Por John Marulanda*
Parece ser lo que está en desarrollo en Europa: guerras
emblemáticas que se han librado en países limítrofes de las áreas de influencia
de las grandes potencias, tal es el fenómeno Rusia - Ucrania. A su vez,
Colombia, Nicaragua y Cuba forman parte de un cinturón de defensa cercana de
US, afectado por los intereses zaristas rusos. Y ahora que el Kremlin insiste
en bombardear a Mariupol, mucho se habla sobre la eventualidad de Rusia
enviando activos y tropas a Venezuela y tecnología a Nicaragua y Cuba. Rusia
mantiene cuatro estaciones de seguimiento satelital a su sistema de
posicionamiento global Glonass, tres en Brasil y una en Nicaragua, en las
orillas del lago de Nejapa; China custodia una estación militar de exploración
del espacio profundo en Neuquén, Argentina, mientras sus miríadas de barcos
pesqueros invaden nuestras aguas del Pacífico e Irán sostiene en Venezuela el
mayor centro operativo mundial de Hezbolá fuera de su área de influencia.
Pero existe un elemento adicional que en el pasado no se
conocía: las redes sociales. Cubrimiento global, instantaneidad y miles de
millones de usuarios conforman ese andamiaje de las tales redes, síntoma
inequívoco de nuestro tiempo. En medio de la desconfianza generalizada por los
resultados electorales y por el registrador –que recuerda a Tibisay Lucena-, la
fuga de alias “Matamba” y la visita de delegados de Biden a Maduro, la
ciberseguridad pareciera olvidarse, ignorando los recientes ataques cibernéticos
al DANE y al Invima.
Virtualidad, algoritmos, IA, IoT, 5G, Instagram, YouTube,
WhatsApp, Snapchat, TikTok, WeChat, Messenger, iMessage, Multitasking, fake
news, Amnesia digital, DDoS, criptomonedas, se confunden en un mundo en
donde se mueven 65 millones de mensajes por minuto vía WhatsApp, con una fuerte
actividad de phising, hackeo, suplantación de identidad, Ramsomware,
extorsión, secuestro o robo.
Según el último informe del Foro Económico Mundial, en el
primer semestre del 2021 los ataques cibernéticos crecieron un 151%. Y la
desinformación produjo unos 2.600 millones de dólares aproximadamente, como
registró Newsguard y Comscore. De acuerdo con una encuesta de Forrester
Research Inc., en 2021, el 66% de los adultos estadounidenses usaron Facebook
semanalmente y según EMarketer, las aplicaciones de mensajería fueron
utilizadas por casi 3 mil 100 millones de personas en 2021, unos 500 millones
más que en 2019.
Las interferencias de Pekín y Moscú en los diferentes
procesos electorales, jaqueos a cuentas establecidas, filtración maliciosa de
engañifas y cortos videos, son parte de la ciberguerra con nuevas armas a
disposición de garajes o bodegas que, como en el caso de China, integran esos
“batallones de cinco centavos” compuestos por cientos de jóvenes. Porque es la
guerra cibernética lo que nos debe preocupar en estos momentos, dadas las
denuncias públicas de injerencia cibernética en nuestras próximas elecciones
presidenciales. Nos causa escozor el lavado cerebral que han venido realizando
potencias extracontinentales como China, Rusia e Irán a través de sus medios
masivos, RT, Sputnik, TV China, TV Iraní, Telesur, ahora que un Nuevo Orden
Mundial asoma sus orejas en Europa y en estas sempiternas colonias.
Venezuela, por su lado, se ha convertido en la panoplia
militar rusa latinoamericana con tanques de guerra T-90, misiles antiaéreos
S-300, Pechora y Buke, aviones Sukhoi y helicópteros de combate M-35, radares
estratégicos P-18 y otros accesorios de la “guerra dura” (hard warfare). Pero
es en las bodegas en donde reside el mayor poder perturbador del hermano
vecino, lo cual no deja de preocuparnos ante las avanzadas tecnológicas rusa,
china e iraní que ponen lo mejor de su ciencia al servicio de la ideología
comunista para someter a la “joya de la corona” latinoamericana. Así lo ha
denunciado el expresidente Uribe en sus redes sociales, exhibiendo documentos
confidenciales de la Contrainteligencia del vecino país. Además, Biden alertó
el pasado lunes sobre ciberataques rusos a oficinas federales y empresas
privadas en US.
La pregunta es si con Petro y su camarilla tendremos un
Putin, un Jinping o un Ayatolá en Colombia; o un Castro, un Ortega o un Chávez:
difícil predecir el final de esta dramática historia que estamos viviendo día a
día.
Ante la opción de convertirnos en los esclavos de un nuevo
Mundo Feliz o la de pelear por la defensa de nuestra vapuleada economía
neocapitalista, elegiría la segunda opción; o, debido a mi edad, escogería
emigrar a un país tranquilo. ”Desaparecer” en medio del carnaval triunfalista
de los revoltosos que agitarán los gallardetes de su revolución, es otra
elección que consideraríamos.