Por José Leonardo Rincón, S. J.*
No
se preocupen, no le estoy haciendo marketing a un licor fino ni a un artefacto
importado, estoy hablando de doña Blanquita, doña Ceci, la negrita, la
mismísima adicta al chocolate, la cumpleañera de hoy, es decir, mi mamá.
Pues
resulta que el personaje de hoy en esta columna está cumpliendo ni más ni menos
que 95 años y es la única persona del género femenino que yo sepa que en vez de
quitarse años, dice que tiene 100 y aspira batir el récord que dejó su hermano
Pedro con 103, por Dios, ¡qué barbaridad!
La
negrita Blanquita ya les conté el otro día que la trajeron los reyes Magos y
que la dejaron durmiendo mientras en las calles quemaban al pérfido Herodes en
territorio del padre Campoamor. Hija de José y María debió llamarse Jesusita,
pero ese nombre me lo reservó a mi como tercer nombre. La llamaron Blanca
Cecilia. Fue la menor de 7 hermanos. Consentida como tenía que ser, no fue ni
perezosa ni atenida. Muy joven comenzó a trabajar. Su currículum en cuanto a
experiencias laborales es bastante interesante. Apreciada por la calidad de su
trabajo se daba el lujo de explorar nuevos retos y gustaba hacerlo para
multinacionales de daneses, alemanes, italianos y suecos.
A
la niña Cexi, la conozco desde hace rato. Siempre la vi trabajando de sol a sol,
literalmente, porque cuando no era cocinando, lavando y haciendo oficios en
casa, era porque estaba laborando en la oficina, tecleando máquinas de escribir
y transcribiendo dictados taquigráficos con una velocidad admirable. Claro que
también se dedicó a eso de ser maestra, de modo que ahora entiendo de dónde me
vienen esos gustos por lo administrativo y lo educativo.
Hasta
los 85 fue pata’e perro, callejeando para atender sus menesteres: la infaltable
misa diaria, sacando a pasear sobrinos, visitar almacenes regateando precios
hasta casi lograr que le donaran los productos más que por generosidad por
físico desespero, jejeje. Eso ya de vieja, porque de joven fue andariega hasta
resultar viviendo y trabajando en Medellín o la Guajira por hablar de los
rincones criollos, porque no contenta con estos paisajes le dio por irse sola a
Europa y al África. Hay que oírle los relatos de sus aventuras en barcos,
trenes y aviones. Si Netflix supiera, tendríamos recursos a razón de unas dos o
tres sagas. Con razón ahora solo quiere dormir, porque creo que poco lo hizo en
otrora y está poniéndose al día.
La
vida está en la muela, sentenciaba taxativamente y fue consecuente con el
mandato. De buen gusto en la mesa, supo contagiarme de los placeres sibaríticos.
Su ya mencionada debilidad por el chocolate viene de cuando se empacó media
libra, aún de brazos, mientras la abuela, engañada, juraba que estaba así de
calladita porque era muy juiciosa. Comió tanto que desde entonces quedó así de
negrita.
De
ese mujerotón, guapa y esbelta, exquisita y muy elegante en su vestir, con
tacones de puntilla y carteras finas, sombreros emplumados y pieles de zorros,
cuando no montada a caballo en Pielroja o Madroño, veteranos equinos del
hipódromo, solo queda el recuerdo y una interesante colección de fotos que
estoy repasando para la reunión que le haré el próximo 14. Recordar es vivir. Habría
mucho qué contar, pero no quiero cansarlos. Por lo pronto, ayúdenme a darle
gracias a Dios por su vida y que Dios la deje por aquí hasta cuando a Él así le
parezca.