Por José Leonardo Rincón, S. J.
Estoy convencido de que algún día nos dirán que
somos “positivos para covid-19”. El diagnóstico que hace menos de dos años se
temía como una auténtica tragedia, me da la impresión de que ahora se vuelve
algo común y corriente, que se toma con mayor naturalidad y que parece
irreversible padecerlo si es que efectivamente queremos llegar a la así llamada
inmunidad de rebaño. Sin duda alguna, la vacunación masiva con esquema completo
ha ayudado sustancialmente a mitigar los devastadores efectos que vimos al
comienzo de la pandemia con las víctimas de tan letal virus.
Los picos que hemos vivido se han asumido de
modo distinto. Todos sabíamos, por ejemplo, que este comienzo de año dispararía
los contagios, después del periodo vacacional cuando indefectiblemente nos
relajamos frente a las pautas básicas: lavado de manos, uso de tapabocas y distanciamiento
social. Pero lo que nunca imaginamos es que Ómicron, la última cepa conocida,
fuese de expansión tan rápida. Dicen que el virus se ha debilitado, pero la
verdad también es que sigue causando estragos, particularmente en los no
vacunados y en quienes cuentan con un sistema inmunológico débil. Hay que
seguirse cuidando.
Los aislamientos forzosos se han reducido en el
número de días. De dos semanas a una. La sintomatología también varía, de caso
a caso, de modo sorprendente. Como sabemos, algunos sufren de espasmos
musculares, dolor de garganta, cefalea, sudoración, tos persistente, fiebre,
escalofríos, diarrea, vomito… y otros, nada, o solo algunas e insignificantes manifestaciones
de estos cuadros virales. Hay que estar atentos y no dar el brazo a torcer.
Pero si se torciese tampoco entrar en pánico.
Lo he comprobado con muchos amigos y conocidos:
estresarse lo único que contribuye es a bajar las defensas y abrir el camino
para que el virus haga de las suyas. Al menos nueve casos cercanos tuvieron un
desenlace fatal. El común denominador: si bien la actitud fue preventiva, lo
fue exageradamente obsesiva compulsiva. Y eso no es bueno tampoco. Como el que
desinfectaba hasta las cebollas, el que nunca salió de casa, el que se bañaba
dos y tres veces al día, además de hacerlo en geles y alcoholes, todos muertos.
Y los habitantes de la calle, los más expuestos, los supuestamente más débiles,
allí siguen orondos y vitales.
Una normalidad en el ritmo cotidiano de vida,
siguiendo las pautas claves, me parece de lo más responsable. Ni tanto que queme
al santo, ni tan lejos que no lo alumbre. Nuestra debilidad es nuestra
fortaleza y estoy seguro de que saldremos airosos de esta coyuntura histórica. Algún
día, eso espero también, se sabrá toda la verdad, tantos y mitos y leyendas dignas
de una saga en Netflix se caerán. Y sumando y restando, como todo en la vida,
será para bien.
Y no lo olviden: cero estrés, tres pautas
básicas, buenas defensas y esquema completo de vacunación, de modo que si nos
da covid-19 podamos salir airosos.