Por Pedro Juan González Carvajal*
Recién ha pasado el primer
mes del nuevo Gobierno y lo que no se puede negar es que se ha notado un cambio
de dinámica.
Varios aciertos y algunos
desaciertos han acompañado este período que ha marcado una línea clara de hacia
dónde va el Gobierno autoproclamado como el del cambio, el mismo que entre
otras curiosidades ha dado cátedra de inclusión, respeto y reconocimiento de
nuestra multiculturalidad.
La experiencia como
congresista le ha permitido al nuevo presidente saber que, en términos de
calendario y fuerza política, proyectos de ley que no se tramiten durante el
primer año de Gobierno, se puede aseverar que es muy remoto pensar en que luego
se aprobarán.
Un gabinete ministerial, en
un alto porcentaje con vasta experiencia, nombramientos abortados y algunos
ministros un poco desubicados, dan muestra de que en términos de ejecutorias
hay que dar un compás de espera.
Coincide por calendario
que muchos de los congresos gremiales sectoriales y sub sectoriales se realizan
durante estos meses, lo cual trae como novedad y capacidad de convocatoria que
el nuevo presidente asista y de línea con respecto a los intereses propios de
los asistentes, lo cual no pasa de ser un rito político - social, pues el nuevo
presidente apenas está desempacando y organizando su equipo y lo que le
corresponde hacer es tratar algunos datos y algunas propuestas de campaña y
algunas ideas generales de futuro, salvo temas específicos y de impacto para
todos como es el caso de la reforma tributaria.
Lamentablemente las
transformaciones no se hacen de un día para otro y a pesar de los anuncios de paz
total, el tema del orden público no mejora y los atentados contra miembros de
la policía, las masacres, los asesinatos de líderes sociales, la inseguridad en
las ciudades y las invasiones de predios no dan tregua. Se anuncia el reinicio
de relaciones con Venezuela y se enuncian y promueven reformas y proyectos de ley
alrededor de temas como la reforma rural integral, la participación política, el
cese al fuego y de hostilidades, el replanteamiento de la estrategia contra las
drogas, el acuerdo de víctimas, la implementación, verificación y refrendación
de los acuerdos de paz y obviamente la reforma tributaria, lo que permite
establecer y lo que vemos como vector direccionador es un completo compromiso
con el cumplimiento del acuerdo de paz, lo cual generará obviamente, apoyos y
animadversiones.
Lo que sí queda claro es
lo poco que avanzó el anterior Gobierno en el cumplimiento de la implementación
del acuerdo de paz, lo cual solamente la historia sabrá juzgar.
Cabe resaltar el apoyo
internacional a la gran mayoría de las iniciativas planteadas, y a la inusitada
cercanía y proximidad en estas primeras semanas con el Gobierno de los Estados Unidos.
El haber armado una coalición
de Gobierno en dos semanas, el haber aprobado el Acuerdo de Escazú, el haber hecho
nombrar un contralor del Partido de Gobierno, el haber nombrado un Consejo Nacional
Electoral empleando las mayorías, entre otras maniobras típicas de la política
colombiana, da por pensar que puede que el cambio se dé en otros escenarios y
en otras temáticas, pero no entre la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo,
como ha pasado en el último siglo, lamentablemente.
El cambio no debe ser
mirado ni empleado como un simple slogan, ni tampoco es el anuncio del cambio
por el cambio. El cambio es la superación de las costumbres y las prácticas políticas
que nos han sumido en una corruptela generalizada acompañada de pobreza,
injusticia, iniquidad y violencia generalizada.
Nueva oportunidad
histórica ha tenido las diferentes fuerzas, partidos y movimientos políticos
para repensarse y estructurar propuestas de futuro para el país y para ellos
mismos como organizaciones.
En épocas recientes
solamente el presidente Barco tuvo la grandeza, la osadía y la “fuerza
testicular” suficientes para proponer un esquema real de Gobierno-Oposición
verdaderamente democrática.
Durante este Gobierno esta
posibilidad se desperdició por el apetito insaciable de estas fuerzas, partidos
y movimientos políticos, y la necesidad de configurar un ambiente de
gobernabilidad tranquilo por parte del actual Gobierno, que permita seguir
consolidando nuestro presidencialismo consuetudinario.
Que después, entonces, no
se quejen ni critiquen ni los unos ni los otros, pues no tendrán ninguna autoridad
moral para hacerlo.
¡Amanecerá y veremos!