Por Pedro Juan González Carvajal*
Hijas del mismo proceso histórico, con un padre común, estas
dos naciones son incuestionablemente hermanas por circunstancias particulares, condiciones
que Colombia y Venezuela no han sabido asimilar, reconocer y potenciar. Si
aprendemos a aprovechar esta estrecha vecindad que debe ser debidamente
desarrollada, nos convertiría en un complemento reciproco útil para ambas
sociedades, saliéndonos del marco forzoso donde la potencia continental nos ha
colocado históricamente aplicando la estrategia romana de “Divide y vencerás”.
Con una extensión fronteriza de 2.219 km que va desde un
punto en la Guajira hasta la piedra del Cocuy, con una punta de crecimiento por
parte de Colombia a través de la Guajira, con un Punto Triple en un lugar de la
Isla de San José en el Guainía donde coexisten las fronteras de Colombia,
Venezuela y Brasil y el tener acceso a un golfo común, hace que Colombia y
Venezuela deban resolver a la mayor brevedad la discusión que se tiene sobre la
propiedad del Golfo de Coquivacoa para nosotros y del Golfo de Maracaibo para
ellos, en el entendido que de acuerdo con el Derecho Internacional es claro que
hay una porción de Golfo que es propiedad indiscutible de Colombia, que otra
porción es propiedad indiscutible de Venezuela y que una porción debe ser
compartida en alguna proporción por las dos naciones, que es lo que finalmente
tenemos pendiente, así como definir la propiedad del Islote de los Monjes.
Este tipo de situaciones deben ser enfrentadas y resueltas
sin temor, pues no pueden dejarse simplemente ahí, para que de pronto
nacionalismos arrebatados por alguna de las partes impidan nuestro desarrollo y
coexistencia armoniosa y pacífica.
Además, la convivencia entre vecinos es compleja en
cualquier dimensión. Venezuela es y será vecina de Colombia y Colombia ha sido
y será vecina de Venezuela.
De manera directa propongo que sea quien sea el nuevo presidente
de Colombia, restablezca de inmediato las relaciones con Venezuela y que su
primer viaje al exterior, una vez haya recorrido el territorio colombiano
comenzando por San Andrés y Providencia, sea a Venezuela, donde en tono fraterno
exprese abiertamente un argumento pragmático y real más o menos en estos
términos: “Señor presidente Maduro, a usted no le gusta nuestra forma de
Gobierno y a nosotros tampoco nos gusta la suya, pero esto no debe ser
obstáculo para que mantengamos unas relaciones abiertas y transparentes basadas
en el respeto y en el reconocimiento al principio de la autonomía de los
pueblos. Usted señor presidente y yo, en unos años habremos desaparecido del planeta,
pero nuestras grandes naciones, Venezuela y Colombia, continuarán su trasegar
histórico, y nosotros debemos propiciar que ese recorrido lo hagan de la mano…”.
Una medida que demostraría la buena voluntad colombiana y
la importancia que le da a las relaciones con el hermano País, sería nombrar al
nuevo vicepresidente como embajador en Venezuela.
Es más, para el relanzamiento del restablecimiento de
relaciones diplomáticas entre los dos países, sugiero que llevemos la propuesta
de reconocer y legalizar como “zona franca espontánea” a Cúcuta y a San Antonio
del Táchira. Es la misma gente, son las mismas costumbres –gastronomía,
cultura, música, etc.–, tienen negocios comunes, se han emparentado, se desplazan
abiertamente a lado y lado de la frontera atravesando el Puente Internacional.
No hacerlo es un desconocimiento de la realidad y una miopía de características
monumentales.
Otra acción para emprender de inmediato es rescatar la
“Declaración de Punto Fijo”, firmada por el presidente Chávez y el presidente Uribe
el 24 de noviembre de 2005, donde se acordaba por parte de los dos gobiernos la
interconexión gasífera de la zona caribeña de ambas naciones y la construcción
de un oleoducto que tuviera su origen en Venezuela y como destino los puertos
colombianos en el Pacífico, para facilitar la exportación de petróleo a Asia.
Una responsabilidad conjunta es echarse al hombro la
repotenciación de la Comunidad Andina de Naciones. Es una quimera en el corto
plazo pensar o soñar en reconstituir a la Gran Colombia, pero es relativamente
simple, buscar que el acuerdo de integración ya firmado hace decenios, comience
por fin a dar frutos que beneficien a todos sus miembros.