Por José Leonardo Rincón S. J.
Llegó la hora de elegir a nuestro presidente.
Felizmente estamos en una democracia y podemos hacerlo responsable y
libremente, siguiendo el dictamen de nuestra conciencia. Llueva, truene o
relampaguee, hay que salir a votar, es decir, a ejercer el derecho que como
ciudadanos tenemos. Afortunadamente se permiten las diferencias y aunque en el
ejercicio de la libre expresión se han dicho mentiras y ha habido maltratos e insultos,
en un franco abuso de tal derecho, no hay un sistema dictatorial y opresor que
nos impida participar porque toma las decisiones por nosotros.
Al llegar a este crucial momento, frase que
parece de cajón pero que es totalmente cierta, en verdad nos estamos jugando el
futuro de nuestra democracia. Por eso considero pecado mortal por omisión no ir
a las urnas. No tendremos ninguna autoridad moral para luego quejarnos de los
resultados, lamentarnos de lo que nos tocó vivir, si no nos hemos manifestado.
Ganemos o perdamos, pero votemos. Votemos en conciencia y no caprichosamente o
de modo inmaduro. Es verdad que “nos falta mucho pelo pal moño” en formación
sociopolítica y de nuestra conciencia crítica, pero reprochable sería vender
nuestro voto, traicionar nuestros principios y valores solo por la inercia de
una tradición familiar, o porque las encuestas muestran una tendencia y hay que
subirse cómodamente en el bus de la victoria. Se debe elegir después de conocer
los planteamientos programáticos, pero eso prácticamente nadie lo hace.
Con el correr de los días uno va teniendo sus
claridades y hoy les comparto las que voy logrando, invitándolos por supuesto a
que ustedes tengan las suyas propias.
No envidio la suerte de Cuba, Venezuela o
Nicaragua y no quisiera estar en un contexto similar. Si estos países están
ahora como están, no es solo por culpa del fracaso del socialismo que los
administra. Primero lo fue de un capitalismo indolente que exacerbó la pobreza
y las diferencias sociales y que desembocó en revoluciones de final infeliz. Aquí
nos espera un futuro parecido, repito, no por culpa de una izquierda ideologizada,
cargada de comunismo, sino porque la derecha prepotente cargada de capitalismo
neoliberal le importa un bledo el hambre, el desempleo, la falta de salud y de
educación, la inseguridad y la campante corrupción.
Observo a los diferentes candidatos y me
pregunto por sus hojas de vida.
Su formación académica es un elemento importante,
pero sobre todo su gestión y los resultados obtenidos, además de su trayectoria
política y experiencia de gobierno. Me pesa mucho su talante personal y sus
calidades humanas. Me dice mucho aquello de “dime con quién andas y te diré quién
eres”, es decir, de quién está rodeado, cuáles son sus socios políticos, qué
está transando a cambio de votos. Muy importante su actitud ante sus
contrincantes, la manera cómo afronta la feroz oposición.
Un presidente que maneje situaciones de crisis
es realmente recomendable. Los problemas sociales y de orden público no se
solucionan a punta de Esmad. El mandatario saliente perdió la oportunidad de
oro servida en bandeja para lucirse como estadista convocando un diálogo nacional
amplio y directo con los actores del conflicto. Se perdió la feliz ocasión para
establecer mesas de conversaciones multipartidista, plurales, con todos los
líderes de los diferentes sectores. Esto no se arregla echando plomo sino
apuntando a la solución de fondo de nuestros problemas. Se necesita un líder empático
que escuche los clamores populares y que simultáneamente tenga bien agarradas las
riendas de una nación desbocada.
Miren muy bien, por favor, por quién van a
votar. No boten su voto. Su opinión cuenta, su sufragio vale. En medio de estas
incertidumbres nebulosas y de un panorama tan sombrío, no podemos equivocarnos.
Esto no puede seguir siendo la patria boba. O salimos adelante o de veras esto
no tiene futuro. ¡Qué Dios nos ayude!