Por Luis Alfonso García Carmona*
No nos cansaremos de repetir que en las próximas elecciones presidenciales
Colombia se juega su destino, no sólo por un período de 4 años, sino por el resto de su existencia.
No se trata, como algunos quieren hacerlo ver para engañar incautos, de una
pelea entre los amigos y los enemigos del expresidente Uribe, sino de una confrontación entre los dos grandes sistemas que compiten por el poder
a nivel global, a saber:
La democracia que garantiza el respeto
a la dignidad humana y a sus libertades, la protección de la vida y de la familia
tradicional, el derecho a la propiedad privada y la libertad de empresa, de un lado,
y del otro, el totalitarismo marxista que persigue la sumisión del individuo
y la familia al Estado, el despojo de los bienes privados (ahora lo llaman “democratización”),
la pauperización de la sociedad para controlar a la población a través de subsidios
de hambre y la instalación a perpetuidad de una camarilla de fanáticos, como ha
ocurrido en Cuba o Venezuela.
Basta con repasar las propuestas del guerrillero que funge como candidato
de la izquierda para concluir que están encaminadas a la destrucción del aparato productivo, al engaño del electorado
con discursos populistas que ocultan venenosas intenciones y
a convertir a los colombianos en nuevos esclavos del socialismo del siglo
XXI.
Para asegurar su llegada al poder no tienen los “camaradas” el menor escrúpulo
pues llevan en su ADN la consigna de que todos los medios son lícitos para
implantar su llamada “revolución”. Han perfeccionado la máxima de Stalin
de que “quien escruta, elige”, creando anticipadamente una percepción
triunfalista mediante mítines transportados de pueblo en pueblo, encuestas sesgadas
a favor de su candidato, periodistas u opinadores contratados para difundir lo que
conviene a sus intereses.
No les basta con las viejas prácticas de comprar votos, pues descubrieron
que es preferible utilizar la inmensa fortuna del narcotráfico
en los centros de recaudo y contabilización de votos, mecanismo
que demostró ser eficacísimo en las pasadas elecciones parlamentarias. De la noche
a la mañana les aparecieron 500.000 votos de la nada; acepta la Registraduría que
han detectado irregularidades en más de 22.000 mesas; miles de ciudadanos
se han quejado pues desaparecieron sus votos o no les entregaron tarjetones si querían votar por movimiento
diferente al del Pacto Histórico.
Ha llegado a tal extremo este monumental fraude que los entes de control se abstienen de intervenir para devolver
la credibilidad al sistema electoral o para separar al inepto (por decir lo menos)
funcionario responsable de los comicios.
Hasta el presidente de la República se ha lavado las manos con la excusa
de que son “protuberantes” errores pero que no ameritan el reconteo de los votos.
Avanza, pues, a pasos agigantados la amenaza marxista sobre nuestra amada
patria, sustentada en un vulgar discurso populista y
un fraude monumental inédito en nuestra historia política.
¡Cómo se añora no haber contado con una derecha valiente dispuesta a jugársela
para detener el zarpazo del marxismo y comenzar de una vez por todas la tarea de
la reconstrucción nacional que el país requiere!