoy en esta columna está cumpliendo ni más ni menos que 95 años y es la única persona del género femenino que yo sepa que en vez de quitarse años, dice que tiene 100 y aspira batir el récord que dejó su hermano Pedro con 103, por Dios, ¡qué barbaridad!

La negrita Blanquita ya les conté el otro día que la trajeron los reyes Magos y que la dejaron durmiendo mientras en las calles quemaban al pérfido Herodes en territorio del padre Campoamor. Hija de José y María debió llamarse Jesusita, pero ese nombre me lo reservó a mi como tercer nombre. La llamaron Blanca Cecilia. Fue la menor de 7 hermanos. Consentida como tenía que ser, no fue ni perezosa ni atenida. Muy joven comenzó a trabajar. Su currículum en cuanto a experiencias laborales es bastante interesante. Apreciada por la calidad de su trabajo se daba el lujo de explorar nuevos retos y gustaba hacerlo para multinacionales de daneses, alemanes, italianos y suecos.

A la niña Cexi, la conozco desde hace rato. Siempre la vi trabajando de sol a sol, literalmente, porque cuando no era cocinando, lavando y haciendo oficios en casa, era porque estaba laborando en la oficina, tecleando máquinas de escribir y transcribiendo dictados taquigráficos con una velocidad admirable. Claro que también se dedicó a eso de ser maestra, de modo que ahora entiendo de dónde me vienen esos gustos por lo administrativo y lo educativo.

Hasta los 85 fue pata’e perro, callejeando para atender sus menesteres: la infaltable misa diaria, sacando a pasear sobrinos, visitar almacenes regateando precios hasta casi lograr que le donaran los productos más que por generosidad por físico desespero, jejeje. Eso ya de vieja, porque de joven fue andariega hasta resultar viviendo y trabajando en Medellín o la Guajira por hablar de los rincones criollos, porque no contenta con estos paisajes le dio por irse sola a Europa y al África. Hay que oírle los relatos de sus aventuras en barcos, trenes y aviones. Si Netflix supiera, tendríamos recursos a razón de unas dos o tres sagas. Con razón ahora solo quiere dormir, porque creo que poco lo hizo en otrora y está poniéndose al día.

La vida está en la muela, sentenciaba taxativamente y fue consecuente con el mandato. De buen gusto en la mesa, supo contagiarme de los placeres sibaríticos. Su ya mencionada debilidad por el chocolate viene de cuando se empacó media libra, aún de brazos, mientras la abuela, engañada, juraba que estaba así de calladita porque era muy juiciosa. Comió tanto que desde entonces quedó así de negrita.

De ese mujerotón, guapa y esbelta, exquisita y muy elegante en su vestir, con tacones de puntilla y carteras finas, sombreros emplumados y pieles de zorros, cuando no montada a caballo en Pielroja o Madroño, veteranos equinos del hipódromo, solo queda el recuerdo y una interesante colección de fotos que estoy repasando para la reunión que le haré el próximo 14. Recordar es vivir. Habría mucho qué contar, pero no quiero cansarlos. Por lo pronto, ayúdenme a darle gracias a Dios por su vida y que Dios la deje por aquí hasta cuando a Él así le parezca.